REMBRANDT. MAESTRO DEL GRABADO

26/12/2013


 

 

La Sala Municipal de Exposiciones del Museo de Pasión de Valladolid presenta 68 de los 290 grabados que el Museo del Louvre autentificó hace unos años como grabados de Rembrandt. Se trata de piezas provenientes de la colección más completa en Europa con obra gráfica del gran artista holandés. La exposición Rembrandt. Maestro del Grabado ofrece la oportunidad de conocer, disfrutar y admirar la obra grabada de uno de los más grandes maestros del arte universal, quien, además de su condición de referente en la historia de la pintura, realizó aportaciones decisivas y de enorme trascendencia al arte del grabado.

La muestra reúne un destacado conjunto de grabados de temática religiosa, dedicadas sobre todo a la infancia de Cristo, su vida pública y la Pasión, a las que se suman una selección de temas de género, desnudos y algún paisaje. Además de un excelente grupo de retratos, que van desde los familiares hasta las efigies de algunos destacados miembros de su entorno social. Obras que demuestran la excepcional pericia con el aguafuerte y la punta seca de un maestro indiscutible y uno de los artistas más admirados de todos los tiempos. Además de comprender con más profundidad la vida y obra de Rembrandt, Rembrandt. Maestro del Grabado quiere fomentar la divulgación de la técnica artística del grabado, que contribuyó, desde su creación en el siglo XV, a que un mayor número de público pudiese disfrutar del arte.

En Rembrandt todo es excelencia y abundancia. Su obra se puede dividir en cuatro periodos: el de juventud en su Leiden natal (1625-1631); el primer periodo de Ámsterdam (1632-1639); el segundo periodo de Ámsterdam o intermedio (1640-1647); y el cuarto o último periodo del año 1648 hasta su muerte el 4 de octubre de 1669. Los tres últimos periodos se encuentran representados en la muestra que se puede ver en el vallisoletano Museo de Pasión. Obviamente, su obra va evolucionando, pero durante todo su itinerario artístico se puede observar una profunda penetración de la condición humana plasmada en el soberbio claroscuro, técnica que hace penetrar el interior de las escenas o de sus protagonistas. Ciertamente sus trazos están envueltos de rasgos románicos y de gusto pintoresco -alejándose del ideal clásico- pero a su vez lo aproximan a un interés psicológico por el mundo de los sentimientos humanos, y más tarde por una profunda religiosidad.

Rembrandt comercializaba personalmente sus estampas a través de la empresa familiar que había creado con su hijo Titus y con su esposa Hendrickje. A excepción de dos casos, en sus obras no aparece ningún sello de editor. El recorrido de los grabados ha sido muy accidentado hasta nuestros días, ya que inician su periplo en vida del autor. Algunas circularon por determinadas editoriales o quedaron en manos de comendatarios. A raíz de la quiebra del artista en 1656, 74 planchas fueron adquiridas por Clemente de Jonghe, editor y comerciante al que había retratado. Es más que probable que Jonghe, como empresario que era, viera el potencial de venta de la obra de Rembrandt e hiciera tirajes hasta su muerte.

Como hombre y artista de su época, un tercio de la obra de Rembrandt está dedicado a temas religiosos, en sus múltiples variantes, sobre todo episodios bíblicos, del Antiguo y Nuevo Testamento y especialmente de la vida de Cristo, su infancia, vida pública y Pasión, con un tratamiento técnico que oscila desde lo más simple o menos pretencioso hasta lo monumental. Si inicialmente predomina el dibujo sobre la emoción, luego su obra tiende a una profunda religiosidad y serenidad artística. En la infancia de Cristo aporta una gran calidez y se expresa no por el medio tradicional de representar iconos, sino con recreaciones de lo cotidiano, igual que en otras de tema bíblico muestra interés por escenas cuyo tratamiento no era frecuente, como el relato de Abraham o la parábola del hijo pródigo, asuntos que repite en varias ocasiones, ensalzando la relación entre padres e hijos, más como argumento familiar que religioso, según demuestran los personajes.

La influencia de la obra de Rubens, que afectaba también a sus coetáneos en idénticas composiciones, se intensifica en las representaciones de la Pasión, como aparece en una de sus obras cumbres, La Resurrección de Lázaro (1632). Es una de sus estampas de mayor tamaño, y muy teatral. La actitud de Jesús y la composición de la escena, intensamente barroca, no eran frecuentes en su obra en fecha tan temprana. También en estos años Rembrandt estampa La Muerte de la Virgen (imagen superior), temática nada habitual en la sociedad luterana. Es un tema de larga tradición iconográfica en la historia del arte, pero aparece en los textos apócrifos y no en los Evangelios. Posiblemente tomara como modelo la narración incluida en La Leyenda Dorada, escrita por Jacobo de la Vorágine, pero también se inspiró en xilografías de Durero sobre el mismo tema.

