BALTASAR LOBO. UN MODERNO ENTRE LOS ANTIGUOS

05/07/2018


 

 

El Museo Nacional de Escultura (MNE) exhibe en la Casa del Sol la exposición Baltasar Lobo. Un moderno entre los antiguos. En esta muestra, las reproducciones clásicas de la exposición permanente se ven acompañadas de las de Lobo, un artista del siglo XX que recreó en sus esculturas los mitos griegos, tratando de descubrir sus aspectos más anticlásicos e insólitos. Se trata de un evento que quiere poner de manifiesto este aspecto singular y de su obra: la "palpitación clásica" que subyace en sus Ledas, Centauresas y Torsos femeninos, que dialogan en la Casa del Sol con Afrodita, Dionisos o las estatuas del Partenón.

La exposición está formada por un conjunto de 35 esculturas en bronce, mármol y escayola, algunas de ellas inacabadas, proporcionando con ello una dimensión muy atractiva sobre el trabajo creativo de este escultor. Abarcan toda la vida creativa de Baltasar Lobo desde su llegada a París, adonde se exilió en 1939, hasta sus años finales. Algunas de las piezas no han sido nunca expuestas. La exposición ha sido posible gracias al préstamo de los fondos que posee del Ayuntamiento de Zamora y la Fundación Baltasar Lobo, en colaboración con el Museo de Zamora, que alberga en depósito más de 650 obras del legado del escultor.

A pesar de haber sido distinguido internacionalmente como un gran escultor del siglo XX, Baltasar Lobo ha sido durante décadas un artista ausente de las historias del arte e ignorado por sus compatriotas. Un hecho que se debe, como en tantos casos, al exilio que emprendió, cuando, en 1939, atravesó la frontera, para instalarse en París, ciudad en la que maduró como escultor. Allí, y como les sucedió a tantos contemporáneos suyos -Brancusi, Giacometti, Moore-, desarrolló una obra obsesiva, sin rupturas llamativas ni cambios insospechados. Su vida fue marcadamente silenciosa. Vivió siempre en la misma casa, llevó siempre la misma gabardina, quiso siempre a la misma mujer y, en el fondo, esculpió siempre el mismo desnudo.

En esta exposición las esculturas de Lobo se codean con sus antepasadas milenarias. Las obras de Lobo tienen de clásicas el espíritu de serenidad y reserva, el gusto por ordenar las formas en ritmos amplios y cadencias sosegadas. Son clásicas, asimismo, por su búsqueda de la belleza en la masa sólida, por su huida de lo superfluo y de las estridencias y, sobre todo, por su talento para hacer ver de inmediato lo esencial.

 

 

De entre todas las deidades clásicas, Lobo siempre manifestó su simpatía por las divinidades animalescas, por las uniones carnales entre bestias y diosas, por los hombres cuadrúpedos y las diosas-cisne. Frente a Apolo o a Afrodita, preferirá siempre a la faunesa, a Leda o a Selene, la diosa luna; o a esos monstruos enamoradizos, como el minotauro o el centauro, derrotados pero indomables. Para Lobo no son perversiones del canon, sino seres humanos que recuperan su vitalidad animal perdida, y por los que no oculta su simpatía compasiva.

Esta predilección no es extraña al origen de Lobo, nacido en el seno de una sociedad agrícola arcaica, en la que las acciones cotidianas o la vida sensorial están entretejidas con los ritos de la vegetación, con la solidaridad con la Tierra, como revela este comentario a un amigo a quien invita a viajar a Tierra de Campos: "Allí, en otoño, con suerte, se pueden ver centauros desbocados de alegría en el horizonte".

Lobo mantuvo siempre un secreto interés por los mitos helénicos, tratando de descubrir sus aspectos marginales e insólitos. Esta simpatía por la estatuaria mediterránea estaba en el ambiente de la época y forma parte del espíritu heterodoxo con que los escultores de mediados del siglo XX afrontaron su ruptura con la tradición.

Sin perder de vista la inspiración antigua, Baltasar Lobo, mediante un salto en el vacío, prescinde de las proporciones naturales, olvida la anatomía y sintetiza el rostro, de modo que los ojos, la nariz o la boca no imitan rasgos reales, sino que los designan como un ideograma, según un sistema de signos sucintos: el rostro plano, el ojo cilíndrico, la breve hendidura de la boca, el tronco rectangular de la nariz. En la adopción de estos recursos, Lobo demuestra poseer, al igual que sus contemporáneos, un ojo primitivo y una mente moderna. 

 

 

Hasta el 28 de octubre de 2018 en el Museo Nacional de Escultura (MNE) Casa del Sol. Calle Cadenas de San Gregorio nº 3, Valladolid. Horarios: martes a viernes, de 11:00 a 14:00 y de 16:30 a 19:30 horas; domingos, de 11:00 a 14:00 horas; lunes, cerrado.

 

 

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