ISTVAN SANDORFI · RETROSPECTIVA

01/10/2016


 

 

El pintor István Sándorfi (Budapest, 1948 - París, 2007) es, sin duda alguna, uno de los artistas europeos más representativos de la transición desde mediados del siglo XX al silgo XXI. Húngaro de nacimiento, inmigrante huyendo de los carros blindados soviéticos en el Budapest de 1956, refugiado en la Alemania de la postguerra, y finalmente afincado en París hasta su muerte, su obra es de una personalidad casi terrible.

De un carácter sumamente intransigente, básicamente autodidacta, István Sándorfi llevó a cabo una pintura extraordinariamente volcada en sí mismo, en muchos casos de autorretratos sistemáticos, casi paranoicos, pero de una potencia expresiva indiscutible. Pintaba también mucho a sus hijas, Ange y Eve. Y sólo en la segunda mitad de su carrera evolucionó a una factura más dulce, recreándose en los cuerpos de sus modelos en el estudio, envueltas en sábanas y mantas, e introduciendo una paleta de color de una riqueza mucho mayor.

La exposición que presenta en este mes de septiembre el MEAM en Barcelona es de una envergadura sin precedentes. Jamás se había logrado reunir un total de más de 140 obras de gran tamaño, en un conjunto que llena la totalidad de las salas del Palau Gomis. Se presenta prácticamente la totalidad de la obra desarrollada por Sándorfi en la primera mitad de su carrera, toda su época azul (para muchos la más innovadora, apasionante y cargada de expresividad), mucho de su época rosa y una buena parte de su etapa final.

 

 

La exposición se completa, en la tercera planta, con una reproducción del taller de Sándorfi, lleno de piezas auténticas: Su caballete de madera, con la obra póstuma que dejó inacabada, sus paletas, sus pinceles, sus colores, las máquinas de diapositivas con las proyecciones de las fotos que él hizo de sus modelos, fotografías personales e incluso unas perchas con los quimonos que siempre se ponía para pintar en su propio taller.

La Fundación de las Artes y los Artistas confía en que, con esta magna exposición, el mundo del arte vuelva de nuevo a fijar su atención en un artista que, en los años ochenta y noventa, expuso en las principales galerías del mundo, y luego ha permanecido en una paciente espera que ha hecho de él uno de los artistas más valorados por expertos y por los otros artistas, y a la vez menos conocido por el gran público.

Un gran público que va a alucinar y no se quedará indiferente ante una muestra de tal magnitud, y que será sorprendido por la rotundidad, la personalidad y la consistencia de un autor irrepetible, que fue catalogado muchas veces entre los hiperrealistas aunque sus obras supongan una cautivadora fusión de dicha tendencia artística con el surrealismo y, sobre todo, con el realismo mágico, llevando Sándorfi al lienzo escenas oníricas en las que los personajes, en principio sumidos en el sueño, se rodean de detalles sorprendentemente reales.

 

 

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