LA OBRA DE JUAN GONZÁLEZ MORENO (I)
SANTO ENTIERRO - CARTAGENA

Antonio Zambudio Moreno


 

En 2008 se cumple el centenario del nacimiento de Juan González Moreno,
para muchos el mejor escultor murciano del siglo XX. En
La Hornacina nos sumamos
a la conmemoración con un especial que analiza parte de sus obras más señeras

 

Murcia, junto con Andalucía y Castilla, conforman el conjunto de escuelas escultóricas más importante de la Historia del Arte Español. En la primera de ellas, con la construcción de la fábrica catedralicia como punto de referencia, se origina allá por el siglo XVI, con el buen hacer de Francisco y Jacobo Florentino, además de la creatividad y calidad del gran escultor Jerónimo Quijano, una corriente artística que absorbe sin ningún género de dudas las ideas y fundamentos del Renacimiento Hispano.

Tras un largo paréntesis, la llegada del Maestro Estrasburgués Nicolas de Bussy en las postrimerías del siglo XVII relanza la plástica escultórica en la zona de Levante, generando y creando tipos y obras que se mueven dentro de los modos centroeuropeos, si bien sabe adaptar sus creaciones a la piedad y ascetismo español.

Tras él, otros escultores venidos de fuera en los inicios del XVIII como es el caso del napolitano Nicolás Salzillo y del marsellés Antonio Duparc, además del contacto comercial y social con Italia, lo que conlleva la llegada de tallas que resultan trascendentales para el devenir del arte en Murcia como son la Virgen de la Maravillas, Patrona de Cehegín, y la Virgen de la Caridad que a su vez lo es de Cartagena, generan la entrada de unas corrientes artísticas europeizantes que enlazan directamente con la plástica de Puget y Bernini, lo que supone un paso trascendental y significativo en la consolidación de una escuela escultórica en el Reino de Murcia, una escuela que alcanza su culmen y punto más álgido con la creación suprema del maestro barroco Francisco Salzillo y Alcaraz, hijo de Nicolás, el cual bajo un prisma que conjuga realismo y belleza ideal, sabe llegar y tocar el alma del pueblo, originando un arte popular y único dentro del siglo XVIII en la Península.

Tras su fallecimiento en 1783, su estela es seguida por cantidad de discípulos y prosélitos artistas que surgen de su taller como el gran Roque López, su continuador el caravaqueño Marcos Laborda, Sánchez Araciel y su hijo Sánchez Tapia, Santiago Baglietto o los más recientes en el tiempo José Sánchez Lozano y Antonio Labaña Serrano. Todos ellos eran continuadores de un gran maestro como fue Francisco Salzillo, admiradores que siguieron ejecutando obras bajo el prisma de lo impuesto por el gran artista de origen italiano, sin duda llevados por el deseo de un pueblo, de unas gentes que anhelaban la obra del gran referente artístico de la historia de Murcia, con lo cual puede considerarse que fueron artistas esclavos de un determinado y arraigado estereotipo y modo escultórico. De esta forma, surgió el agotamiento del modelo, algo similar a lo acontecido en Castilla tras la desaparición de Gregorio Fernández, lo que llevó a una descomunal repetición de tipos.

En la Contienda Civil Española, la Región de Murcia sufre una gran cantidad de destrozos y pérdidas en bienes artísticos causados por la barbarie y la sinrazón, motivo por el cual, tras la finalización de la guerra, hay que reparar y sustituir lo dañado y lo perdido, lo que conlleva una enorme demanda en la creación de obras de arte, principalmente escultóricas.

En esa faceta destacan especialmente las que podemos considerar "águilas" de la escultura murciana del siglo XX, José Sánchez Lozano y Juan González Moreno. El primero, como ya se dijo, es un continuador, un seguidor de los patrones salzillescos, si bien ello no es óbice para considerarlo como un buen artista, honesto, generador de belleza y capaz de crear tallas que por sí mismas poseen una gran enjundia artística. Ahora bien, el auténtico genio creador, el escultor con mayúsculas, el hombre que supo caminar por el sendero de la escultura y la creación configurando una impronta propia es Juan González Moreno.

Nacido en la villa de Aljucer, a 3 kilómetros de la ciudad de Murcia, el día 11 de abril de 1908, ya siendo un niño mostraba su buen hacer y su habilidad para crear imágenes en barro, material que utilizaba gracias a su pervivencia y vida en la huerta murciana, en la cual las acequias proliferaban y le suministraban este elemento.

