RETORNO A LA EXCELENCIA
Jesús Abades (18/04/2025)
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Foto: Jesús Bermejo Herrera |
En Sevilla, la esperanza es lo último que se pierde. La armonía, lo primero que tratan de recuperar sus procesiones de Semana Santa, como quien busca una segunda oportunidad tras no pocos desaciertos y en un mundo cada vez más desfigurado. Guía espiritual de una urbe que se debate entre la apuesta por lo auténtico o el abandono al turismo de patanes, la fiesta más importante -con permiso del mundanal ruido de la Feria de Abril- ha repartido innumerables referencias gracias a unas obras que reivindican la pureza del alma a través de la sensualidad más porfiada. Tras décadas de acordes y desacuerdos estéticos, fruto de experimentos tan anodinos como fallidos, se observa una voluntad en los cofrades de aproximarse a los gloriosos ideales artísticos del pasado, oteando sobre todo el idílico horizonte del periodo comprendido entre 1850 y 1930, cuando se vivió toda una apoteosis plástica entre romanticismo, regionalismo y otros ismos tan entrañables como inclasificables; la segunda en importancia tras el Barroco, menos insalubre en cualquier caso. Hoy los desfiles de la Semana Santa sevillana son como vestigios altivos y magníficos, arropados por el encanto de una Sevilla que lucha por mantenerse inmaculada pese a que durante décadas lo peor del urbanismo, la arquitectura y la restauración ha entrado en ella, y sigue haciendo de la suyas. Un espectáculo místico y visual que contrasta con la inmundicia de un presente en guerra que cercena, ya sin rubor alguno, el patrimonio cultural y humano. Al igual que otros ilustres epicentros como Málaga, Valladolid, Murcia o Zamora, tanto o más esquilmados que la capital andaluza, la Semana Santa es el esfuerzo colectivo de una comunidad organizada en torno al propósito de sacar los retablos a la calle con el mayor esplendor y llevar lo sagrado a un pueblo ávido de sus emociones. Y Sevilla, la única que ha hecho de ello su mayor seña de identidad, se empeña en demostrar que, pese a errores sin remedio aparente, la excelencia sigue siendo posible, aunque a veces interesantes propuestas creativas queden censuradas por tanto aferrarse al pasado. No obstante, los artistas también han hecho sus deberes, los imagineros se encuentran en estado de gracia, y junto a diseñadores, orfebres, bordadores y demás luminarias del mundillo están confeccionando un panorama cada vez más estimulante del que queda aún mucho por descubrir gracias a un profundo espacio de reflexión contemporánea que cada vez concilia mejor el estudio de nuevas fuentes con la larga tradición histórica que no debe en absoluto pesar como una losa. Policromías cremosas y flores de nácar, aromas orientales y telas ahogadas de lentejuelas, acacias hirientes y lágrimas sanadoras, música de peplum y velas que consumen los secretos más inconfesables... La confirmación del mayor despliegue teatral ferviente y nostálgico que, retornando a uno de los maternos vientres que ha tenido su inagotable inspiración, parece renacer nuevamente como la propia primavera en la que discurre. |