GRECIA. FUENTE DEL ARTE OCCIDENTAL (IX)
MITOS

Con información de José Marín-Medina


 

"Aquel de los dioses que primero enseñó a los hombres las artes, les entregó al mayor de los males."

Antífanes de Macedonia

 

     
     

Poseidón o Zeus

Hacia 450 a.C.
Bronce
209 cm de altura
Museo Arqueológico de Atenas

Venus (Afrodita) de Milo

Inspirada posiblemente
en una obra de Lisipo
Mármol de Paros (202 cm de altura)
Museo del Louvre de París

 

El mito de los dioses se concretó, en efecto, en Grecia. Los griegos humanizaron lo divino y concibieron sus dioses como ídolos maravillosos con espléndidos cuerpos y excelsas cualidades, humanos en sus pasiones y sus dioses, a la vez que elevadamente simbólicos en sus características. Y de la mitología, que es el relato de los mitos, surgió un brillante florecimiento de obras de arte: la historia de los dioses fue cantera inagotable de magistrales creaciones pictóricas, espléndidas estatuas esculpidas en mármol y en bronce, vigorosos dramas de perfumado lirismo, e inmortales y grandiosos poemas épicos.

Los dioses de los griegos no eran seres perfectos, atribuyéndoles el pueblo los mismos vicios que a los hombres: la ira, la envidia, la crueldad... Con el fin de aplacarlos, se les ofrecían sacrificios y se les dirigían plegarias, libaciones, votos pacíficos... Se libaba vertiendo agua o vino sobre la víctima, la mesa o el suelo.

Los sacrificios sangrientos revestían gran solemnidad. Las víctimas, que por lo común eran cabras, ovejas y cerdos, debían ser jóvenes y robustas. La víctima era adornada para la fiesta y purificada con agua salada. Los sacerdotes se lavaban las manos en una jofaina y rezaban, elevando al cielo una pasta de harina de cebada, agua y sal. Luego esparcían la cebada consagrada sobre la cabeza del animal y arrancaban de su frente unos pelos que arrojaban al fuego. Por fin, alzando hacia atrás la cabeza de la víctima, la inmolaban.

En las grandes solemnidades se celebraban las llamadas hecatombes, o sea sacrificios de cien bueyes u otros animales que ofrendaban a los dioses. También se llamaba hecatombe a todo sacrificio en el que las víctimas eran numerosas. También se celebraban los misterios, unos cultos de los que no debían hablar los que no habían participado en ellos. Los más celebrados eran los de Eleusis, en honor de Deméter o de Dionisos. Se organizaba una procesión con la estatua de esta divinidad, a la que acudía el pueblo recitando plegarias y cantando himnos. De noche se encendían hogueras y se bailaban a su alrededor danzas sagradas.

La voluntad de los dioses se interpretaba consultando los oráculos de los santuarios, los más famosos de los cuales eran el de Dodona, dedicado a Zeus, y el de Delfos a Apolo. El primero estaba situado en un bosque de encinas y el murmullo de sus frondas agitadas por el viento era considerado como la voz de Zeus. El de Delfos estaba situado en un grandioso barranco, cerca de las laderas del monte Parnaso; una pitonisa, exaltada por la emanación de unos vapores que brotaban de la profundidad, pronunciaba palabras y frases incoherentes, que se interpretaban como la respuesta de la deidad a la que consultaban los gentiles para conocer el futuro.

Los helenos fueron los más asombrosos creadores de fábulas. Inventaron fantásticas narraciones sobre el origen de sus ciudades y de sus artes: Argos, Micenas, Tirinto... de las que solo perduran restos gigantescos y murallas, habrían sido fundadas por héroes míticos, hijos o nietos de Zeus -padre de los dioses-, ayudados por otros dioses menores. Pero los griegos no inventaban nada sin una profunda razón ni sin un símbolo: las grandiosas murallas de Tirinto y Micenas, el tesoro de los atridas y el laberinto fabuloso de Creta, pertenecen al periodo remoto de la civilización griega. Otros trabajos de la edad heroica, del tiempo descrito por Homero en sus poemas, muestran que el arte griego estaba ya muy evolucionado.

Con el arte griego el sombrío misticismo oriental se desvanece. Por primera vez los hombres son representados desnudos, en plena libertad, con las formas armónicas, la cintura flexible, los movimientos enérgicos; el estudio anatómico de los músculos es cuidadoso y se atiene a un agudo sentido de las proporciones.

Por otro lado, el arte griego representa las guerras y las victorias sobre los otros pueblos bajo la forma de mitos, en los cuales el elemento positivo, el más civilizado, es el que debe salir victorioso; se trata de representaciones de luchas entre dioses y gigantes, de la centauromaquia o de la amazonomaquia. De otra parte, la fuerza gestual de Apolo o del Zeus de Olimpia se refiere directamente al poder como una expresión monárquica, solo que a través de imágenes indirectas.

El gran acierto del pueblo griego estriba en haber hecho del hombre proporcionado y equilibrado la medida de todos sus actos, incluso de los religiosos, dándonos una visión antropomórfica de la divinidad en una mitología por demás original y singular, que fue directamente adoptada por el pueblo romano.

 

 

Los griegos fueron los primeros en secularizar el misterio insondable y fascinador de lo numinoso, ayuntando a los dioses con los hombres, y también otorgando a los héroes unos dones supremos, como el de la vida de la fama o el de la inmortalidad.

Movidos por un afán de gloria estos héroes se esforzaban en gestas y en luchas sobrehumanas, y si cometían pecados o desafueros nunca lo hacían por malicia, sino por pasiones excusables o accidentes desafortunados. Por eso sus vidas resultan no sólo heroicas sino también ejemplares -paradigmas de virtudes-, y su pertenencia a las horas intemporales del mito les procura una inmarcesible juventud.

En esos antiguos méritos los mantiene el artista David Trullo (Madrid, 1969) y, sin apartarlos un ápice de lo mítico, nos los presenta en series fotográficas suyas como Inverted o Underwear (imagen superior, Apollo, 2003) más vivos y eficaces que los propios personajes históricos; por eso, y por ejemplo, visten y calzan prendas de marca, cuando no se representan gloriosos en el desnudo.

 

Fotografías superiores de Bruce Allardice y Francesco Dazzi

 

FUENTES: CID PRIEGO, Carlos. "La Leyenda de los Dioses", "Costumbres de los Pueblos Antiguos" y "El Arte Antiguo", volúmenes I (pp. 376-377), II (pp. 481-484) y III (pp. 588-594) de Uteha, Barcelona, 1970; AA.VV. "Sociedad y Arquitectura en la Grecia Clásica", en "La Antigüedad Clásica", volumen II de Historia del Arte, Barcelona, 1997, p. VIII.

 

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