BENITO DE HITA Y CASTILLO. TRICENTENARIO (I)
CRISTO DE LA CAÍDA

Con información de José Guillermo Rodríguez Escudero


 

Aunque ha sido y seguirá siendo objeto de numerosas informaciones, análisis y semblanzas por nuestra parte, no podíamos dejar pasar en La Hornacina el tricentenario de su nacimiento sin un apartado conmemorativo a Benito de Hita y Castillo (1714-1784), uno de los mejores escultores en la Sevilla del siglo XVIII, especializado en las obras de imaginería sacra. En este especial trataremos, sobre todo, de abordar creaciones poco conocidas y/o que no hemos tratado hasta la fecha con profundidad, ofreciendo material gráfico y documental inédito.

 

 
 
Inscripción de Hita en la espalda del Cristo de la Caída (Santa Cruz de La Palma)

 

Benito de Hita y Castillo (Sevilla, 1714-1784) llena con su actividad la práctica totalidad de la escultura sevillana de la segunda mitad del siglo XVIII. Con Hita podemos considerar cerrado el ciclo de la escultura sevillana del barroco, que dio paso a la reacción academicista. Influenciado por Pedro Duque Cornejo, su estilo recoge el influjo del rococó europeo, bien patente en la delicadeza y la suavidad formal de sus tallas.

De todos los datos biográficos reunidos por Heliodoro Sancho Corbacho y José González Isidoro, que rectifican y amplían los aportados por Ceán Bermúdez y Gestoso, se sabe que Benito de Hita y Castillo nació en Sevilla, en el año 1714, y vivió en la feligresía de la Iglesia de San Juan de La Palma, frente a cuyo templo residió. Se casó con Beatriz Gutiérrez y, en segundas nupcias con doña Josefa García de Marta.

Respecto a su formación escultórica, probablemente se formó con Miguel de Perea, ya que en el testamento de este último, fechado en 1728, aparece como testigo, en calidad de oficial de escultor, con tan solo catorce años de edad. Algunos autores consideran que fue discípulo del escultor e imaginero José Montes de Oca.

Aunque se perdieron los ángeles que contrató en el año 1763 para el paso del Cristo del Silencio y el grupo de la Virgen de las Maravillas con el Niño Jesús y San Juanito, quemado en 1936, la iglesia hispalense de San Juan de La Palma custodia algunas de sus obras. Salidas de su gubia son, por ejemplo, el candelero de la sevillana Virgen de la Amargura (1763), a la que restauró, y el San Juan Evangelista que la acompaña (hacia 1760).

Mención especial merece el programa escultórico de Hita en la capilla sacramental del templo de Santa Catalina (Sevilla). Son suyas las tallas de la Inmaculada, San Juan Nepomuceno, Santo Tomás de Aquino y los cuatro Evangelistas, todas ellas contratadas en 1748 junto con el retablo, original del ensamblador y escultor Felipe Fernández del Castillo. La labor se prolongó hasta 1753, aunque los pagos se dilataron hasta 1756.

 

 

 

Una de las mejores obras de Hita es sin duda el Cristo de la Caída que se venera en la iglesia del Ex-Real Convento de la Concepción, hoy de San Francisco de Asís de Santa Cruz de La Palma. De todas las esculturas sevillanas conservadas en los templos canarios, pocas cuentan con una historia tan singular como esta bella hechura de candelero, que en sus orígenes tuvo ermita propia en la Calle Real.

Dicha ermita fue víctima, a mediados del siglo XIX, de un incendio del que se logró salvar la imagen de Hita junto con otra del Cristo de las Siete Palabras, hoy en la Parroquia Matriz del Salvador. Tras dos siglos de existencia, la capilla fue pasto de las llamas y su solar adquirido por el municipio. También se salvó una cruz dorada que se encuentra colgada en una de las paredes de la ermita de San Sebastián. En el archivo de la Parroquia Matriz se halla el expediente de "subasta de solares que ocupaban ermitas incendiadas". Fernández García confundió -como nos recuerda Pérez García- la situación del templo, que ubicó en lo que hoy es Plazoleta Vandale y antaño otro inmueble de la fundadora. En realidad ocupaba el solar de la casa señalada actualmente con el número 12 de la calle Pérez de Brito.

El nombre del "más diestro artífice" sevillano que esculpió el Cristo de la Caída pudo ser conocido por la firma que tiene grabada en su espalda: "D. BENITO DE HITA I CA/STILLO Fesit/SEVILLA/1752". Hernández Perera dice que conoció esta transcripción gracias a "mi maestro don Juan Álvarez Delgado, catedrático de la Univesidad de La Laguna". Se trata, por tanto, de una obra firmada y fechada de Benito de Hita y Castillo.

