NUEVAS OBRAS DE JOSÉ MARÍA MOLINA PALAZÓN

Francisco García Marco (11/10/2013)


 

 

Presentamos los Ángeles Pasionarios que para la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, venerada en la pedanía murciana de La Ñora, ha realizado el escultor e imaginero José María Molina Palazón en su taller del municipio de Blanca (Murcia). La iconología de los ángeles dolorosos acompañando a la Virgen María deriva de la llamada Passio Christi y aparecen a partir del Seiscientos portando atributos de la Pasión, tanto junto a Cristos Crucificados como al lado de imágenes de Jesús Nazareno, en un intento de presentar visualmente ante los fieles todos los Improperia o Arma Christi de la tortura y muerte de Jesús.

Su origen está en el siglo VI; concretamente, en la obra del obispo de San Dionisio, llamado "el aeropagita", quien, en su libro De Coelesti Hierarchia, organiza la corte celestial y describe las características y atributos de los ángeles según su orden. Los ángeles pasionarios serían ángeles virtudes que "representan la cima de la belleza y suelen aludir a la Pasión de Cristo, llevar flores simbólicas de la Virgen, reciben la luz de Dios y la transmiten al alma humana". No obstante, su presencia no sólo tiene una función didáctica sino también emotiva por sus gestos de dolor, y laudatoria, ya que de la muerte de Jesús deviene la redención del género humano. En este sentido los ángeles, junto a los iconos cristianos, tienen su precedente en la mitología pagana, caso de las Victorias de los sarcófagos griegos que con su presencia denotaban la fama del difunto.

En la Iglesia Oriental la presencia de Genus Angélicum junto a María es mucho más temprana que en la Occidental. Ya en el siglo XIII, en el icono ruso de la Strasnaia aparecen dos ángeles ofrendando a la Madonna los implementos de la Pasión. En la iglesia latina los encontramos en el cuadro de la Virgen del Perpetuo Socorro (icono griego fechado entre los siglos X y XI que comienza a recibir culto en Roma a partir de 1499). Durante el Renacimiento estos seres angélicos alcanzan gran difusión gracias a los grabados de Durero. De este modo la piedad avanza en el concepto teológico de María como Corredentora del género humano.

En la antigua diócesis de Cartagena, la formidable devoción hacia los Siete Dolores de la Virgen tuvo en el obispo Belluga su más firme adalid. La coincidencia entre el milagro de las Lágrimas y la asunción al trono católico de la dinastía borbónica hizo que la advocación dolorosa de María impregnara todo el Siglo de los Luces y se desbordara hasta alcanzar la centuria presente.

En este sentido la labor de Salzillo y sus discípulos consiguió configurar una iconografía dúplice que se prolonga hasta nuestros días: la tipología de las Angustias y, sobre todo, la de María Dolorosa, con los brazos abiertos, en actitud itinerante y mirada de dolor alzada al cielo; en la primera, la presencia de figuras angélicas es común, siempre en actitud llorosa y acompañando el dolor de María; en la segunda, no se prodiga en todos los simulacros conservados, pero sí en el paradigmático de la cofradía capitalina de Jesús Nazareno.

La enorme carestía de los cuatro ángeles que acompañan a la Dolorosa en la mañana del Viernes Santo, fue disuasoria para que la mayoría de los comitentes ignoraran, en los encargos a Salzillo, la hechura de estos seres angélicos. No obstante, en los siglos XIX y XX buena parte de las imágenes marianas los incorporan a sus representaciones. En casi todos los casos se repite, con variaciones menores, la tipología de la Cofradía de Jesús: ángeles llorosos que han bajado a la tierra para acompañar el dolor de la Madre.

 

 

Sin embargo José María Molina Palazón, en estos sus primeros encargos sobre la iconografía que nos ocupa, introduce importantes cambios. Partiendo del naturalismo presente en la actitud llorosa, profundiza en su humanización al representarlos desnudos y dotados de ambos sexos, en una apuesta teológica que, superando lo bizantino de la multisecular discusión, incorpora lo celestial al aquí y ahora del sentir cristiano contemporáneo.

Lo anterior no supone un empobrecimiento de lo representado ni un abandono de la semiótica de los iconos, sino que incorporan símbolos hasta ahora reservados a los simulacros de Crucificados y Nazarenos: el ángel niña porta en su cabecita una corona de espinas, al tiempo que ambos muestran a los fieles los signos visibles de las Angustias de María (corazón traspasado del primer dolor y el pañuelo que enjuga las lágrimas).

Ello supone renunciar al ángel consolador del modelo salzillesco para optar por otro nuevo, más didáctico y complejo conceptualmente. Molina Palazón realiza una pareja angélica que combina sabiamente lo simétrico (ambos lloran y portan Arma Mariae) con lo contrapuesto (el ángel niña se ensimisma con el corazón traspasado, al tiempo que el ángel niño alza la mirada al cielo en un gesto a la vez de dolor y búsqueda de consuelo celestial). Mientras la actitud de dos de las manecitas angélicas reconduce la atención del espectador hacia la figura de María Dolorosa, las otras dos restantes no olvidan al hombre, la iglesia militante, y le muestran los instrumentos de la corredención mariana.

Desde un punto de vista estrictamente artístico, en estas pequeñas esculturas el autor muestra un buen dominio del dibujo y el modelado, aderezado con una policromía suave que abandona las coloraciones ocres de obras anteriores, buscando el rosa y el nácar de la piel infantil. Las formas mórbidas, casi rollizas de los abdómenes, y las piernecitas rotundas nos remiten a modelos tomados directamente del natural y carentes de cualquier idealización, lo que se enfatiza en su apuesta por los cabellos rojizos presentes ya en otras de sus obras. Todo está impregnado de un profundo candor infantil que no logran robar los instrumentos dolorosos.

Esto ya lo teníamos en el magnífico Ángel Triunfante que el artista realizó para Blanca en 2010. Pero en esta ocasión se atreve con anatomías integrales, en este caso infantiles, dotadas de una gran complejidad plástica y teniendo que cotejarse con los modelos salzillescos que en Murcia todos tienen asumidos como ideales.

Molina Palazón nos ofrece unas obras de gran riqueza plástica e icónica, imbuidas de barroquismo pero dotadas de un realismo y naturalismo que huye bastante del idealismo al uso y nos muestra los caracteres esenciales de la obra del artista, a la vez que abre nuevas posibilidades en las que ahondar y profundizar.

 

 

Fotografías de Carpio

 

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