NUEVA OBRA DE ABRAHAM CEADA

29/10/2020


 

 

El Resucitado de Tarifa: una imagen para la esperanza

La imagen de Cristo Resucitado que Ceada ha realizado para Tarifa (Cádiz) está tallada en madera de cedro y policromada al óleo, con una altura de 150 cm (185 cm con la peana). Sobre una nube estofada en plata con formas helicoidales (el dorado y el plateado de la obra son de Francisco Javier Gutiérrez), se yergue Jesús en contraposto, dejando caer todo el peso de su cuerpo sobre la pierna izquierda, mientras que la derecha queda libre, sirviendo simplemente como punto de apoyo los dedos de los pies, lo cual le aporta la sensación de ingravidez y vuelo tan propia de esta iconografía. El brazo derecho aparece levantado con la mano en actitud de bendecir mientras que con la izquierda sostiene el lábaro de su victoria sobre la muerte.

Es muy interesante el estudio anatómico, en el que vemos una musculatura definida, pero con notas que reflejan el estudio directo de modelos del natural, como observamos en la carnosidad del vientre, en la firmeza de los pectorales entre los que se aprecian las fibras musculares, así como los tendones en las muñecas y la firmeza de las piernas. La cabeza, tratada con gran maestría, se cubre con una cabellera rubia que cae por la espalda y el hombro derecho dejando al descubierto las orejas y el rostro de frente amplia, pómulos marcados boca entreabierta y mirada baja y serena. La barba bífida, rala, deja ver el mentón así como el bigote delgado y claro no oculta el labio superior.

La encarnadura es clara, usando todos rosáceos en las llagas producidas por el martirio de la pasión, así como en las manos, rodillas y pies, realzando con su efecto la morbidez de las carnes. Cubre su desnudez con un paño de pureza dorado, anudado en el pubis, cuyo movimiento es ascensional, lo cual acentúa el dinamismo de la imagen que da la impresión de estar ascendiendo a los cielos. Este aspecto, tan importante en la terminación de una escultura, está tomado de los modelos barrocos napolitanos, aportando con ello una sensación de contraste entre la palidez de la piel, con los colores metálicos de la nube y el sudario.

La escultura trata la complicada iconografía de la resurrección con una dignidad enorme, puesto que emana una sensación de la culminación de la obra de la redención con la victoria sobre la muerte y el pecado, uniendo además la belleza del cuerpo humano, creado por el propio Dios a su imagen y semejanza, con esa expresión de cierta distancia con los hombres que debe tener lo divino. Cristo aparece con un gesto triunfante, heroico pero a la vez acogedor, mirando directamente al fiel que lo contempla y con ello dándole un mensaje de esperanza; de lo pasajero de los sufrimientos de este mundo ante la felicidad del que vendrá después.

Jesús Romanov López-Alfonso

 

Una gubia en constante inspiración

Este joven escultor onubense bien podría haber nacido en el Nápoles dieciochesco, o haberse instruido con algunos de los maestros murcianos que exploraron el mundo de la escultura española del siglo XVIII.

Delicada y elegante, su obra te envuelve con la suavidad del trato de los paños, las matizadas encarnaciones y los llantos velados en una serenidad enternecedora. Cuanto menos prometedor. Nos encontramos ante una gubia en constante inspiración, pues es visible el influjo teórico de un escultor que, aun marcado por diversas corrientes, comienza a delimitar su estilo entre imágenes de Jesús, María, santos y querubines.

La búsqueda de la excelencia en su obra se hace patente cuando rechaza modelos estereotipados de belleza forzada o dolor exagerado, pues la modernidad que refleja su obra parece haberse situado en la calma, la mesura y la vuelta a los valores clásicos.

No está reñida la escultura religiosa con la obra contemporánea. Tampoco el realismo con la sagrada unción de imágenes que guardan poco parecido con la mundana realidad. Quizás ese sea el sello que está fraguando Abraham: realismo onírico que confluye entre lo espiritual y el naturalismo.

Es posible hacer música si la madera se convierte en la partitura de este director de orquesta que transforma el material en una bella sinfonía de volúmenes policromados.

Gonzalo Otalecu Guerrero

 

Nota de La Hornacina: acceso a la galería fotográfica de la obra a través del icono que encabeza la noticia.

 

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