Pérez Morera nos informa que, en octubre del mismo año de 1752, Felipe Manuel Massieu de Vandala, sobrino de doña María Massieu, daba orden desde La Palma a los señores don Juan Fragela y don Pablo Capitanachi, comerciantes sevillanos, para que en esa ciudad abonasen a Pedro Massieu la cantidad de 200 pesos, de a 15 reales, "los mismos que me ha entregado aquí mi señora y tía doña María Massieu y Monteverde", dinero destinado, posiblemente, al pago de la imagen del Cristo.

El Señor de La Caída, como también se le conoce en La Palma, tiene tan sólo tallados cabeza, pies y manos, aparte de la cruz, como era frecuente en el siglo XVIII. Destaca de la imagen la anatomía perfecta de sus miembros que quedan al descubierto, así como el rostro jadeante, expresión del máximo dolor. La expresión angustiada de su rostro, la actitud humillada de su cuerpo, con la mano izquierda apoyada en el suelo, y los hombros cargados con el peso de la cruz, acreditan un hábil imaginero que todavía en el XVIII parece militar en la estela de Pedro Roldán, con bastantes recuerdos de Juan de Mesa. La cruz original que portaba fue sustituida por otra nueva, más grande, con unos remates dorados, elaborada por artesanos palmeros. La primigenia aún se conserva colgada de una de las paredes laterales de la capilla de San Nicolás de Bari.

Según la intención de su donante, la escultura debía mover "a la mayor devoción". Pérez Morera nos informa que, para lograr ese deseo, el imaginero intensificó "los efectos realistas, mediante la utilización de postizos, como ojos de cristal, vestidos y cuerdas, corona de espinas natural... El resultado es la sensación de que la imagen está viva y que se dirige al fiel. La boca entreabierta, exhalando un quejido, los ojos pronunciados, los pómulos salientes y el entrecejo marcado expresando fuerte dolor", son algunas de sus más importantes características que lo acreditan como un "hábil imaginero".

En palabras de Rodríguez Perdomo, la efigie tiene "una mano manteniendo la cruz firme sobre su hombro, la otra, apoyándose en una piedra para mantener el equilibrio. Su cabeza gira hacia la izquierda buscando la mirada de todos los que le acompañamos". Facundo Daranas, al referirse al Cristo, lo describe "de anatomía perfecta y su rostro, jadeante, expresa el máximo dolor, tristeza y patetismo (...) y es una de las imágenes más importantes con que cuenta la Semana Santa en Canarias".

 

 

Pérez Morera informa detalladamente de la llegada de la imagen al puerto de Santa Cruz de La Palma, debida a los estrechos vínculos que unieron a la poderosa familia Massieu con Sevilla. Recordemos las palabras de doña María Massieu al hablar de su hermano, don Pedro Massieu y Monteverde, que fue oidor y más tarde Presidente de la Real Audiencia de Sevilla. Tras su muerte, acaecida en 1755, fue enterrado en la capilla del Nazareno que había edificado en el claustro del convento hispalense de San Francisco el Grande.

Este mecenas había enviado a La Palma una de las mejores embajadas del barroco sevillano, compuesta por las esculturas de los mejores imagineros del momento, así como un largo catálogo de ornamentos para el culto, azulejos, placas de cerámica con el escudo familiar, valiosas piezas de orfebrería, tejidos, etcétera. El panteón funerario de la saga Massieu se ubicó en la capilla de San Nicolás de Bari de la iglesia de San Francisco, junto a la hornacina donde actualmente se ubica el Cristo de la Caída. En el magnífico retablo se encuentran cinco esculturas, enviadas por don Pedro desde Sevilla en el año 1724.

Pérez Morera desveló también nuevos e interesantes detalles acerca del encargo del Cristo de la Caída. Inicialmente se había pensado en Duque y Cornejo (1678-1757) para llevar a cabo su ejecución, "brillante epígono del linaje de pedro Roldán y contemporáneo de don Pedro Massieu y Monteverde (1673-1755), lo que no tuvo efecto por causa de la vejez del imaginero". Así pues, en una carta fechada en la capital palmera el 6 de febrero de 1753, María Josefa Massieu y Monteverde, contestando a una misiva de su hermano, escribía a éste: "Veo que auiéndose dilatado el maestro Cornejo y en attención á su vexés, se encargó a otro la ymagen del Señor, que se queda haciendo con todo cuidado, que estimo a mi hermano el desvelo que tiene en ello y deceo tener el gusto de que venga luego para el consuelo de dexarlo en mis dias colocado en su hermita".

A este maestro María Massieu le había encargado la imagen de Santa Teresa de Jesús, a la que llamaba "mi devota", solicitada a su hermano en junio de 1733 y que mide "una vara de alto". Actualmente ocupa el pequeño ático del retablo del Sagrado Corazón en la Iglesia de San Francisco. Del mismo modo, consta del propio puño y letra del oidor de Sevilla que, el 15 de junio de 1724, Pedro Massieu había dado al maestro Cornejo 20 pesos a cuenta de "tres santos que tengo ajustados en 84 pesos" .

