GEORGES BRAQUE. 50 ANIVERSARIO
JARRA Y TRES BOTELLAS

Julián Gallego


 

 

Nacido en Argenteuil, uno de los paisajes preferidos por los impresionistas, en el año 1882, Braque "desconoce el descanso y cada uno de sus cuadros es el monumento de un esfuerzo que nadie había intentado antes de él", según escribe Apollinaire en el prefacio del catálogo de esa exposición del año 1908 que dará motivo a Vauxcelles para hablar de cubos. Exposición, por cierto, con paisajes de los mismos escenarios meridionales ya tratados por el "padre" Cézanne en el pueblecito pesquero de L'Estaque, cerca de Marsella.

Picasso pintará los de Horta de San Juan, a orillas del Ebro, en tonos pálidos, descomponiendo todos los planos, cuya perspectiva contradice, en ocasiones, las tradicionales líneas de fuga hacia un punto del horizonte. La preocupación de los cubistas es terminar con el cuadro concebido como algo que se mira a través de la ventana del marco y que está fuera, lejos. Ellos quieren sacar los objetos del marco, hacerlos intervenir en el espacio mismo del pintor; quien, por otra parte, no se contenta con contemplar el modelo de lejos y bajo de un punto de vista inmóvil, sino que da vueltas en su torno, ofreciendo una ensalada de sus impresiones y recuerdos, lo de delante, lo de detrás, como el niño que abre a su capricho un poliedro de cartón.

Para estas anotaciones, el paisaje no es lo más adecuado: a los cubistas no les interesa la luz del sol, ni la atmosfera, ni el temblor del aire en las hojas, ni las sombras coloreadas por el reflejo de los colores vecinos, ni nada de lo que apasionaba a los impresionistas. Por ello, pronto los padres del Cubismo, Picasso y Braque, abandonan el paisaje, por más que los troncos les ofrezcan cilindros, que los montes les ofrezcan conos y pirámides, que los edificios les brinden cubos, para volver a los talleres.

Y es que el Cubismo es un arte mental, más que puramente visual. Un arte que se elabora en silencio y a solas. Como referencia a lo real, basta un bodegón; es decir, unos cuantos objetos de los más corrientes, puestos en una mesa: un frutero, una copa, una botella, unos naipes, una pipa, un periódico, etcétera.

Con esos pobres elementos, Braque y Picasso hacen infinitas combinaciones como la obra que ilustra esta entrega: el óleo sobre lienzo (46,5 x 38,5 cm) Jarra y Tres Botellas, conservado actualmente en el Stedelijk Museum de Ámsterdam, que Braque pintó en el año 1908 empleando tonos apagados y oscuros (ocres, verdes y grises) recién terminadas sus primeras pinturas cubistas. Es como un juego de manos, un juego mental. En los innumerables filos y esquinas de esos objetos, el pintor hace brillar ya no la luz del sol, sino la de la mente.

 

FUENTES: GALLEGO, Julián. "El Cubismo", nº 6 de Los Ismos en la Pintura,
colección publicada por el rotativo ABC, Madrid, Prensa Española, 1975, pp. 3-5.

 

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