El Señor del Umbral

En el silencio contenido de esta pequeña tabla, de apenas 8,5 x 14 cm, se alza la imagen de Cristo como vencedor de la muerte y portador de la cruz verde intacta, signo perenne de victoria. La corona de espinas, transformada en emblema de dignidad, ciñe su frente, mientras el manto rojo se despliega como memoria viva de su sacrificio. Las llagas, visibles en sus manos y en el costado, hablan sin palabras del precio del amor divino.

El escenario que lo acoge es sobrio, casi recogido, pero salpicado de símbolos: la torre de David que vigila en la lejanía, un muro erigido con vestigios de la antigüedad, y, en primer plano, el sepulcro abierto, despojado ya de su cubierta, testigo del misterio cumplido.

El marco, tallado y ensamblado también por el artista en maderas de boj y pino, guarda la pieza como relicario. Sus dieciséis gallones evocan las formas del siglo XVII, mientras el dorso policromado imita el verde profundo del mármol. Sobre él, un papel firmado, dispuesto a modo de trampantojo, enlaza con la herencia lejana de los grandes maestros flamencos, entre ellos Van Eyck, por el que Mira siente una admiración particular.