EL GRECO. IV CENTENARIO (XVIII)
SAN JUAN EVANGELISTA

Alberto Szpunberg y Alberto Cañagueral


 

 

El libro del Apocalipsis o Apocalipsis de San Juan es el último del Nuevo Testamento y considerado por la mayoría de los estudiosos como el único libro del Evangelio de carácter exclusivamente profético. La cantidad de símbolos, eventos y procesos que el texto contiene complica la tarea de comprender la totalidad de la revelación y, como tal, ha sido objeto de numerosas interpretaciones.

El óleo sobre lienzo La Visión de San Juan (222,3 x 193 cm), que cerraba el ciclo abierto con la Anunciación, llevó a El Greco a leer el libro del Nuevo Testamento detenidamente, y su complejidad simbólica lo impactó, sin duda, a la hora de abordar el tema. Para su ejecución, El Greco optó por un desarrollo sinóptico; es decir, reunió en el mismo espacio y tiempo episodios y escenas no simultáneos. Este recurso no solo fue hacer gala de una economía de medios, sino estar a la altura de un libro donde la secuencia narrativa no es el elemento principal. Por lo tanto, dispuso en un solo relato la visión del evangelista Juan con la resurrección de los muertos, a los cuales dos ángeles les reparten túnicas blancas, color que en el mismo Apocalipsis se asocia con la pureza y la victoria. De este modo, El Greco unificó la promesa de la resurrección con su cumplimiento.

Los críticos y estudiosos identifican la imagen de los resurrectos que aparecen en La Visión de San Juan con la correspondiente a la apertura del Quinto Sello en el texto bíblico. Por lo tanto, se trata de la resurrección de los mártires que, por su condición de tal, comulgan con la santidad. Las formas alargadas y ondulantes de sus cuerpos reafirman que se trata de seres a los que les es ajena la carnalidad terrenal.

La obra, pintada en torno a 1608-1614, se conserva en The Metropolitan Museum of Art de Nueva York. En 1614, al morir El Greco, su hijo Jorge Manuel redactó el primer inventario de su obra, donde clasificó La Visión de San Juan como cuadro "solo bosquejado". Sin embargo, excepto algún sitio donde es visible la imprimación, puede considerarse terminado. Es interesante observar cómo la figura de San Juan se muestra gigantesca: sus rodillas se asientan sobre la tierra aplomadamente, a la vez que sus manos rozan el cielo. De hecho, su cuerpo se impone sobre la totalidad del espacio pictórico. Su túnica es azul, color que el mismo texto bíblico atribuye a la gloria celestial. Sobre el suelo yace otra túnica, de color rojo, color que el Apocalipsis asocia con la violencia.

Detrás del primer plano que ocupa San Juan Evangelista, aparecen los resucitados, que se mueven como espectros. El Greco se ha desprendido de todo realismo y alcanza cotas de verdadero expresionismo. Los colores disonantes, las tinieblas envolventes y el clima inquietante que transmite la escena refleja el mundo interior de un artista formado en el arte del Renacimiento y que, influenciado por el humanismo de su época, no disociaba la plástica de la literatura y el pensamiento filosófico.

El tema de San Juan Evangelista fue abordado por El Greco en numerosas ocasiones. Hacia 1600 lo pintó para su último Apostolado (imagen inferior) siguiendo la tradición iconográfica que muestra al apóstol en plena juventud, imberbe. La composición de este óleo sobre lienzo (99 x 77 cm), conservada en el Museo Nacional del Prado de Madrid, es sencilla y habitual en El Greco, quien se apartó del tratamiento medieval para mostrar a los evangelistas plenamente individualizados, con vida propia. Despojado su arte de todo sentido ornamental, el pintor cretense se interesó por la captación psicológica de cada uno de los personajes, en quienes, en función del relato del Nuevo Testamento, trató de desentrañar sus auténticos estados de ánimo. En su mayoría, esta saga de evangelistas está cargada de tensión. Las figuras se muestran inestables e inquietas hasta el punto de que, según algunos testimonios, El Greco habría buscado modelo en el Hospital del Nuncio, establecimiento psiquiátrico toledano. Allí habría imaginado los rostros angulosos, delgados, con ojos vidriosos y labios rojizos, que contrastan con la serenidad que imprime a las representaciones de Cristo.

 

 

FUENTES: AA.VV. El Greco. Colección "Grandes Maestros de la Pintura"
publicada en el año 2008 por el diario Público, Barcelona, 2008, pp. 46-47 y 58-59.

 

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