SIRVA DE AVISO
José Gabriel Rabasco Aguilar (11/08/2025)
Siendo la Mezquita el monumento más importante de Córdoba, y aunque gestionado de manera privada por el Cabildo Catedral de la ciudad, que al final correrá con todos los gastos de las reparaciones a causa del incendio del pasado 8 de agosto, presupuestados aproximadamente en 1 millón de euros -con casi 22 millones y medio de euros recaudados solo en 2024, dinero no falta-, se debería extremar más aún, si cabe, las precauciones. Estas precauciones deberían incluir, por ejemplo, la revisión periódica de los mantenimientos y de las baterías de los aparatos, emplazar estos dispositivos en cuartos ajenos al monumento y disponer de un recinto de actuación rápida para el cuerpo de bomberos que esté lo más cercano posible al centro. No es la primera vez que asistimos en Córdoba a episodios de "dejadez", por así decirlo, más allá del peor de todos ellos, por desgracia ocurrido hace solo tres días en su templo más universal: Santa Isabel de los Ángeles, el asilo Madre de Dios, las tallas arrumbadas de la Magdalena, el uso como trastero de la Capilla de la Aurora, el robo de la corona de la Virgen del Rosario de San Pablo, el derribo de Santa María de Gracia, la venta de la imaginería del Convento del Corpus, la fachada de Padres de Gracia, la desaparición de los ángeles del Carmen de la Mezquita, el triunfo del Alpargate... episodios todos recalcados en Córdoba Olvidada desde sus inicios. Prever situaciones como las vividas a consecuencia del último incendio fortuito en la Mezquita debería ser primordial a la hora de establecer los planes de actuación en monumentos de este calibre, que no olvidemos son patrimonio público, de la humanidad. Y sobre todo, y atendiendo al caso, prescindir de una posible gestión privada que provoque descuidos, alteraciones o la mencionada "dejadez". No es la primera vez que la ciudad se enfrenta a un incendio intencionado o por mal estado y descuido: Santiago, la Magdalena o el antiguo retablo de la Merced son prueba de ello, siempre con pérdidas patrimoniales incuestionables que nunca son valoradas en toda su importancia. Si a esto le añadimos su empleo como armas arrojadizas para hacer políticas de odio, da como resultado un recuerdo más doloroso y volátil, si cabe. El equipo de restauradores de la Mezquita realizará seguro un trabajo tan eficiente como nuestro cuerpo de bomberos para devolver el esplendor quemado; sin embargo, y como reflexión final, aunque el patrimonio sea privado, la memoria es colectiva, y olvidar duele mucho más que reparar. Sirva de aviso. |