EL ARTE EN LA EXPOSICIÓN UNIVERSAL DE SEVILLA


 

Uno de los grandes lemas de la Expo de Sevilla, de la que se cumple hoy el vigésimo aniversario de su inauguración, fue autoproclamarse como "el mayor museo del mundo". Las numerosas ofertas artísticas organizadas tanto en la propia ciudad como en el recinto de La Cartuja, la calidad de muchas de las exposiciones y la presencia en éstas de obras maestras del arte universal lograron, en definitiva, que el lema no quedara sólo en el papel. Sevilla fue durante seis meses, del 20 de abril al 12 de octubre del año 1992, una de las grandes capitales mundiales del arte.

 

 

Arte y Cultura en torno a 1492

Inaugurada junto al Pabellón Real, dentro del monasterio y lejos del mundanal ruido de los pabellones internacionales, fue considerada con justicia como la joya de la Cartuja. Evitó masivas afluencias de público y aglomeraciones en su interior gracias a un riguroso sistema de acceso.

Fue una auténtica exposición universal presentada con el acertado criterio de combinar obras de procedencia muy diversa, pero coincidentes en el tiempo, para comprender con más elementos de juicio las semejanzas y diferencias estéticas de las culturas americanas, asiáticas, africanas y europeas; su visión del hombre, la naturaleza, los mitos y los dioses.

Para la mayoría de los visitantes supuso la experiencia nueva de gozar con una sinfonía de formas, un paisaje con figuras en la penumbra, la conjunción de pintura, escultura, cerámica, artes decorativas, libros ilustrados, armaduras y un largo etcétera.

 

 

Tesoros del Arte Español

Desfiló por el Pabellón de España una colección de las mejores obras de nuestros pintores más universales, de Velázquez a Dalí, pasando por Zurbarán, Goya o Picasso.

A través de cinco salas, obras de distintos tamaños, estilos y técnicas se alternaban en orden cronológico para ofrecer al espectador medio centenar de piezas escogidas como representativas de los grandes periodos de la historia del arte español.

La Maja Desnuda, de Goya; El Conde Duque de Olivares, de Velázquez; o La Sagrada Familia del Pajarito, de Murillo, compartieron espacio con obras de Picasso, Miró, Juan Gris o Gargallo.

 

 

Magna Hispalensis

La exposición que más éxito tuvo, de ahí que se prorrogase hasta fin de año. Versó sobre la historia de la Iglesia en Sevilla, sin olvidar su vinculación a la evangelización en América.

Su montaje supuso para miles de sevillanos el descubrimiento de detalles que no conocían de la Catedral, convertida en su propia exposición, pues el 80% de los fondos procedían de dicho templo y dependencias anexas. Y es que para albergar tanto arte, los responsables de la Expo tuvieron que acondicionar a marchas forzadas numerosos edificios, como el Monasterio de Santa María de las Cuevas en la Cartuja, los Monasterios de San Clemente y Santa Inés, la Estación de Plaza de Armas o la Sala Arenal.

Hasta la Catedral hispalense se reconvirtió para acoger esta muestra. Especial mención mereció la magnífica iluminación que realizó en la misma la Compañía Sevillana de Electricidad.

 

 

Artistas Latinoamericanos del Siglo XX

La exposición americana clave, organizada por el MoMA de Nueva York. Nunca hasta la fecha se había conseguido reunir con tanto esmero a las grandes figuras de aquel continente.

El impacto de la revolución mexicana en artistas como Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Siqueiros, los autorretratos de Frida Kahlo, las acuarelas expresionistas del argentino Xul Solar, el surrealismo de Roberto Matta y Wilfredo Lam, el constructivismo de Joaquín Torres García, la sátira de Fernando Botero, los murales de Alfredo Jaar...

En definitiva, toda una panorámica con esta muestra de las últimas tendencias plásticas que pusieron de manifiesto la interacción cultural entre el viejo y el nuevo mundo.

 

 

Otras Exposiciones

La gran exposición precolombina fue sin duda El Oro de América, con cuatrocientas piezas de oro de extraordinario valor, procedentes de Colombia y Perú, que hubieran colmado las ansias de riqueza de los buscadores de El Dorado.

