El trabajo desarrollado por el artista Josué Hernández (La Orotava, 1992) durante los últimos meses pone de relieve dos circunstancias básicas: la demanda de imágenes religiosas y el éxito que dicha pintura tiene en el medio donde ejerce su labor creativa, ya que el alto volumen de encargos que atiende es un reflejo inmejorable de ello. Además, a medida que avanza el tiempo y afianza su estilo, las obras que emprende se convierten en testimonios palpables de una devoción que perdura como un testimonio valioso del pasado y se resiste a cambiar. No obstante, esa aparente continuidad esconde un universo nuevo de formas, donde la libertad creativa del autor, su mejor aval siempre, permite ofrecer enfoques novedosos, planteamientos compositivos poco usuales, iconográficas de gran originalidad e, incluso, hasta ambientes místicos que parecen derivar de los textos de Santa Teresa de Ávila, una de las lecturas y devociones predilectas del pintor.

El fin que mueve a todo ello es la intención devocional, porque buena parte de sus trabajos se destinan a ámbitos privados donde la piedad popular no entiende de formas y de lenguajes estéticos. Sin embargo, quienes empatizan con sus imágenes saben encontrar en ellas una unción que motiva a la oración íntima, arropados, eso sí, por armonías cromáticas y formas de solvente acabado técnico. A Hernández cabe atribuir ya el origen de formas que caracterizan a la religiosidad de nuestro tiempo en el medio donde se insertan, porque, casi sin quererlo, sus composiciones evocan esculturas y temas que repite una y otra vez sin copiar modelos.

Es probable que conozca a la perfección imágenes de cierta notoriedad como el Cristo atado a la Columna o la Virgen del Carmen que reciben culto en La Orotava (Santa Cruz de Tenerife), localidad donde reside. En cualquier caso, la valía de sus obras no se limita a ello. El artista sabe reinventarlas una y otra vez para sublimar en lo estético las devociones que conoce en su pueblo, donde aprendió a mirar el arte bajo las bellas formas del escultor neoclásico Fernando Estévez de Salas (1788-1854). Como si de un nuevo clasicismo se tratara, en sus pinturas afloran avances en lo estilístico hacia un lenguaje propio e inquietudes personales, porque cada obra está hecha a la medida de quien la requiere bajo los fines descritos. De ahí que en esta ocasión podamos referir trabajos muy diversos (diseños de vidrieras, retablos y oratorios) y modelos que trascienden al ámbito señalado, ya que ha recreado con iguales soluciones imágenes devotas de Santa Cruz de La Palma y de Cádiz.