TELÚRICOS Y PRIMITIVOS EN MÁLAGA
06/10/2025
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Pictografía Manolo Millares |
La tierra y un lenguaje primordial de signos y formas esenciales o, como lo presenta la última exposición del Museo Carmen Thyssen Málaga (Calle Compañía, 10) titulada Telúricos y primitivos. De la Escuela de Vallecas a Miquel Barceló, lo telúrico (terrestre o geológico) y lo primitivo (primigenio), ofrecieron desde el primer episodio de la modernidad artística española -en los años 20 y 30 del siglo XX- dos vías de renovación que, por su persistencia y recurrencia, conforman un sustrato plástico idiosincrásico de nuestra vanguardia, reconocible aún en la actualidad. La ruptura con la tradición académica antes de la guerra civil y el reinicio desde finales de los cuarenta de los avances interrumpidos por la contienda fueron un esfuerzo compartido por artistas de tendencias muy diversas que, de forma individual o colectiva y desde el surrealismo al informalismo y sus derivas (y más allá), refundaron la expresión artística desde nuevos presupuestos vanguardistas. Para ello, se sirvieron de la tierra, proponiendo sus propias «creaciones naturales», de aspectos inusitados, originales y sorprendentes, que trascienden con mucho lo real. Y se remontaron a lo rupestre, lo indígena o lo primario en un trasfondo histórico que impelía a partir de cero para reencontrar una nueva identidad plástica. Como si el arte español comenzara otra vez, en la vanguardia, desde el origen más absoluto: el de la materia de que está hecha la naturaleza y los signos más ancestrales de la primera expresión humana. Las más de 60 obras reunidas en esta muestra -entre pinturas, esculturas, dibujos, fotografías y grabados- se presentan en dos secciones, según la preeminencia de uno esos "leitmotivs", si bien ambos se entrecruzan continuamente, imbricados inseparablemente en este relato que reivindica una nueva mirada a la mayor renovación plástica acaecida en España hasta los últimos años del siglo XX. En este imaginario ecléctico y muy sugerente, de colores terrosos, saturado unas veces de materia, de intensa expresividad en otras y siempre de poderosa personalidad, telúricos y primitivos recurren a lo atávico, lo gestual, lo gráfico, lo orgánico o lo onírico para sus propuestas de vanguardia, irresistiblemente atraídos por esas dos fuerzas motrices de un arte moderno específicamente español. |
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Laberintia III Martín Chirino |
Varias propuestas de los años 20 y 30, como la Escuela de Vallecas (Palencia, Alberto, Lekuona) y su mirada a lo rural o las que orbitan en torno al surrealismo (Miró, Domínguez, Esteban Francés, Moreno Villa, Mallo), se entregaron a la invención de un paisaje personal, radicalmente novedoso, surgido de las esencias primigenias de lo natural, del subconsciente o de los sueños. Esta nueva relación entre arte y naturaleza convierte a esta en tema central de la vanguardia española y alumbra una poética de lo telúrico (del latín tellus, -uris "la Tierra", "tierra, suelo") que impregna también la figuración renovadora de posguerra (Ortega Muñoz) y especialmente la abstracción informalista desde los 50 (Juana Francés, Palazuelo, Manrique, Torner, Chillida, Millares, Tàpies, Guinovart), y que llega hasta artistas más recientes cautivados por las fuerzas primordiales de la tierra (Goenaga, Barceló, Sevilla, Muñoz, Lanceta). Con los telúricos se impone una plástica instintiva, visceral, irracional y experimental que va borrando la frontera entre la figuración y la abstracción y anticipa el gran triunfo de ésta ya en plena dictadura. En ella conviven campos yermos y universos fantásticos que parecen estar también en un estado primitivo o antediluviano, seres biomórficos -compuestos de formas orgánicas- y figuras metamorfoseadas en rocas ambulantes o esculturas vivientes, superficies pictóricas dominadas por lo matérico y obras compuestas con medios plásticos no convencionales (materiales encontrados, tejidos). O lo que es lo mismo, obras que ilustran una vanguardia extraída, desde hace cien años, de las entrañas de la tierra. Con algunos precursores en los años 20 y 30 entre quienes también exploraron lo telúrico, un primitivismo muy distinto a la fascinación por el arte africano y oceánico en el París de las primeras vanguardias tuvo especial incidencia en los 50, en los que bajo su influjo nace la abstracción española. Desde la pintura prehistórica de Altamira (Ferrant, Goeritz, Picasso, Lagunas, Aguayo), la cultura indígena de los guanches canarios (Millares, Chirino), el inconsciente y el sueño como un estado primitivo de la mente (Tàpies, Cuixart), la influencia de la abstracción primitivista de Paul Klee (Palazuelo, Sempere) o la reescritura desde cero por parte del informalismo de un arte que claramente era ya otro (Saura, Chirino, Chillida, Millares, Tàpies, Manrique, Feito, Canogar), una pléyade de primitivos coincidieron en su voluntad de reconstruir la vanguardia desde el franquismo. En sus obras, recurrieron a un vocabulario, aplicado en diversas sintaxis, de signos, geometrías o formas reducidas a sus esencias, en superficies que parecen paredes o suelos y que tienen el aspecto primario del trazo de la mano en plena libertad, la de un creador enfrentado por primera vez en la historia del arte a un lienzo en blanco. Siguiendo su estela, las trayectorias de quienes permanecieron fieles a la abstracción más allá de los sesenta o las miradas primitivistas más recientes (Barceló) dieron continuidad a una vanguardia que también había encontrado su origen en el interior de la tierra, en las paredes de una cueva milenaria. Inaugurada hoy, Telúricos y primitivos. De la Escuela de Vallecas a Miquel Barceló permanecerá abierta en la tercera planta del Palacio de Villalón hasta el 1 de marzo de 2026. |
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Figures (Figuras) Josep de Togores |
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