Es en la serie sobre la vida de Cristo que realiza en 1654 donde el autor muestra su plena madurez artística y técnica. Crea escenografías que se alejan de sus composiciones íntimas y de tratamiento individual y se aproximan más a una puesta en escena teatral que a una emoción religiosa, tal y como se muestra en El Descendimiento. De esta misma temática destaca su grabado más famoso, El Sermón de la Montaña (hacia 1643-1649), llamado popularmente La Estampa de los Cien Florines, porque al parecer el propio autor, que la considerada una "obra crítica en mitad de su carrera", llegó a valorar un ejemplar en esa cantidad. Es modelo de unidad compositiva y atmosférica, y tendrá gran influencia en autores posteriores.

 

 

Rembrandt mostró siempre un interés especial por los tipos humanos, sus situaciones y el entorno psicológico en que se movían. En la temática de género, destaca su gran sentido de la humanidad, evidente en la representación -respetuosa, nada moralizante y alejada de tremendismos o burlas- de gran número de tipos populares y sobre todo de mendigos y personajes más o menos marginados, en una serie de grabados que crea hacia 1630. En estos grabados estaba considerablemente influido por las obras de su contemporáneo Jacques Callot, extraordinario grabador francés que, habiendo vivido la Guerra de los Treinta Años, había realizado una serie de grabados sobre mutilados y mendigos para mostrar los horrores del conflicto, obras que pueden considerarse un precedente de las estampas de artistas como Goya, para quien la técnica del grabado será un medio de denuncia ante la violencia y el horror de la guerra.

El desnudo es un tema secundario en la obra del artista, y casi todos parecen estar realizados del natural. Tan solo se conocen unos pocos desnudos masculinos, que grabó al aguafuerte hacia 1646 y muestran el carácter académico de los modelos para estudiantes o bien reflejan un tratamiento realista y natural, y una serie de desnudos femeninos, que grabó entre 1658 y 1661 y ya no responden al estilo dibujístico de los anteriores, sino que están resueltos mediante el modelado a través del juego de luces y sombras.

Datables en el periodo 1640-1653, casi todos los paisajes al aguafuerte de Rembrandt pueden localizarse en los itinerarios del entorno de Ámsterdam que, desde su casa de Brees-traat, le llevaban a Diemen o a Ouderkerk. A partir de 1650 retoca la base del aguafuerte con la punta seca o el buril, como en Paisaje con una Vaca bebiendo en un Río, buen ejemplo de cómo convierte al paisaje en protagonista de la composición, interpretando la naturaleza a partir de la observación de la realidad y la representación de los fenómenos atmosféricos. En el siglo XIX estas estampas serán motivo de inspiración para los pintores impresionistas.

Aunque, como sucede con la pintura, también en el grabado tiene predilección por sus autorretratos, de los cuales se conservan 27, las técnicas calcográficas le permitirán a Rembrandt realizar retratos de personajes de su entorno, médicos, abogados, marchantes, comerciantes, coleccionistas y amigos, junto a los de notables representantes de las jerarquías eclesiásticas, la cultura, el poder institucional o económico (hasta un número atribuido de 47 piezas), al mismo tiempo que muestra de manera simbólica los elementos propios de una sociedad próspera y en permanente transformación.

A los dos años de sus inicios en el grabado, Rembrandt dominaba ya la técnica y realiza una serie de retratos, entre los que destaca el de su madre (1628). Es un estudio penetrante, ejecutado con una red de líneas muy finas que captura la imagen con juegos de luz, sombra y aire, de habilidad muy superior a la de su admirado Callot o la de cualquier grabador neerlandés. Los más destacados serán los de sus padres (1631), que representan el prototipo de modelo de ancianos y su interés por el paso del tiempo en el ser humano.

A partir de 1620 la situación de la sociedad holandesa se modifica hacia una mayor tolerancia religiosa, a pesar de la presión de los calvinistas ortodoxos. Rembrandt, de manera independiente, se relaciona con cualquiera que profesase la religión luterana, católica, calvinista o anabaptista, como lo demuestran los numerosos retratos de diferentes autoridades en la materia, como Cornelis Claesz Anslo (anabaptista), o Jan Cornelysz Sylvius (de la Iglesia Reformada de Ámsterdam). Tampoco descarta retratar a personajes anónimos; estudios de tipos que luego incorporará a las escenografías de composición de sus grandes obras pictóricas, como los tocados con gorro. Su interés por la expresión humana se muestra en la interpretación de los rostros a partir de posturas y gestos, que son visibles en obras como Tres Cabezas de Mujer (imagen superior), una de ellas dormida.

La excelencia y la calidad de algunas piezas convierten a Rembrandt en el mejor retratista grabador de todos los tiempos. Nuestro artista desarrolla, alejado del barroquismo imperante en Europa, un retrato sobrio, más acorde con la mentalidad de la sociedad luterana. Retratos como el del burgomaestre Jan Six (para el que realizó tres dibujos preparatorios) y el de Lieven Willemsz van Coppenol, director de la Escuela Francesa de Ámsterdam, están considerados obras maestras del grabado del siglo XVII.

 

Hasta el 12 de enero de 2014 en el Museo de Pasión de Valladolid (Calle Pasión, s/n)
Horario: martes a domingo y festivos, de 12:00 a 14:00 y de 18:30 a 21:30 horas; lunes, cerrado.

 

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