LOS DILETANTES VISITABAN MARLBOROUGH

Jesús Abades (29/04/2024)


 

 

Otra empresa dedicada al arte cierra sus puertas. Y en este caso son palabras mayores. Fundada hace 78 años por dos judíos errantes, la Galería Marlborough anuncia que, a finales de junio, dejará de presentar exposiciones, no representará más a artistas y legados en el mercado del arte, y cerrará sus sedes en Londres, Nueva York, Madrid y Barcelona. El inventario que atesora Marlborough, reunido durante décadas por sus responsables, será vendido, y una parte de los beneficios se donará a instituciones culturales sin ánimo de lucro cuyo fin sea apoyar a artistas contemporáneos.

Los pérfidos afectados por el complejo de superioridad -o de inferioridad, que al fin al cabo suele traducirse en una advertencia similar: huir de ellos como la peor de las pandemias-, tacharán de arrogante a Marlborough por autoproclamarse como el emporio artístico en el que, durante muchos años, nunca se puso el sol, fijando el modelo de galería internacional que predomina actualmente en el mundo del arte y definiendo el panorama internacional del arte de posguerra al establecerse en dos continentes y representar a muchos de los artistas contemporáneos más influyentes.

Pero pese a posibles acomplejados, Marlborough lleva razón: a los espacios anteriores, hay que sumar los que tuvo abiertos en Roma, Tokio, Montreal, Zúrich y Toronto, y entre sus múltiples artistas y legados encontramos nombres como Francis Bacon, Henry Moore, Fernando Botero, Lucian Freud, Oskar Kokoschka, Jacques Lipchitz, Jackson Pollock, Richard Avedon, Egon Schiele o Rufino Tamayo. Los padres del arte contemporáneo, en definitiva. A todo lo anterior se une la creación, hace unos 25 años, de una sección especializada en obra gráfica y fotografía, con la que fue también pionera sirviendo a un mercado más amplio de exigentes amantes del arte -antiguamente llamados diletantes, no sin cierta frivolidad, por los italianos- que buscaban coleccionar obras de grandes artistas a un nivel más accesible.

Marlborough era casi todo grano y apenas paja. Un sitio ideal, especialmente el de Madrid, donde todos los artistas que exponían sus obras solían valer la pena. Nada de vacíos creativos envueltos en una falsa revolución artística que ya fue ensayada desde hace siglos por auténticos maestros del arte. Marlborough apenas decepcionaba, y especialmente en sus inauguraciones, tan elegantes como cordiales, se mascaba lo ambicioso de sus apuestas, muy pocas veces fallidas.

Así, en Madrid pude disfrutar varias veces de Francisco Leiro y sus inquietantes figuras atrapadas en movimiento, criaturas de madera con las que nos sumergía en las fantasmagorías propias de su Galicia natal. También allí descubrí las mejores creaciones de Manolo Valdés y Antonio López, aunque el mayor hallazgo fue la obra de un pintor por entonces recién fallecido, gran baza de Marlborough: el chileno Claudio Bravo, quien se definía como superrealista con unas creaciones homoeróticas en su mayoría -en las imágenes pueden ver un detalle de "Vanitas" y "Antes del juego"- que tenían como referente el barroco español de Zurbarán y Velázquez para plasmar un realismo igual de exhaustivo, tampoco ajeno al vigor de Caravaggio, y una sensualidad que Bravo llevaba de fábrica por sus raíces latinas y que su residencia en Marruecos enardecía como el más exótico caftán. Por su parte, en Barcelona conocí una de las denuncias más potentes sobre el expolio y la destrucción del arte a través de Julio Vaquero, que remató su muestra con "el arte tiene que ser verdad, y si no es verdad, no vale", frase que debía ser de cabecera para cada artista.

En los meses siguientes, Galería Marlborough ampliará la información sobre el cierre de sus locales, la dispersión de su inventario y el programa filantrópico previsto. Con su cierre desaparece uno de los establecimientos históricos del sector a escala mundial, cuya trayectoria abarca numerosas generaciones de artistas.

Marlborough será añorada, evidentemente, si bien su clausura en tiempos precarios para las galerías pese a su papel fundamental como principales intermediarios de los artistas -muchas ciudades españolas que rondan los 200.000 habitantes solo conservan una, con suerte, o directamente no tienen- debemos tomarlo como acicate para dar nuestro apoyo a espacios que necesitan ser fortalecidos -y, aún mejor, inaugurados- como indispensables para el desarrollo de la actividad artística y el acceso igualitario de toda la ciudadanía a algo tan básico como la cultura; de la que España, precisamente, es un país que subsiste bastante aunque muchas veces sea su peor enemigo.

 

 

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