NUEVA OBRA DE JOSÉ HERNÁNDEZ NAVARRO PARA MURCIA

Antonio Zambudio Moreno (06/03/2007)


 

 

 

El pasado sábado, día 3 de marzo, tuvo lugar la presentación y posterior bendición de un nuevo paso realizado por el escultor José Antonio Hernández Navarro para la Cofradía del Santísimo Cristo de la Caridad, de Murcia. Se trata de una representación de la Flagelación que viene a sustituir a una escena anterior de la misma advocación, de dudosa calidad y que no era digna de desfilar en una Semana Santa como la de la ciudad de Murcia, que saca a la calle un repertorio escultórico que se encuentra entre lo más granado de cuantos procesionan en nuestro país.

Este escultor murciano, nacido en el año 1954 en la pedanía de Los Ramos, es uno de los mayores artífices escultóricos de la zona, como lo acredita la amplia producción que posee no sólo a nivel regional, pues sus obras se expanden hasta otras ciudades españolas como Alicante, Ciudad Real, Cuenca, Zaragoza o Valladolid. Es un artista en ocasiones discutido, en otras alabado, pero que no deja indiferente a nadie, pues siempre intenta innovar, crear nuevos tipos iconográficos y conceptuales, intentando en todo momento respetar los cánones de la imaginería procesional pero apartándose en la medida de lo posible de los convencionalismos imperantes.

Con esta nueva escena realizada para la Semana Santa de Murcia, Hernández Navarro demuestra su valentía y atrevimiento, concibiendo una acción enmarcada dentro del segundo de los Misterios Dolorosos, que viene a apartarse totalmente de las concepciones y representaciones que del mismo se habían llevado a cabo hasta ahora en el arte imaginero procesional. Conformado por dos tallas, Cristo y el sayón, el grupo capta el preciso instante en el que cual el esbirro, que sujeta el "flagelum" con su mano izquierda, va a cortar con su diestra la soga que sujeta el brazo izquierdo de Cristo a la columna, único punto de sujeción del Redentor, el cual fatigado y extenuado por el castigo infligido va a caer de bruces contra el suelo.

Como se puede apreciar, el artista sabe representar muy acertadamente la concepción de lo instantáneo, la sensación de que en cualquier momento Jesús va a caer, definiendo esa acción en un despacioso discurrir, acentuando un claro movimiento de caída con su brazo derecho extendido hacia el suelo y las piernas arqueadas, llevando a la práctica una sensación de equilibrio inestable, pues en el momento en el cual el sayón proceda a cortar la soga, Cristo caerá derrotado por el sufrimiento y las heridas.

Es un episodio transitorio, fugaz, que además prevé mediante su visionado la acción que se va a dar mediante una concentración de dolor y esfuerzo, matiz que viene marcado por el acertado posicionamiento corporal de la imagen de Jesús, alicaído, pesaroso, desequilibrado mediante una violenta torsión que marca un perfecto y detallado estudio anatómico y acabado, teniendo en cuenta que el efecto de caída, la impresión del drama, también viene marcada por el tipo de columna alta, pues se encuentra atado a la cúspide de la misma y ello favorece la sensación de desfallecimiento, destacando además el carácter arbóreo de la pilastra para mayor contraste de las tonalidades.

La efigie del Redentor es el centro de la composición, en la cual se posan todas las miradas por su gran originalidad en el posicionamiento y lo que ello conlleva en el desarrollo de la escena, su perfecta torsión y armonía de proporciones, marcadas por una estilización que de alguna forma idealiza la figura, pero siempre bajo un prisma naturalista y sin incidir en demasía en una superficie demasiado sanguinolenta, pues la talla por sí misma es capaz de generar la tensión precisa sin más aditamentos que su propia suntuosidad.

 

 

Fotografías de Juan Fernández Saorín

 

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