DONACIÓN DE UNA OBRA DE SOROLLA AL MUSEO DE BELLAS ARTES DE BILBAO

29/12/2013


 

 

Blanca Pons-Sorolla, bisnieta de Joaquín Sorolla y autora del catálogo razonado del pintor, celebra el hallazgo de este cuadro, que en la testamentaría de Sorolla fue adjudicado a su hija Elena Sorolla García. Su paradero se desconocía hasta ahora y sólo estaba documentado por una fotografía, de mala calidad y en blanco y negro, conservada en el archivo de la Hispanic Society of America de Nueva York.

La obra Mesa Petitoria se incorpora al fondo de Sorolla de la colección del Museo de Bellas Artes de Bilbao, compuesto por tres lienzos destacados: El Beso de la Reliquia (1893) (sala 18), Retrato del Pintor Mañanós (1903) (sala 19) y Retrato de Unamuno (hacia 1912) (sala 29). Además, se exponen de forma habitual otras siete pinturas cedidas en depósito temporal, pertenecientes a diversas colecciones particulares (sala 25).

Joaquín Sorolla y Bastida es uno de los artistas más representativos de la pintura española en el tránsito entre los siglos XIX y XX. Antes de conformar definitivamente su característico estilo luminista, pintó en la década de 1890 una serie de obras de costumbrismo religioso en las que dejó constancia de diversos episodios de devoción popular que se desarrollan en interiores de iglesias barrocas valencianas. Entre las más conocidas se encuentra El Beso de la Reliquia (1893), una de las obras maestras de la colección del Museo de Bellas Artes de Bilbao, que supuso la consagración definitiva del pintor. Pero en este periodo, y con parecida temática y el mismo carácter narrativo, Sorolla dejó también varias pinturas sin terminar. Son estudios o bocetos preparatorios que, en unos casos, se materializaron en obras definitivas y, en otros, como el de esta obra que ahora entra por donación a formar parte de la colección del museo, no se llevaron a término.

Pese a su carácter inacabado, el óleo sobre lienzo Mesa Petitoria es un buen ejemplo de los intereses de Sorolla por estos años y un documento excepcional para comprender su proceso de trabajo. Demuestra también la temprana maestría del joven Sorolla en la descripción ambiental de la escena y en la representación de los tipos populares, entre los que aquí destacan un hombre ataviado con capa y una mujer con mantón de vistoso colorido, que reflejan la habilidad del pintor en la captación del instante.

El espacio se organiza a través de la disposición horizontal de los bancos de madera de la capilla y, muy probablemente, de las líneas de perspectiva del pavimento, que se insinúan en el trazo negro visible en el ángulo inferior izquierdo de la composición, recurso de raigambre academicista muy empleado por Sorolla en este tipo de composiciones. También contribuye al desarrollo espacial la modulación de la luz, desde el plano final, con el altar de madera tallada y dorada iluminado por las velas, hasta la zona de la izquierda con la mesa petitoria contra el friso de azulejería cerámica. Es éste el elemento costumbrista que da título a la escena, una mesa junto al altar donde las mujeres organizaban campañas de caridad recogiendo limosna y vendiendo libros de devoción, medallas y escapularios, como los que portan los asistentes al culto.

La obra (86 x 106,8 cm) está pintada sobre un lienzo al que Sorolla aplicó una imprimación de color gris medio, visible en numerosos puntos y que proporciona gran unidad cromática al conjunto. Predominan los colores pardos, verdosos, tierras, grises y negros, con audaces toques de amarillo anaranjado aplicados en la luz de las velas y en las carnaciones de algunos personajes. El cuadro es muy significativo de la técnica seguida por Sorolla, que partía de manchas de color muy diluido y transparente, a modo de lavados, con las que definía los volúmenes. Es muy patente en el primer plano, en el suelo y a la derecha de la composición. Después, con pinceladas amplias y sueltas, construía los diferentes elementos.

Puede decirse que el dibujo debió de ser muy abocetado y que Sorolla lo fue cerrando al aplicar el color. A la izquierda del cuadro, sobre la mesa cubierta con un faldón granate y un paño blanco, se aprecian trazos de pintura negra, apuntes de un dibujo muy sintetizado. En el gran cuadro de altar que se adivina a la izquierda Sorolla improvisó, sin dibujo previo y con gran espontaneidad en el trazo, un aplique en forma de portavelas.

Los diferentes objetos y personajes se fueron definiendo con pinceladas muy rápidas, zigzagueantes en algunas zonas, pero, en todo caso, despreocupadas, ya que aún no había llegado la fase final del proceso pictórico. Los rostros están apenas insinuados (el más detallado, el de la mujer sentada a la izquierda de la composición). Algún pormenor, como los escapularios, ayudan a identificar las masas de color como personajes sentados. Sólo algunos elementos están próximos a terminarse: la parte inferior del altar con el templete que alberga el sagrario, con la riqueza pictórica de la luz vibrante de las velas, el mantón estampado de la mujer en el centro de la composición y los toques de luz en las carnaciones, tan característicos de Sorolla, que remiten a la luminosidad de las playas del Levante que poco después plasmaría en sus célebres marinas.

 

 

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