En otra carta fechada el 10 de agosto de 1751, María Massieu reitera a su hermano que la imagen "sea de lo mexor, y como ha de ser de vestir no tendrá tanto que haser y deceo que quede lo más deuoto que pueda ser, porque en esso y en el adorno del templo suele motiuar el mayor culto y deuoción y yo en lo possible lo he de procurar”. María, enferma un año después, el 28 de octubre de 1752 envía nuevamente otra carta a su hermano donde le dice que "no omita ocación de escribirme, pues en ello tengo mucho consuelo y me avize de la ymaxen de nuestro señor, la que deceo con gran ansia, pues con su santísima presencia quedará este corazón fuera de amarguras y agonías". El 30 de octubre de 1753 expresa el "desconsuelo de la tardanza y el disgusto que me causa el que no aya llegado nuestro Señor". Pérez Morera incluye la gratitud hacia su hermano por el cuidado "desuelo y expreciones en los encargos de la hermita que con tan buena dirección, bien me persuado, será la ymagen de nuestro Señor como mi hermano me expresa, peregrina y que conmueba a tanta deboción".

 

 

 

El 19 de noviembre de 1753 llegó la anhelada imagen a la capital palmera, produciendo en todos, según escribe don Nicolás Massieu y Salgado, la mayor admiración: "las esculturas y demás encargos de la hermita de mi tia llegaron después de tantas demoras y se desembarcaron aier sin auería de concideración. La ymagen es peregrina y ha suspendido a todos y de resto lo demás con acertada elleción que reconocemos a el acierto y cuidado de Vuestra Merced". Sin embargo, doña María Massieu, que había quedado completamente ciega desde 1748, no pudo tener la dicha de contemplar la imagen por la que tanto había suspirado, y "por no poder mirar a nuestro señor con los ojos corporales vivo muriendo en esta pena".

Así lo había dicho a su hermano en carta fechada el 20 de febrero de 1754. Como alivio ante tanta desgracia, la imagen fue instalada en la casa de la dama hasta que la ermita estuvo acondicionada. En concreto fue colocada en una habitación contigua a la del dormitorio de la aliviada doña María. Pero, a pesar de ello, "la total falta de vista y la torpeza en todo el cuerpo le impedían mantenerse en pie para que de mano me pazen al otro quarto en donde está el señor y aunque hize un carrito para me llebaran en él no me ha seruido".

La escultura llegó vestida con una fabulosa túnica de terciopelo rojo bordada en hilo de oro, "obra de los talleres de bordado sevillanos del momento", y lleva en su cabeza incrustadas tres grandes potencias de plata labrada, también procedentes de atelieres de orfebrería hispalenses. Doña María manifestó en una carta también su complacencia a su hermano en lo "que vuestra merced me dize de ser lo mejor de tercipelo, bordada o galoneada, que de tela de lampazo (tejido labrado en sedas y metales preciosos con flores y dibujos) la túnica del Señor Nazareno y me sienta mejor por ser más particular del pazo, más graue y propia. Y assí puede disponerla mi hermano como mejor le paresca, que siempre llegará a tiempo de la primera función, según lo que lleuo expresado. Y quiera Dios que no traigan auería los cajones, especialmente el de nuestro Señor, con cuio cuidado estoi por resultas de tanta tardanza y considerar a S. M. sobre aguas del mar tanto tiempo y en una embarcación ingleses. Dios me dé el consuelo de que venga breue y a mi hermano me de vida y guardo como desseo...". Esta túnica aún se conserva en las dependencias parroquiales. Es la misma que vestía la imagen cuando llegó a la Isla de La Palma y es de gran calidad, tanto el terciopelo como los bordados de oro.

La familia Massieu, agradecida y admirada por la obra del maestro sevillano, no dudó en realizarle más encargos. Entre estos cabe destacar las esculturas del oratorio familiar de los Massieu: San José con el Niño y la Inmaculada Concepción, ambos de 1758, así como un Niño Triunfante sobre el Mundo (1759). La primera se conserva en el Museo de Arte Sacro de Los Llanos de Aridane y las otras dos en Santa Cruz de Tenerife.

Gracias a la generosidad de don Felipe Manuel Massieu, podemos contemplar las esculturas de San Miguel Arcángel y San Antonio de Padua entronizadas en el retablo mayor de la parroquial de San Juan Bautista, del municipio palmero de Puntallana. Ambas tienen la firma de Hita y Castillo bajo la peana y la fecha de 1773.

También es autor de la Virgen del Carmen de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Barlovento. En la Parroquia Matriz de El Salvador se hallan otras dos imágenes: San Juan Nepomuceno, actualmente en una urna en el bajo coro, y el San José y el Niño, hoy en día en la sacristía gótica. El pequeño San Miguel, representado batiendo al Demonio, de la Parroquia de San José de Breña Baja, y otro San José, propiedad particular de la familia Castillo Olivares y Sotomayor (Argual), son igualmente obras suyas.

 

 
 
Firma de Hita bajo la peana del San Miguel de Puntallana

 

FUENTES

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