JAPÓN: ARTE Y CULTURA (II)
LA ESTAMPA JAPONESA

Con información de Jesús Abades


 

 

Cuatro islas mayores (Hokkaidō en el centro, Honshū en el norte -la zona norte de la isla ha sido la más castigada por el tsunami y los últimos terremotos-, y Shikoku y Kyūshū en el sur) y 1.038 islas menores forman el archipiélago que estuvo unido al continente asiático hasta el VIII milenio y donde después se asentó el país más alejado de Europa entre los de Oriente: Japón.

La distancia y la insularidad determinan que éstas sean tierras con las que Occidente ha tenido a lo largo de la historia mínimos contactos. Estas circunstancias naturales también son causa de que la cultura japonesa sea tardía y pase por las sucesivas etapas de civilización con notable retraso. Sin embargo, no por ello resultan menos fascinantes las diversas tipologías artísticas japonesas, que expresan en la pintura toda la espiritualidad oriental. Las estampas japonesas captan escenas de la vida cotidiana y paisajes en los que predomina el gusto por la armonía y la serenidad. Se trata de una pintura que potencia su vertiente decorativa y se aleja de los presupuestos miméticos, con un pleno dominio de la proporción y el cromatismo.

La estampa adquiere especial relevancia durante el periodo Tokugawa (de capital importancia en la historia del país, llamado también Edo por establecerse la capital en la aldea de dicho nombre, de la que surge la actual Tokyo), instaurado a principios del XVII por Tokugawa Ieyasu con la fundación del shōgunado de los Tokugawa y caracterizado políticamente por el fin de las secesiones y las guerras civiles, la imposición de un centralismo de signo cerradamente nacionalista y el aislamiento de Occidente, que en la centuria anterior a través de misioneros y comerciantes (sobre todo de Portugal, Holanda y España) había empezado a penetrar en Japón y que, lógicamente, introducía numerosas influencias europeas en el arte.

El periodo Edo duró hasta 1867, año en que Yoshinobu, el último shōgun, cede sus poderes al emperador Mutsu-Hito (por entonces, con tan solo 14 años), al mismo tiempo que Japón amplia sus relaciones con el resto del mundo bajo la presión militar y entra en la historia contemporánea.

En el periodo Tokugawa o Edo, el emperador se rodeó de sus samurais o nobles guerreros, pero la corte acabó por empobrecerse y su antiguo mecenazgo sobre los artistas fue paulatinamente sustituido por una floreciente clase burguesa, cuyos gustos iban a imponer nuevos rumbos al arte nipón. Si en los relatos que llenaban los rollos de los siglos XII y XIII podemos ver el hormiguear de múltiples personajes, pero que se subordinan a la ilustración de un tema principal de carácter épico o literario, ahora se ve pintar la anécdota diaria con su propio valor, comenzando por las vistas de las calles, las gentes yendo a sus trabajos y las diversiones. Todo ello visto desde una perspectiva caballera con el fin de poder captar tanto el conjunto como sus detalles.

Dicha iniciativa partió, ya en el siglo XVI, de pintores independientes que decoraban biombos, pero es a partir de la centuria siguiente cuando se pintan ya cuadros pequeños con una sola figura, sobre todo bellas muchachas, reproducidas con gran difusión por medio del grabado en madera, usado desde hacía varios siglos para ilustrar libros. Ahora se hacen también estas estampas sueltas, que se imprimen en negro y se colorean a mano. A partir de 1765, con la edición de almanaques, se hacen ya tiradas con planchas de varios colores, procedimiento que será el que prevalezca y difunda ese género artístico tan peculiar que es la estampa japonesa. Su principal creador fue Suzuki Harunobu.

A los retratos femeninos, de exquisita elegancia, se agregan los de actores teatrales, en los que se acentúa la expresión y a la vez se mantiene un agudo realismo, especialmente en las obras de Torii Kiyonaga. Pero quien aúna la línea elegante y la penetración psicológica con magistral dominio es Kitagawa Utamaro, el más conocido en Europa de todos los artistas de la estampa japonesa junto con Katushika Hokusai (en la fotografía, su famosa obra La Ola que recuerda al tsunami del pasado 11 de marzo), promotor tras la decadencia del retrato a finales del XVIII de la vuelta al paisaje de tan larga y arraigada tradición, que ahora se acomoda al procedimiento gráfico en boga.

En las obras de Hokusai, conocedor de los grabados holandeses importados de Europa, vemos una influencia de la perspectiva y el claroscuro de las escuelas europeas, si bien su naturalismo es sometido a una habilísima simplificación, gracias a la cual sus paisajes tienen un encantador aire poético. Son precisamente estas estampas las que, expuestas en París en 1867, conmovieron a los pintores impresionistas, sobre todo a Manet.

El éxito de la estampa japonesa fue la causa de su decadencia: la producción se multiplicó, el estilo se amaneró, y la enorme demanda obligó a realizar largas tiradas, con la consiguiente merma en sus calidades.

 

"Las niñas, una por vez, recogen agua de la fuente y beben. Beben frunciendo sus labios rojos e inflando sus mejillas sonrosadas. De distintos puntos de la arboleda llegan zumbidos. Las cigarras afinan sus voces. Cuando se despeje el cielo de nubes blancas, y el sol alumbre con toda su fuerza, estos cantos harán temblar la montaña."

(En Construcción, Mori Ōgai).

 

FUENTES

AA.VV. "El Arte Japonés", en África, América y Asia, Barcelona, 1998, pp. 221-240.

 

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