LA GRAN RETROSPECTIVA DE GEORGES DE LA TOUR EN CINCO OBRAS MAESTRAS

10/09/2025


 

Con Georges de La Tour, entre ombre et lumière (Georges de La Tour, entre luces y sombras) el Museo Jacquemart-André de París dedica una exposición única a Georges de La Tour (1593-1652), ofreciendo del 11 de septiembre de 2025 al 25 de enero de 2026 una perspectiva innovadora sobre la excepcional y brillante obra de uno de los más grandes pintores franceses del siglo XVII. La muestra, la primera gran retrospectiva sobre el artista desde 1997, ofrecerá una reinterpretación de la trayectoria de La Tour, intentando arrojar luz sobre las preguntas que aún rodean su obra y trayectoria. A pesar de la escasez de originales que se conservan, la obra de La Tour ha dejado una profunda huella en la historia del arte.

 

 
 

El recién nacido


El recién nacido
(hacia 1647-1648, Musée des Beaux-Arts de Rennes) ilustra con una intensidad excepcional cómo Georges de La Tour trasciende una escena doméstica únicamente mediante el poder de la luz. Si bien a primera vista parece una simple escena de maternidad, todo en la composición invita a una lectura espiritual, tanto que es inevitable ver en ella una representación de la Virgen María, Santa Ana y el Niño Jesús. El pintor evita cualquier atributo religioso explícito, con la excepción de la luz, que parece emanar tanto del niño como de la propia llama, como si la divinidad se revelara en la misma estancia. En esta obra, la herencia de Caravaggio es evidente: iluminación nocturna, figuras populares, un despojo radical del entorno. Pero La Tour sustituye el énfasis dramático del artista italiano por una simplicidad meditativa y una intensidad contenida. El silencio casi palpable de la escena (fondo neutro, paleta limitada, quietud de las figuras) refuerza la sensación contemplativa.

 
 
 
 
 
 

Magdalena penitente


De las cuatro versiones autógrafas conocidas de este tema, la Magdalena Penitente (hacia 1635-1640) conservada en la National Gallery de Washington es una de las más conmovedoras. Sentada de perfil en una habitación vacía, la santa está absorta en una profunda meditación. Una llama, no directamente visible, ilumina la escena con un halo dorado. La imagen es formalmente sobria, pero sorprendentemente rica en simbolismo: la calavera y el espejo evocan la vanidad de los bienes terrenales, mientras que la luz inmaterial es una metáfora de la elevación espiritual. Georges de La Tour ofrece aquí una interpretación profundamente humana de la figura del pecador arrepentido, símbolo del sacramento de la penitencia, arraigado en la espiritualidad católica del siglo XVII. Mediante la simplicidad de la composición, la economía de medios y la precisión de los detalles, La Tour logra una forma de gracia austera donde el misticismo se combina con una presencia casi física de su modelo.

 
 
 
 
 
 

Job reprendido por su esposa


El dramático claroscuro, la simplicidad de la composición y el austero naturalismo contribuyen a hacer de esta pintura (década de 1630, Musée de Épinal) una de las más impactantes y originales de Georges de La Tour. Representando a un anciano demacrado sentado, con una mujer inclinada sobre el mismo, esta escena se identifica con un pasaje bíblico del Libro de Job gracias al sutil detalle del fragmento de cerámica colocado a los pies del anciano. La llama de la vela, discreta pero central, estructura toda la composición: ilumina los rostros, revela texturas y crea una atmósfera de silenciosa contemplación. Al igual que Caravaggio, La Tour cultiva la ambigüedad narrativa y visual, borrando intencionalmente ciertos atributos iconográficos para sumergir mejor al espectador en una escena íntima que cuestiona la fe, el sufrimiento y la soledad del hombre sufriente, transfigurando la vida cotidiana para traer lo divino a ella.

 
 
 
 
 
 

Las lágrimas de San Pedro


Firmada y fechada en 1645, la pintura Las lágrimas de San Pedro (The Cleveland Museum of Art) constituye un hito clave en la obra de La Tour. San Pedro no es representado aquí como el glorioso fundador de la Iglesia, sino como un hombre abrumado por el remordimiento. Sentado, con los ojos enrojecidos por las lágrimas, medita en la oscuridad, iluminado únicamente por la tenue luz de una linterna. Su postura humilde, sus pies calzados con gruesos zuecos, y el énfasis puesto en su edad y fragilidad transmiten el dolor de un hombre que ha negado a Cristo. A su lado, un gallo recuerda la profecía de Jesús: "Antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces" (Mt 26, 34). La sobriedad de formas, los colores apagados y la sobriedad de esta solemne escena transmiten una profunda carga espiritual. La Tour imagina una iconografía de la contrición solitaria, humana y conmovedora.

 
 
 
 
 
 

La negación de San Pedro


Fue a partir de esta pintura que el historiador de arte Hermann Voss identificó a Georges de La Tour en 1915. Presentada como regalo de Año Nuevo al gobernador de Lorena, el mariscal de La Ferté, esta obra también es una de las pocas que lleva una fecha (1650), lo que la convierte en un hito importante en la cronología de La Tour. Conservada en el Musée d'arts de Nantes, se distingue por la sutil tensión entre lo sagrado y lo profano. En un rincón de la composición, San Pedro y la doncella sobresalen en la penumbra. Pero el espacio principal está ocupado por una escena secular: una animada partida de dados entre soldados, representada con un realismo de gran virtuosismo formal. La Tour continúa explorando la luz como lenguaje espiritual y dramático, pero introduce una nueva complejidad narrativa, confrontando la soledad interior de la negación con la ostentosa trivialidad del mundo. En esta obra tardía es posible la participación del taller del pintor, o incluso de su hijo Étienne, ya que las prácticas del taller La Tour en los últimos años de su vida siguen siendo relativamente desconocidas.

 

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