Se trata de un Ecce Homo de medio cuerpo, labrado por la escultora gaditana en terracota policromada con una altura de 60 cm (si estuviera completo, sería una imagen de 120 cm, aproximadamente).

El destino de esta obra es una colección particular de Madrid. Para el cliente lo más importante era que la mirada del Cristo escarnecido y presentado al pueblo transmitiera un dolor contenido, un rictus que reflejara su inmensa agonía pero también cierta calma, serenidad y paz interior.

Las telas y la cuerda son naturales y han sido encoladas en una pieza que se sustenta sobre una peana de madera que, en su parte superior, tiene una imitación de suelo de mármol que recuerda el pretorio donde Jesús fue torturado. La corona de espinas está hecha con acacias naturales.

Como siempre en Ana Rey, hablamos de una creación de corte realista dotada de una policromía muy cuidada y trabajada. Lleva pestañas de pelo natural en los párpados superiores y los ojos son pintados.