MARUJA TORRES

Jesús Abades


 

 

Lo único positivo de la invasión de infumables advenedizos que padece el periodismo español lo encontramos en la constante revalorización y reivindicación de sus más grandes figuras. Es el caso de esta reportera dicharachera de intensa trayectoria, que también ha conseguido enganchar al personal (aunque algunos la preferimos mucho más como periodista que como escritora) gracias a sus incursiones literarias. Para confirmarlo, baste con su Premio Planeta por Mientras Vivimos (2000), gran éxito de crítica y público, o el reciente Premio Nadal por un cuento precioso y triste, según sus propias palabras, llamado Esperadme en el Cielo (2008).

Es Maruja Torres (Barcelona, 1943), además de maestra y referente para el que esto escribe, una colega siempre comprometida, sincera y auténtica con sus convicciones. Una periodista que siempre ha escrito y descrito con garra, lucidez y espíritu audaz, con los pros y los contras que ello conlleva. En definitiva, una de las mejores periodistas de España. Sus declaraciones nunca tienen desperdicio, incluso las desacertadas. En estos días, me ha encantado especialmente lo que ha dicho sin cortarse un pelo sobre la ciudadanía palestina. Así es la gente comprometida: la que aprovecha su púlpito para hablar de la gente débil que hay que defender.

Casi siempre asaltada en su carrera por una batería de agresivos "ppopulares" (como los llama), celebridades venidas a menos y los mencionados advenedizos, capaces también de cepillar cualquier corporativismo por un módico precio, Maruja Torres no ha dejado de revelar una labor honesta, una memoria de elefante (el peor azote que puede tener cualquier enemigo) y una insólita capacidad de reinventarse a sí misma. De ahí, probablemente, su inquebrantable permanencia. Por algo será que las chicas catalanas afincadas en Madrid han pasado siempre por las más sufridas. Y si ahora están afincadas en Líbano, como Maruja, ya ni les cuento. 

Apóstol del vitriolo podríamos llamar también a Maruja Torres, especialmente en su faceta de articulista (míticas ya sus series, como Hogueras de Agosto o Nosotros, a lo Nuestro), tanto por su mordaz ironía como por su fina bordería, bañada en desternillante arsénico, con las que, a zarpazo verbal mientras afila sus garras en alcohol, pone a cada cual en su sitio. En Esperadme en el Cielo, por el contrario, así como en otras de sus novelas (e incluso en parte de sus memorias), nos muestra su lado más vulnerable y rinde sentida elegía a sus grandes amigos (y hermanos) Vázquez Montalbán y Terenci Moix, referente también para un servidor.

Hurgando en su plano laboral, resulta muy sui generis el curriculum de la catalana adepta al Raval. Desde sus inicios en Pronto hasta sus labores como reportera de guerra. Maruja es recordada y admirada por muchas tareas, pero sobre todo por sus impagables escritos en El País (donde llegó a sufrir un boicot que la llevó, durante un tiempo, a exiliarse a Diario 16), que van desde la crónica social (de la que se plantó, según ella, cuando apareció el Padre Apeles) a los marasmos de la política. Y en El País y su suplemento sigue, despachándose a gusto y no olvidando nunca que los malos son malos y algunos que van de buenos, mucho peor. Como dijo Rilke, del que seguramente Maruja Torres habrá tomado nota, "todo ángel es terrible"

 

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