ORGULLO EN JUEGO

Jesús Abades (28/06/2016)


 

 

Si hace unos años denunciaba la lamentable situación de la homosexualidad en países como Pakistán, Irán, Uganda o Sri Lanka, en los que la mera condición de gay -no confundir con tener prácticas "ocultas", algo que en todos ellos está a la orden del día- puede suponer incluso una condena a muerte, ahora hay que extender a Rusia y otros países europeos más cercanos al nuestro -en continente, que no en pensamiento- la preocupante propagación de un entorno homófobo y hostil que solo implica un retroceso social.

España sigue siendo uno de los países más tolerantes del planeta, especialmente si lo comparamos con otras muchas zonas incivilizadas del mismo. Sin embargo, las reivindicaciones nunca serán suficientes ya que, dejando a un lado el antes y el después mundial que ha supuesto la masacre perpetrada en Orlando -a manos supuestamente de un homosexual reprimido, la base de todo homófobo-, el aumento en nuestro país de las agresiones por odio a lo largo de lo que llevamos de año, o ciertos latigazos como la intención de los grupos políticos más conservadores de censurar la exposición Orgullo de Sevilla por obscena e inmoral, nos advierten que nunca tenemos que bajar la guardia. En estos momentos quizás menos que nunca.

De hecho, este último proyecto de fotografía al aire libre, celebrado en la ciudad andaluza con motivo del Orgullo LGTBI -en el que concurrieron los fotógrafos Selu Pérez, Pepo Herrera, Alfredo de Anca, Manuel Olmedo y Julián Guerra-, acabó con pinturas homófobas en una de las instantáneas de Pérez. Nuevamente, una exposición vandalizada, el arte censurado y el trabajo del fotógrafo ultrajado.

Lo sucedido en Sevilla es digno de una obra de Kafka, tanto porque no hay mejor vía para la normalización que espantar la impresión de rareza a través de esas iniciativas -sobre todo de cara a quienes están forjando su educación sentimental-, como por el hecho de ser una de las urbes españolas más tolerantes de cara a los homosexuales; que no solo viven con amplia libertad en ella sino que participan -masivamente, incluso-, en sus numerosos eventos procesionales y por tanto religiosos, obviando completamente las procacidades que suelta una curia enferma de hipocresía que solo sabe tirar piedras sobre su propio tejado.

A nivel del ciudadano inteligente, conviene superar algunos tópicos, aparte de los religiosos, para solucionar el problema de la homofobia, como los que imponen la heterosexualidad como un privilegio o los que confunden al gay con una etiqueta, cuando la única que debe llevar todo ser humano es la de persona. Afortunadamente, se están extinguiendo los modismos y los guetos. La clave para la plena integración y la aniquilación de encasillamientos, no es abrir pseudojaulas que aíslen a tal o cual colectivo, sino espacios comunes abiertos a todos y en los que cada individuo conviva en armonía y diversidad con los demás. Por todo ello, no debemos dar ni un paso atrás. Ni en las peores circunstancias políticas con las que nos toque apechugar.

Ya sé que ciertos condicionantes no lo ponen fácil, porque entre otras cosas arrastramos siglos de represión, una educación sexual pésima, y demás lastres y lacras enraizadas en los fanatismos. Lo cierto es que, aunque tenemos mucha senda por allanar, pasos muy importantes ya se han dado. La gran activista Carla Antonelli dijo, tras la aprobación del matrimonio homosexual en España, que se habían logrado en unos años avances que ni ella misma, luchadora como pocas, había podido soñar. No olvidemos, como he apuntado antes, que en el extranjero todavía se tortura, encarcela y ajusticia a gente por su sexualidad.

Por último, no hay que pasar por alto los vetos que surgen del propio colectivo gay, en concreto de varios de sus varones, quienes de cierta manera también practican un heteropatriarcado visible en la merma de derechos que sufren las lesbianas o las personas transgénero. Ni tampoco debemos globalizar a todos los sacerdotes en la intransigencia; de hecho, aquellos que luchan por la remodelación integral del clero son quienes han abierto los ojos a muchas familias, y el propio papa Francisco -cuya integridad física no se ha visto aún lesionada por estar tan mediatizado-, ha reconocido recientemente -junto con el genocidio armenio- la necesidad de que la Iglesia pida perdón a los gays por marginarlos. Otro de sus lúcidos discursos que los de siempre no obedecerán.

 

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