También en el Pabellón de España, la exposición Pasajes presentó una selección de las últimas generaciones de pintores y escultores, desde la mitad del siglo XX hasta 1992.

Otra muestra interesante fue Tesoros de Arte de Anjou, con excelentes tapices como el que recrea el Apocalipsis, según el modelo del Beato de Liébana.

La fiebre del arte llegó hasta el templo del toreo, pues en la Maestranza se exhibió la Suite Vollard, famosa colección de dibujos de Picasso sobre el tema del minotauro.

El Ayuntamiento de Sevilla organizó la muestra Los Esplendores de Sevilla, realizada a partir del patrimonio artístico-religioso de las cofradías hispalenses. Consiguió batir otro récord de visitantes, ya que el solo hecho de que muchos pasos, de extraordinaria imaginería barroca, fuesen trasladados desde sus templos hasta las sedes de la exposición se convirtió en una repetición de la Semana Santa.

En la Sala Arenal se instaló la exposición Imagina, la muestra fotográfica de mayor interés de la Expo. El trágicamente desaparecido César Manrique presentó en dicha sala, días antes de su muerte, una colección de imágenes con su personal visión de la naturaleza.

Respecto a las autonomías, la Comunidad Valenciana aprovechó la calidad del IVAM para exhibir sus últimas adquisiciones; Aragón complementó con los sueños y pesadillas de Antonio Saura sobre El Perro de Goya la magnífica colección de diez obras del pintor de Fuendetodos que se podían ver en el pabellón; el pabellón de Cataluña contó con una pequeña aunque muy valiosa exposición permanente, resumen de su historia artística, y además dedicó cada siete días otra sala a un pintor catalán; por su parte, Baleares tuvo en su edificio desde bronces púnicos hasta obras y objetos de Miró que se exponían por primera vez; Murcia alternó la presentación de sus artistas contemporáneos junto a figuras tan conocidas de Salzillo como su conjunto escultórico La Última Cena, y Castilla y León expuso una colección de arte que se remontaba a sus primeros pobladores y terminaba en los Reyes Católicos.

Por último, destacar la muestra organizada por La Caixa sobre el arte de los 80; la exposición Pintores Sevillanos, 1952-1992, en el Monasterio de San Clemente; la exhibición del Tesoro del Carambolo, gran hallazgo de la cultura tartéssica, en los Reales Alcázares; la organizada por la Fundación Focus en el Hospital de los Venerables que recogía las obras maestras del Museo de Bellas Artes de Sevilla de los siglos XV al XVIII; la Crónica del Extravío en la Iglesia de San Luis de los Franceses, y La Memoria Productiva dentro del Pabellón de Sevilla, que comenzaba por el arte contemporáneo, enlazaba con dibujos de Lorca, Alberti y Picasso, llegaba hasta el pasado árabe y romano, y desembocaba en Tartessos.

 

 

Otros Eventos Artísticos

La Sociedad Estatal elaboró el programa Arte en Espacios Públicos con nueve proyectos de artistas internacionales, casi todos instalaciones que se integraron en el sorprendente paisaje urbano de la Isla de la Cartuja. El más llamativo, instalado en la Puerta Triana, fue 1/2 Esfera Azul y Verde, obra del artista venezolano Jesús Soto.

También abundaron las esculturas al aire libre. El malagueño Miguel Berrocal destacó por partida doble con su Doña Elvira, junto al Auditorio, y Citius, Altius, Fortius, en la puerta del Pabellón del COI. El Reino Unido instaló la magnífica Torre del Descubrimiento, de Anthony Caro, y la Comunidad Europea mostró Europa en el Corazón, de Ludmila Tcherina.

La Expo se convirtió en el gran museo de El Greco, pues había cuadros del pintor cretense en los pabellones de España, Santa Sede, Castilla-La Mancha -que además pudo albergar la célebre Custodia de Arfe- y en la exposición El Paisaje Mediterráneo.

Los países europeos obviaron el arte en beneficio de la arquitectura y la tecnología. A destacar Alemania, que patrocinó la muestra Arte en el Cielo; Holanda, que mantuvo más tiempo del previsto la magnífica World Press Photo 1992, y Suiza, que apostó por lo sorprendente y lo extravagante y, en el Pabellón de las Artes, exhibió la colección de la Fundación Peter Stuyvesant sobre la relación arte-máquina.