Fue un hombre culto, inquieto, con deseos de aprender, de evolucionar, y así lo hizo gracias a su capacidad para absorber conocimientos y beber de distintas fuentes, lo que motivó que finalmente se transformara en un escultor completo, dominador de varias tendencias y tipos. Admirador de Francisco Salzillo, como no podía ser de otro modo, comienza su devenir creador bajo el prisma de lo salzillesco imperante en Murcia, si bien es capaz de dotar a sus tallas de una calidad escultórica y un carácter extraordinario, propio, como son los casos de la Dolorosa que hizo para su localidad y el Cristo de la Agonía de Cieza.

Tras esos comienzos, su inquietud, sus ganas de progresar, su modo de entender el arte, le lleva a realizar visitas a Valladolid, dónde conoce la obra del gran escultor Gregorio Fernández y sobre todo lleva a cabo dos viajes a Italia que suponen un punto de inflexión en su carrera y en su proceder artístico. Allí conoce los modos y maneras de los grandes maestros del Renacimiento, queda admirado de la magnitud de Miguel Ángel, conoce las obras antiguas de los museos Vaticanos, y admira el arte de Bernini y su barroquismo.

Tras su segunda estancia en tierras transalpinas, en 1952, y su posterior viaje a París en 1955, inicia su etapa de madurez, en la cual lleva a cabo sus mejores creaciones y la culminación de su arte. De esta época destacan las obras que lleva a efecto para la Cofradía de la Sangre de Murcia, "Las Hijas de Jerusalem" y el "Lavatorio", así como el Descendimiento para la Semana Santa de Burgos, encargo de la Caja de Ahorros Municipal, pero el apogeo de este proceder, una manera nunca vista en tierras mediterráneas influenciada por diversas tendencias, es la realización del Entierro de Cristo para la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Cartagena, la conocida como Cofradía Marraja, grupo procesional finalizado en 1959.

Es una escena en la cual se denotan e intervienen varias tendencias, pues en ella es patente el carácter de la escultura hispana y a su vez se dan connotaciones del más puro Renacimiento Italiano. Este grupo procesional, compuesto por seis figuras, viene a configurar plenamente el desarrollo y estilo del Cortejo Marrajo de Viernes Santo, relacionándose e integrándose perfectamente en el sello impuesto por el gran escultor José Capuz a dicha procesión, existiendo una perfecta sincronía con el carácter del artista valenciano. La obra de González Moreno es atrayente, sugestiva, de una calidad asombrosa, con una interrelación en los personajes sabiamente resuelta y una disposición espacial perfecta.

De pulcra y estudiada policromía, con una aplicación de colores y tonos que resaltan la figura central de Cristo y el sudario que lo envuelve, un Cristo mórbido, de faz sufriente, alargada, de gran expresividad, ojos entreabiertos, inspirado en las imágenes que el gran Gregorio Fernández tallara en sus representaciones pasionales. El cuerpo está sabiamente resuelto y ejecutado, cayendo inerte por el peso de la muerte, un Cristo cuyas manos son sostenidas por la Virgen y San Juan, figuras de un marcado acento clásico que contrastan con la actitud más declamatoria de la Magdalena, dispuesta en actitud de súplica y arrodillada. Pero sin ningún género de dudas, el centro neurálgico de la escena es el "subgrupo" que compone la propia figura de Cristo y José de Arimatea, que sostiene a aquel por las axilas.

La escultura del Santo Varón es plenamente clasicista, de policromía sabiamente aplicada en un tono azul oscuro que sirve de contraste con la palidez de Jesús. Recuerda plenamente la estatuaria clásica del gran Miguel Ángel Buonarrotti en sus representaciones de la Piedad Rondanini y la Piedad Palestrina. Es una talla majestuosa, con una caída de paños y unos ángulos trazados de manera genial, de rostro poseedor de una tremenda expresividad y facciones muy marcadas, representa el más alto grado de valor escultórico dentro de este magnífico grupo. Finalmente, para cerrar la composición, arrodillado a la derecha de Cristo se encuentra Nicodemo, en actitud de recoger el Santo Sudario y en una disposición equilibrada.

En este grupo procesional, Juan González Moreno puede decirse que definitivamente "echó el resto", resultando una obra que merece por méritos propios entrar de lleno en la historia del arte procesional español, pues es dinámica y a su vez pausada dependiendo del lugar a donde dirijamos nuestra mirada, y siempre bien resuelta independientemente del punto de vista que se adopte para su contemplación, poseedora de gran dinamismo y a su vez transmisora del momento trascendental de la muerte de Jesús. Una figura la de este escultor capaz de crear composiciones como ésta, conjugando distintas tendencias y elementos que le hacen ser uno de los grandes genios creativos del siglo XX dentro de la escultura española.

 

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