NUEVA OBRA DE ANTONIO JOSÉ MARTÍNEZ RODRÍGUEZ

Con información de Juan José Casenave Clemente, María Garbayo Sandino y Manuel Ferraz Lorenzo (07/06/2011)


 

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La nueva obra del artista jiennense, afincado en Madrid, es una talla completa para la parroquia de Nuestra Señora de las Nieves, del municipio tinerfeño de Los Realejos, que representa al Santo Hermano Pedro de San José, fundador en el año 1656 de la Orden Hospitalaria de los Bethlemitas (con ramas masculina y femenina), cuyo nombre real era Pedro de Betancourt o Bethencourt (1626-1667).

Este misionario franciscano canario, muy venerado en Guatemala, fue también llamado Pedro de Betancur y Pedro de Bethencourt. Murió con tan solo 41 años de edad en el país latinoamericano, donde ejerció al principio una misión evangelizadora que dejó en segundo plano para dedicarse plenamente al cuidado de los más desfavorecidos, llevando a cabo aportaciones novedosas en los campos de la sanidad y la enseñanza.

Canonizado en el año 2002 (hablamos del primer santo nacido en el Archipiélago Canario), posee también notable culto en La Habana, ciudad en la que recaló durante un tiempo antes de partir definitivamente a Centroamérica. Fue famoso por sus habilidades y por su carácter ameno y socarrón. En su honor se está edificando actualmente un templo en Santa Cruz de Tenerife, capital de la provincia que lo vio nacer.

Gracias a una obra escrita en 1705 por Francisco Vázquez de Herrera, conservamos una descripción física del Hermano Pedro que Antonio Martínez Rodríguez ha seguido en gran parte: se sabe que poseía el rostro aguileño, la frente espaciosa, nariz afilada, barba aguda, ojos modestamente alegres, pelo castaño en el cabello y pelo rubio en la barba. Por otra fuente conocemos que, antes de marcharse de Canarias, cuando contaba 23 años de edad, tenía una constitución atlética que ni la enfermedad que sufrió al llegar a Guatemala ni los ayunos y privaciones a los que se sometió a lo largo de su corta existencia, consiguieron mermar, ya que se sabe también que destacaba sobradamente tanto en las disciplinas espirituales como en el ejercicio físico.

De la efigie para Los Realejos, que recrea al santo pidiendo limosna (una de sus tareas, junto con otras como la visita a los presos y a los enfermos), de ahí el cayado, la campanilla y el zurrón con las provisiones a repartir entre los más necesitados; además del naturalismo y la perfección técnica habituales en su autor, destaca el acabado de la humilde vestimenta, que da un aspecto muy logrado a la talla y resalta lo rudimentario del tejido.

 

Nota de La Hornacina: acceso a la galería fotográfica de la obra a través del icono que encabeza la noticia.

 

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