PEDRO Y LOS LOBOS

Alejandro Cerezo (10/06/2015)


 

 

Ha muerto Pedro Zerolo, y cualquier hombre de bien debe rezar a su Dios, a su ser superior, o al destino, para que acoja con los brazos abiertos a quien tanto se partió la cara, tan evangélicamente, por los perseguidos y las personas con menos derechos. ¿Que luego cada uno pueda matizar lo que le plazca acerca de su filosofía política? Sólo faltaría. Pero muchas veces hay que ampliar nuestras luces de alcance, y saber buscar el fuego que, en las buenas gentes, nace ante las desigualdades y promueve actuaciones y propuestas concretas.

"No se le puede llamar matrimonio", se decía. Bueno, si así lo piensa, vale; pero ya me dirá usted si dos chavales o chavalas que se quieren, estabilizan su amor y hacen proyectos en común, no van a querer tener un vínculo oficial de cara a la sociedad, a la vida y, también, a la muerte. ¡Si el problema de todo fuesen los nombres que se les ponga a las cosas!

El mundo LGTBI, que es el mío y el tuyo, porque es el mismo mundo de todos, encontró en Zerolo uno de los muchos gestos de visibilización -y civilización- necesarios ante la sociedad general. Porque, ¿qué es si no la homosexualidad sino, simple y llanamente, una preferencia en lo afectivo? ¿Por qué tantas personas construyen todo un universo filosófico, político, religioso, moral en torno a algo que es mucho más sencillo?

Y es que a veces hablamos de los homosexuales como si estuvieran en otra dimensión de la realidad cuando, como rubios, zurdos, musulmanes y personas con ortodoncia, todos nos mezclamos y mimetizamos en una sociedad que no puede perder más tiempo en marcar con fuego las condiciones de cada uno.

Asunto distinto es la postura que tome la Iglesia y otras confesiones. Que la Iglesia es contraria al matrimonio homosexual lo sabemos. Pero cuidado con hacer valoraciones ligeras y amarillas, que recuerdo que en la Iglesia, desde la práctica más que desde la teoría, está dando muestras de su heterogeneidad y libertad de pensamiento más que muchos partidos políticos, que filtran y controlan las declaraciones hasta de su número dos. Cualquier cura, monja o seglar puede salir a la palestra con posturas abiertamente progresistas o conservadoras y, aunque no son voz oficial de la Iglesia, sí son la voz de personas que son parte de la Iglesia.

Todo desde el sentido común, claro. Lo que no tiene nombre para un creyente es utilizar el nombre de Dios en vano, como aquel cura de León, el tal Jesús Calvo, que sugirió que el cáncer de Pedro Zerolo era un castigo divino. Ése que diga lo que quiera en su caverna pero, como fiel, no me gustaría verlo consagrar más en un altar porque, después de matar, usar la muerte como aliada es lo más vil a lo que puede aspirar un ser.

 

Nota: La Hornacina no se responsabiliza ni necesariamente
comparte las opiniones vertidas por sus colaboradores en la web.

 

Volver          Principal

www.lahornacina.com