Mencionar, por último, el proyecto de la antigua CE de presentar una escultura de un joven artista de cada uno de los por entonces doce países miembros.

 

 

Los Pabellones

El pabellón más popular de la Expo fue el de Canadá con diferencia, sobre todo entre los sevillanos, porque comenzaron a trabajar muy pronto tanto en su construcción y contenidos como en las relaciones públicas y promoción. Su película Momentum suscitó enormes colas por sus adelantos técnicos al servicio del paisaje canadiense. Canadá se relacionó muy bien con Sevilla, por ejemplo apadrinando un colegio cercano a la Expo, y batió por goleada a Estados Unidos, que en Sevilla hizo el ridículo si la comparamos con otras naciones importantes.

Indiscutiblemente, Japón fue otro de los países que triunfó en Sevilla. Conceptualmente, el edificio del gran arquitecto Tadao Ando -dicen que fue en su momento el mayor edificio de madera del mundo, aunque también tenía vigas- formó parte de la verdadera aportación arquitectónica de la Expo. El enorme pabellón albergó las deliciosas miniaturas en papel de origami, reprodujo una sala del castillo medieval de Azuchi y llevó a cabo fascinantes montajes de arte a través de la alta tecnología.

De los edificios de estilo tradicional, el Pabellón de Marruecos fue el que más gustó con diferencia, porque se trata de un palacio árabe, con azulejos, fuentes y artesonados de gran valor, que ha permanecido en Sevilla.

El Pabellón de la Navegación, estrella del eje temático -La Era de los Descubrimientos- porque sus creadores y creativos supieron fascinar al público con muchos detalles que le hacían sentirse en una aventura nueva. Además, hay que celebrar la belleza del edificio.

Hay que considerar el Pabellón de la Santa Sede como uno de los mejores de la Expo por sus soberbios contenidos, tanto desde el punto de vista artístico como por los documentos y objetos que explican la evangelización en América y el papel jugado por la Iglesia en el Descubrimiento.

El cine esférico Omnimax, que se salvó del incendio del Pabellón de los Descubrimientos, supuso un rotundo éxito de público. Eureka, Un Mundo por Descubrir, era la película oficial y constaba de escenas de desigual mérito. Lo mejor estaba por la noche, con la proyección de Planeta Azul, la mejor película que se ha visto en la Expo, basada en imágenes tomadas por los astronautas.

El Pabellón de España deslumbró por su calidad, y los de Reino Unido y Finlandia por su interesante aportación arquitectónica. También destacaron Mónaco, con su acuario; Puerto Rico, con su cultura y música popular, y Chile, con su hielo antártico en la Sevilla de los cuarenta grados a la sombra. Un caso insólito fue Suiza: lo sorprendente, lo estrafalario, lo diverso y la autocrítica (el único en toda la Expo) fueron sus lemas, destrozando así el tópico de la Suiza de las montañas, los relojes y el chocolate.

 

 

Los Puentes

El centro histórico de Sevilla estaba muy mal comunicado con el otro lado del río. El Puente del Alamillo, con sus dos tramos sobre el río Guadalquivir, fue uno de los ocho nuevos pasos construidos con motivo de la celebración de la Exposición Universal, y es probablemente el más conocido y popular, junto con el de Isabel II -también llamado Puente de Triana-, fuera de la capital andaluza.

Le siguen los de la Barqueta, Cartuja, Chapina, doble de las Delicias y Quinto Centenario, una de las obras emblemáticas de la Sevilla del 92. Esta mejora de las comunicaciones sobre el río, parte destacada de las inversiones en infraestructura, contribuyó decisivamente al éxito de la Expo y a la consolidación de la modernidad de la capital hispalense. Los nuevos puentes sobre el Guadalquivir fueron, sin la menor duda, un símbolo inequívoco de la nueva Sevilla.

 

FUENTES: A.A.V.V. "El Mundo de la Expo. Historia de Seis Meses de la
Exposición Universal de Sevilla", separata de ABC, 13/10/92, pp. 16-26, 32 y 34-47.

 

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