NUEVA OBRA DE ANTONIO REINÉ

Félix Montoya Sánchez (16/05/2019)


 

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Las representaciones de Cristo clavado en la Cruz son una temática conocida, pero a la vez difícil para el artista, pues parte de unos arquetipos preestablecidos y muy fijados en el ideario colectivo del arte sacro occidental.

El escultor, consciente o inconscientemente, confiere en la realización de esta pieza un ideario tardomanierista o de comienzos del barroco de impronta italiana, que podríamos vincular con la obra de Cellini, Giambologna o el mismo Bernini en su Cristo de El Escorial.

Majestuosidad y contención son dos rasgos que sirven para definir la composición y la silueta del Crucificado, de elegantísimo contraposto. Los brazos se arquean ligeramente marcando una U que bien podría definirse como el perfil de un cáliz de ancha copa. Las piernas se flexionan y ladean ligeramente hacia la izquierda en las rodillas, con una potente musculatura en los muslos y gemelos. Los pies se fijan al madero por un único clavo, siguiendo los modelos más habituales de esta iconografía.

La espalda recta se apoya en el madero, que sirve de trono a esta serena imagen de Jesús muerto en la Cruz. De toda la composición, lo más próximo a los cánones andaluces del siglo XVII sería el tronco corporal, alargado y esbelto, y el movido paño de pureza, si bien en este último el escultor tiende a una mayor simplificación. Destaca la apertura del mismo en la cadera izquierda permitiendo un recorrido visual de toda la anatomía corporal desde el hombro hasta la pierna. Los profundos pliegues en espiga se abren a partir de la presión que ejerce la cuerda que sujeta el sudario, que arranca de un elevado y volado moño. El paño se dispone en diagonal, como queriéndose descolgar, lo que aporta movimiento y tensión dramática frente a la verticalidad del cuerpo.

El modelado muscular es suave, naturalista y tendente a la idealización, muy italianizante. Enlaza los distintos planos anatómicos con gran soltura. El bloque craneal deja ver una cabellera larga y lacia, abierta con raya en medio, que se recoge por el hombro izquierdo y cae por el derecho. La barba también es bastante larga, dividida en dos en el mentón y reposa sobre el pecho, marcando en profundidad unas guedejas casi simétricas. Los ojos aparecen con los párpados completamente cerrados. La nariz es de modelo semítico, más ancha en el puente, y el generoso belfo se cubre con un poblado bigote. Para no restar impronta al volumen del cráneo, la corona de espinas, realizada con ramas de acacia espinosa, va sobrepuesta.

La suave policromía marca unas carnaciones ligeras y sonrosadas, llenas de matices en frescores para marcar las diferencias tonales de la piel, los hematomas y las heridas, siempre dentro de la tradición imaginera realista más actual.

En definitiva, si atendemos a la función propia de una imagen sagrada, esta conjuga a la vez la invitación al rezo, por la serenidad y calma que emana. Con ello es una representación ideal para un oratorio. Pero el esbelto y potente porte también la hacen apropiada como imagen procesional sobre un elevado trono.

Tallado en madera policromada (385 x 200 x 68 cm), esta obra de Antonio Reiné Magariño (Cádiz, 1987) se encuentra disponible para su adquisición en la sede de Two Art Gallery (Acisclo Díaz 7, Murcia) de la exposición sobre imaginería neobarroca contemporánea Barro Madera y Sangre (ver enlace).

 

Nota de La Hornacina: acceso a la galería fotográfica de la obra a través del icono que encabeza la noticia.

 

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