RETRATOS DE EMPERADORES (VIII)
ADRIANO


 

 

Adriano

Aunque varias fuentes se inclinan por Roma como lugar de nacimiento de Adriano (76-138), seguramente el emperador nació en Itálica, una fundación de Publio Cornelio Escipión para asentar a los heridos del ejército romano en el año 206 a.C. antes de marcharse a Roma, una vez expulsados los cartagineses de Hispania. Adriano fue por tanto el segundo gobernante que dio Hispania al Imperio. Su carácter era diametralmente opuesto al de su predecesor (su padre adoptivo, Trajano) y su gobierno fue excelente en muchos aspectos, hasta el punto de poder considerarlo como uno de los mejores emperadores que tuvo Roma.

Conocemos bien su aspecto físico: alto, delgado pero sólido y vigoroso, muy cuidadoso con su hermosa cabellera y su barba, que puso de moda y que, según parece, le servía para disimular cicatrices. Pretendía ser el mejor en los ejercicios físicos, como en todo, y excepto en sus últimos meses, siempre se mantuvo en forma con gimnasia cotidiana. Fue también hombre sencillo, activo, buen comedor, voluntarioso y consciente de sus deberes de emperador. Amante de la cultura helénica y los ritos egipcios, poseía una cultura refinada y preciosista, así como un inmenso orgullo que no toleraba la oposición y pasaba por encima incluso de los amigos.

Fue también un gran viajero: de 21 años de reinado pasó una docena recorriendo el Imperio, y la historia de su mandato es en gran parte la de sus viajes. Cuando estaba con las tropas, tomaba como modelo a Trajano: vestía ropa humilde, dormía en una tienda similar a las demás, comía con los soldados, los llamaba cuando podía por sus nombres y participaba en sus ejercicios. Sin descuidar la firme disciplina instituida por su antecesor, Adriano fue contrario a las guerras y más pródigo en las recompensas militares: hizo caballeros a meros soldados y permitió que sus hijos ilegítimos heredasen a sus padres aun si éstos descuidaron testar a su favor.

Parece que la legislación jurídica de Adriano fue abundante y estuvo inspirada por una gran preocupación moral que favoreció a las gentes comunes. Aunque fue muy estricto con los esclavos, prohibió darles muerte sin razón, mutilarlos o dedicarlos a oficios infamantes. También tomó decisiones para mejorar las costumbres: prohibición de abrir los baños públicos antes de la tarde y de bañarse juntos hombres y mujeres, obligación para senadores y caballeros de llevar la toga en público, etcétera. Además, fue un gran constructor y un gran restaurador de edificios religiosos (había en él un vivo interés por las cuestiones religiosas e incluso por lo sobrenatural); el famoso Panteón de Agripa, destruido por un incendio en época de Trajano, fue mandado reconstruir por Adriano en la forma de rotonda asombrosa que ha recorrido los siglos.

Las relaciones de Adriano con el Senado nunca fueron verdaderamente buenas. Intentó mejorarlas mediante ayudas financieras, pero muchas de sus medidas mermaron las funciones tradicionales de la Asamblea: la importancia dada al Consejo Imperial, el edicto perpetuo que suprimía la iniciativa de los magistrados en el ámbito judicial o la creación de los consulares para Italia. Cuando estaba en Roma, acudía a las sesiones; pero ello fue muy raro entre el 117 y el 134, fecha en que, con 57 años, renunció a recorrer más las provincias.

Desde el año 136 cayó enfermo y pronto se vio abrumado por terribles sufrimientos. Especialmente irritante se planteó el problema de la sucesión, ya que no tenía hijos. Finalmente el elegido por el emperador fue Antonino Pío, uno de los principales miembros del Senado y hombre también de excepcionales cualidades. Durante sus últimos meses, los padecimientos de Adriano (relacionados, según parece con una cardiopatía isquémica) se hicieron cada vez más atroces. Pensó en suicidarse en varias ocasiones, pero Antonino Pío, a quien dejaba ya toda la carga del poder imperial, logró persuadirlo para que los soportara. Murió finalmente en Bayas de una insuficiencia cardiaca. El mismo año de su fallecimiento fue deificado por su sucesor.

 

La obra

Tras el paréntesis flavio, Trajano recuperó las fórmulas más frías de los modelos augusteos, y Adriano, en un cambio importante, adopta el tipo del hombre barbado, seguramente también por un acercamiento a la imagen del filósofo griego en una destacada proyección de su filohelenismo. Ello dará lugar a retratos de gran barroquismo como el que nos ocupa, conservado en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas.

Hablamos nuevamente de una cabeza (55 cm) perteneciente a una colosal estatua perdida del emperador romano. Ésta fue hallada en la capital de Grecia y se halla labrada en mármol del monte Pentélico, el mismo material usado para la construcción del Partenón y otros edificios de la Acrópolis ateniense.

Adriano, conocido también por ser el protagonista de una famosa novela de Marguerite Yourcenar, lleva una corona de hojas de roble, atributo triunfal asociado a Zeus en Grecia y a Júpiter en Roma, rematada por un medallón en el que figura el águila, símbolo de las legiones romanas.

La unión del águila y la corona de roble, que era también la condecoración que un legionario recibía por salvar a un compañero, nos lleva a pensar que estamos ante el único fragmento conservado de un simulacro militar del emperador. Los agujeros en el aro de la corona eran utilizados para incrustar en ellos hojas de oro.

 

Fotografía del Museo Arqueológico de Atenas

 

FUENTES: LE GALL, Joël y Marcel LE GLAY. L'Empire Romain, volumen III, París, 1987, pp. 371-398; BENDALA GALÁN, Manuel. "El arte romano", en Ars Magna, volumen IV, Barcelona, Planeta, 2011, pp. 248-249; BLÁZQUEZ, José María. Adriano, Barcelona, 2008, pp. 1 y 8.

 

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