MUSEO DE BELLAS ARTES DE CÓRDOBA. LA OBRA INVITADA

18/05/2021


 

 

El Museo de Bellas Artes de Córdoba sigue con su labor de acercar virtualmente al público obras de arte existentes en otras instituciones públicas o pertenecientes a colecciones privadas que guardan relación con las del museo y que contribuyen a enriquecer y complementar el discurso de su exposición permanente.

La obra invitada virtual durante el mayo cordobés es Niño Dios con la bola del mundo, un óleo sobre lienzo de 98,5 x 181,5 cm, del gran pintor barroco local Antonio del Castillo (1616-1668), que ha sido dada a conocer por la revista "Ars Magazine" en su nº 50 de abril-junio, como perteneciente a una colección particular.

En esta obra de Antonio del Castillo Saavedra aparece, por la parte derecha, el Niño Dios sentado a manera de Padre Eterno, apoyado sobre la bola del mundo y con la cruz sobre su hombro, frente al cual danzan en corro un grupo de cuatro angelitos, mientras un quinto toca el tamboril y la dulzaina.

 

 

Originariamente, fue pareja de otra de características similares, titulada "Paisaje con San Juan Bautista Niño dormido" (imagen inferior), un óleo sobre lienzo de 99 x 180,5 cm, también de Antonio del Castillo, que fue adquirida por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía a la firma Caylus Anticuarios para el Museo de Bellas Artes de Córdoba, donde se expone en su sala IV.

En este último caso, el protagonista es el pequeño primo de Jesús, que aparece dormido a la sombra de un gran árbol junto a su vara florida y al lado de un corderillo, mientras dos angelitos le cantan al compás de una viola de gamba, un tercero le trae flores y dos más se las dejan caer por encima.

Se sabe que, hasta la Desamortización de 1836, ambas pertenecieron al convento franciscano de San Antonio y San Diego en Granada, ciudad donde Antonio del Castillo tuvo una reputada clientela, pasando luego a la colección particular de Gaspar Remisa y Miarons, marqués de la Remisa, desde donde la primera pasó a la colección Barba y la segunda a la de Moret, aunque con posterioridad se les había perdido su paradero.

Las dos obras adquieren sentido en base a la gran devoción franciscana hacia la naturaleza, los seres que la habitan y la infancia de Jesús, que el santo de Asís promovió a lo largo de su existencia, y que quedó plasmada en sus leyendas y escritos. Ponen de manifiesto la gran habilidad que tuvo Antonio del Castillo para enfrentarse al paisaje, aunque fuese introduciendo en él temática sagrada, como fue lo habitual en la época.

 

 

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