LUIS ÁLVAREZ DUARTE. NUEVO PROYECTO

Jesús Abades y Sergio Cabaco


 

 

 

Acaba de salir una biografía autorizada sobre tu vida y obra, ¿hay que tomarla como unas memorias o como un repaso a tu trayectoria artística?

Como un repaso a mi vida, a mis vivencias. En ella se recogen, sobre todo, recuerdos de mi infancia, cuando era monaguillo, hice mi primera obra para Sevilla y empecé a tomar contacto con mis maestros. Con esta obra vuelve a ponerse en órbita la imaginería, lo cual me alegra mucho, y es la primera de estas características que se le hace a un imaginero. Su autor es un periodista muy serio y yo estoy muy contento con el resultado.

Habrán aflorado con ella muchos sentimientos personales.

Claro, especialmente cuando hablo de mis seres queridos: mis maestros, mi familia, mis amigos... Todas esas personas que han dejado en mí un recuerdo imborrable y nunca van a desaparecer de mi memoria.

¿Han quedado muchas cosas sin contar?

Sí, y también hay cosas a las que he dado mucha seda para suavizarlas. En mi adolescencia hubo gente que me hizo bastante daño, tanto personal como profesionalmente, y aunque hace tiempo que los veo como puras anécdotas prefiero no mencionarlos porque en su momento sufrí mucho por su causa. No lo merecen. Una de las pocas excepciones la hago con un señor que llegó a ponerme una querella criminal por el tema de la restauración de la Macarena. A mí, y a mis compañeros Luis Ortega Bru y Francisco Buiza, quien además era mi maestro. Perdono y he perdonado muchas cosas, pero eso no lo perdonaré nunca; no tanto por mí, aunque me vi sentado injustamente en el banquillo, sino por Buiza y Bru, que lo pasaron muy mal en los tribunales y más de una vez acabaron llorando. Encima Bru murió dos meses después y con mucha pena por ese asunto.

¿Todo ese sufrimiento ha levantado desconfianza y asperezas?

A nivel personal no, de hecho yo soy una persona muy fácil de llevar. Y a nivel profesional siempre he procurado ser fuerte y defenderme con mis obras. Mi arte ha estado por encima de todo y siempre he tenido muy claro que el tiempo acaba poniendo a cada uno en el sitio que merece.

No se puede hablar por tanto de unos inicios fáciles en la profesión.

Pues no, hubo bastantes trabas y triquiñuelas para que yo no triunfara con mis obras, pero como ya digo prefiero no dar nombres. Otra cosa que tengo muy clara es que lo mediocre, por mucho que se alabe, siempre será mediocre. Yo además he luchado solo. Salvo la protección de los Duques del Infantado, que en su momento me brindaron amablemente su mecenazgo, jamás he contado con la ayuda de nadie. Mi nombre me lo hecho yo mismo sin necesidad de los palmeros a los que muchos se acostumbran hoy día.

¿Tuviste muy clara tu vocación desde un principio?

Clarísima. Yo donde me sentía realmente feliz era en un estudio como el de mi maestro Buiza, que era una de las personas que mejor conocía este oficio. Todos me llamaban por aquel entonces "el niño", de ahí el nombre del libro. Buiza me decía "niño, haz esto", gente como mi querido Guzmán Bejarano le decía a Buiza "oye, mándame al niño". Todos se referían a mí como "el niño", en unos tiempos que no son como los de ahora, cuando realmente ejercíamos de aprendices, casi ni cobrábamos, y cuando nos pagaban, solamente veíamos cuatro gordas. Hay gente que se extraña de que algunos empezáramos tan jovencitos en este arte, pero es que siempre ha sido así. En los tiempos de Martínez Montañés o Pedro Roldán, por ejemplo, los aprendices entraban en los talleres a los doce o a los catorce años de edad.

 

 

 

Siempre nos mencionas a cuatro personas como tus maestros: Francisco Buiza, Rafael Barbero, Sebastián Santos y Antonio Eslava. ¿Podrías decirnos que te aportaron personalmente cada uno de ellos?

En el caso de Buiza, mucho oficio y muchísima disciplina. Tenía momentos de mucho genio, pero al rato no era nadie. Tampoco lo tuvo fácil en su ciudad y hay que entenderle. En el fondo, era un hombre extremadamente bondadoso. Santos era realmente un místico, mi cariño hacia él lo tuve casi aprendido de Buiza, ya que era su maestro y le quería muchísimo. Barbero era un gran artista pero tenía un carácter más difícil, sobre todo porque era muy reservado y nunca daba a nadie acceso fácil a sus obras. Y en cuanto a Eslava, era un ser entrañable, bondadoso, risueño y del que fui muy amigo. Le quise también mucho.

¿Y qué es lo que más te aportaron profesionalmente?

Por encima de todo, la conciencia de que hay que tener un sello personal, algo que yo creo haber logrado con creces, pues cuando el público ve una obra mía de inmediato reconoce a su autor.

La primera vez que te entrevistamos, hace ya tres años, dijiste que la última imagen que te había emocionado fue el Cirineo de Sebastián Santos para la sevillana Cofradía de Pasión. ¿Sigues pensando lo mismo?

Es que yo con ese magistral autorretrato vi a Santos cargando la cruz de Cristo. Es una obra que tenía lo mejor de las grandes figuras secundarias que vemos en los misterios y también en los belenes. Desde ella, no me ha conmovido otra ni he dicho "ole" a nada. Eso no quiere decir que no haya artistas que valen, o que no se hagan copias e imitaciones interesantes, pero creativamente nada me ha entusiasmado desde esa maravilla.

