NUEVA OBRA DE ANA REY

Félix Montoya Sánchez (31/01/2019)


 

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La última obra de la escultora gaditana Ana Rey Martínez es una imagen de la Piedad, tomando la iconografía cristiana habitual de este momento de la compasión de la Virgen María, con el cuerpo muerto de su hijo Jesús en su regazo tras ser bajado de la Cruz. La pieza ha sido realizada en madera de cedro policromada al óleo, y va destinada a una colección particular de la provincia de Jaén.

La composición es a la vez dinámica y mesurada. El momento representado no requiere otra cosa que esta visión casi mística del momento de dolor. La proximidad de los rostros de madre e hijo y las manos derechas de ambos personajes unidas, crean un triángulo de fuerte atracción e impacto para el espectador. A la vez la pieza está cargada de diagonales que transmiten toda la tensión dramática. El cuerpo de Cristo genera una fuerte diagonal, más marcada que en otras piedades de la Historia del Arte por la elevada posición del torso y la cabeza, recostada directamente sobre el hombro izquierdo de la Virgen. Esto permite además contemplar mejor la mórbida anatomía del crucificado. Pero Ana Rey no se conforma con extender el cuerpo laxo, sino que consigue más emoción entrelazando las piernas del difunto. Si bien el cuerpo de Jesús se extiende hacia la derecha, las piernas de la Virgen se giran a la izquierda, cada una adaptada a una flexión distinta por la inclinación de la roca del Calvario sobre la que está sentada. Los delicados pies de María asoman bajo la túnica.

Los brazos izquierdos, por su parte juegan un papel distinto. La Virgen lo levanta ligeramente hacia su costado, separándolo del cuerpo y abriendo blandamente la mano en actitud teatral de llamada de atención. Mientras, el brazo de Cristo se dobla y pende inerte de la rodilla de su madre.

Si generosa en expresividad es la visión frontal, que nos obliga siempre a rodear la pieza para ver mejor los matices compositivos, no menos interesante resulta la espalda. En ella conviven los pliegues diferenciados de las prendas de vestir de María (toca, túnica y manto), con las texturas de la larga cabellera, que se escapa bajo la toca, y la rugosidad de las piedras del monte.

Los gestos son de una ternura a la que estamos acostumbrados en escenas del Nacimiento, pero no de la Pasión, como la manera firme de estrechar la mano de Jesús que tiene su madre mientras la aproxima hacia su pecho. Tal gesto maternal, por sí solo, resume la expresividad de esta escultura. Jesús tiene una cara muy serena, parece que duerme, mientras que la Virgen mantiene ese gesto de dolor contenido y sorpresa al que nos tienen acostumbrados algunas de las Dolorosas de Ana Rey.

El tratamiento y estudio de los paños no es habitual en los tiempos que corren. La escultora se recrea en juegos de pliegues muy naturales, inspirados en los volúmenes de la estatuaria del siglo XVIII, consiguiendo en ellos incluso mostrar un drapeado diferencial dependiendo de la prenda que se trate. La toca, que se recoge hacia el hombro izquierdo, recrea un plegado centrípeto muy flexible. En el manto y la túnica las arrugas son más voluminosas, como si de una tela más pesada se tratase.

Las anatomías son fibrosas, sin exageraciones musculares y mostrando la laxitud de un cuerpo muerto, partiendo de un canon ligeramente alargado. La línea anatómica del costado izquierdo queda desnuda por completo. El paño de pureza solo cubre la zona púbica y la cadera derecha.

La firma de la autora son los rostros, de una belleza impactante, idealizada, pero a la vez muy actual. La juventud de los personajes es evidente, con caras bien perfiladas cerradas en V hacia el mentón y pómulos bajos ligeramente insinuados. La Virgen encandila con su intensa mirada de ojos castaños. Las bocas son pequeñas, de comisuras amplias, con el labio inferior engrosado en el centro, más carnosos en el caso del Cristo. Las narices se ven finas y alargadas y refuerzan el equilibrio de las facciones. La escultora interpreta los cabellos de forma lacia, ligeramente ondulados, y con arranques que se matizan virtuosamente a base de pincel. Cristo se peina con raya en medio, rasgo que aporta todavía más serenidad a una de las imágenes del Señor más bellas salidas de las manos de Ana Rey. La Virgen, sin embargo, se peina hacia atrás, despejando la frente, y con una cabellera más ondulante en las puntas.

La policromía también es virtuosa apreciándose en ella diversas texturas según las superficies (roca, tejidos, cabellos, piel). Singular es la insinuada rugosidad de la roca sobre la que se sienta la Virgen, sin duda conseguida mediante un lijado diferencial del estuco y una logradísima coloración mate que resalta la materia mineral. Las ropas, sin embargo son brillantes, lo que ayuda a resaltar más las carnaciones en mate. Los juegos cromáticos de las telas se amplían al usar distintos tonos del mismo color, bien contrastados. La túnica granate se matiza con las vueltas del forro rojo que asoma por las orillas; del mismo modo el manto juega con el azul cobalto de la tela y el añil del forro. La toca es de un color marfil con menos brillos, al igual que las mangas de la camisa color crema de María.

Las carnaciones son claras, más las del Cristo por querer representar el momento previo a la cianosis. La sangre y las heridas se insinúan sin ocultar los volúmenes.

En definitiva, con esculturas como ésta la imaginera Ana Rey Martínez lleva a nuevas cotas la escultura sacra actual. El preciosismo no queda en los acabados ni en las técnicas, sino que se consigue e intensifica con elementos compositivos y rasgos faciales que ya empiezan a inspirar a otros imagineros del momento, convirtiéndose en un referente que dará mucho que hablar en los próximos años.

 

Nota de La Hornacina: acceso a la galería fotográfica de la obra a través del icono que encabeza la noticia.

 

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