Vamos a comentar ahora tus últimos trabajos. ¿En qué ha consistido la restauración de la malagueña Dolorosa de la Paz, una de tus primeras obras para la ciudad?

Básicamente en una limpieza profunda de la imagen. La Virgen había sufrido mucho por unas intervenciones que no eran de recibo, por no decir que habían sido unos improperios para la talla. Le he aplicado además unas veladuras para devolverle su estado original. Quien la conoce bien sabe que ahora vuelve a ser la de siempre.

Hablando de restauraciones, ¿qué piensas acerca de las que se llevan a cabo en obras de imaginería? Hay opiniones que solo apuestan por que sean realizadas por imagineros y otras que incluso critican la opción de que un imaginero vivo restaure sus propias obras.

Esto último me parece demencial. Yo creo que un imaginero es el primero que debe tener el derecho a restaurar una obra suya. Es como el arquitecto que interviene uno de sus edificios; es lo lógico, ya que, además de diseñarlo, es quien mejor lo conoce. Respecto a quién debe o no hacer una restauración, la respuesta es simple y clara: quien lo haga bien; si no, que no lo haga. Es cierto que hay buenos restauradores, pero lo que veo últimamente deja mucho que desear. En mi caso, las gubias solo las tengo para tallar. Hace poco se me acusó de barnizar la imagen del Cristo del Museo, lo que además de ser falso demuestra una total ignorancia ya que jamás uso barnices, sino una capa especial que protege la madera y su policromía.

Las fotografías que acompañan esta entrevista son las de uno de tus nuevos proyectos escultóricos.

Sí, me encuentro tallando un Cristo Atado a la Columna para el convento de las carmelitas de Alcalá de Henares. Es una iconografía que hasta ahora no había tocado y estaba deseando hacer. Antes de que parta a Madrid quiero que esta obra se exponga la próxima Cuaresma en Sevilla. También tengo en proyecto dos obras marianas para Málaga, cuyos nombres son Reina de los Ángeles y Esperanza de Guadalupe. Por otro lado, estoy restaurando un magnífico Crucificado perteneciente al monasterio sevillano de Santa Ana. Es una obra del siglo XVI muy restaurada en el XVIII, modelada en una pasta parecida al guano, similar a la del Cristo del Museo. Es una pieza maravillosa que debo entregar restaurada antes de la Cuaresma del 2013.

 

 

 

Retomando un tanto los apuntes biográficos, ¿se moja Luis Álvarez Duarte a la hora de hablar sobre un tema?

Digo lo que pienso. Siempre he sido así tanto para defender a la gente, como para defenderme a mí mismo diciendo la verdad. Para eso estamos en libertad y hay una democracia. Hablo claramente sobre mi trabajo, sin entrar en los cuchicheos tan propios de los ambientes capillitas que lo rodean, y sobre mis otros intereses artísticos, entre los que están el flamenco, el cine, la música y el teatro.

Si te preguntamos tu opinión sobre el arte que se hace actualmente, ¿te mojarías?

Por supuesto. Hay una parte con artistas buenísimos, pero también otra realmente decadente. Y no solo hablo de imaginería, ni de escultura en general, sino también de otras ramas como la pintura. La verdad es que me da una rabia especial el tema de la imaginería, porque hay gente que podría hacer bastante por ella y podría dar mucho más de sí, pero no hay manera. Será que por encima de todo, incluidas las restauraciones de las que hablábamos antes, yo siempre estoy y voy a estar con los imagineros.

¿Y sobre las cofradías, te mojarías?

Solamente diré que antes había muchos cofrades de pata negra y ahora no hay tantos.

¿Y sobre España?

Sobre España más vale ni mojarme porque si me mojo, me ahogo. Sufro mucho cuando les quitan las cosas a quienes menos tienen. Únicamente espero que todo esto sea por poco tiempo.

Has sido amigo de mucha gente de la farándula, como Antonio Gala, Pepa Flores (Marisol), Terenci Moix, Raphael, al que inmortalizaste en una ocasión... ¿Cuál de ellos te ha impresionado más?

A quien más vi lleno de ternura, emoción, cariño y arte fue a Terenci. Era un grandísimo artista y una buena persona. Para mí Terenci, además de un amigo, es ya un monstruo sagrado. Recuerdo que admiraba mucho a Sophia Loren, a la que también conocí personalmente rodando en España junto a Adriano Celentano y quedé fascinado por su imponente belleza, especialmente por esos ojos color miel. A muchos de mis amigos les encanta la imaginería, algo que no es incompatible, por mucho que algunos quieran verlo de otra manera, con ciertas ideologías. En casa de Ana Belén y Víctor Manuel, por ejemplo, nada más entrar hay un Niño Jesús.

Para terminar Luis, siempre has presumido mucho de ser andaluz. ¿Crees que te hubieras dedicado a tu arte si no hubieses nacido en Andalucía?

No hay duda que Andalucía influye mucho en todo. Y hablo de Andalucía en general, que es fantástica de una punta a otra y puede ronear de tener de todo; porque yo soy sevillano, pero no partidario del chovinismo que hay en Sevilla y en torno a ella. Será que en Málaga me recibieron con los brazos abiertos nada más comenzar mi andadura, que en Huelva paso los veranos y de ahí es parte de mi familia, y que mi mujer es de Almería. No puedo olvidar a Extremadura, ya que ahí están mis raíces, pero yo quiero mucho a Andalucía entera.

 

 

 

Nota de La Hornacina: horas después de la publicación de esta entrevista, el escultor nos comunicaba que la calle General Martínez Vara del Rey de Sevilla, pasaba a llamarse calle Luis Álvarez Duarte. Dicha calle se halla junto a la Parroquia de San José Obrero de la capital hispalense, donde recibe culto la primera obra del autor.

 

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