LAS VÍRGENES NEGRAS EN ESPAÑA

Jesús Abades y Sergio Cabaco


 

 

 

El culto a las vírgenes negras aparece en el mundo cristiano durante la etapa del medievo, en torno a los siglos XI y XIII. En realidad, no es más que la adaptación a los cánones del cristianismo del culto egipcio a la diosa madre Isis como símbolo de la tierra y la fertilidad -cuyo antecedente lo encontramos en las Venus del paleolítico-, tal y como hicieran en su momento los griegos con Démeter, los celtas con Belisana o los romanos con Ceres.

Se tiene constancia también del culto pagano a Diana-Artemisa en Éfeso -ciudad de Asia Menor situada en la actual Turquía- como diosa negra de la tierra, siendo venerada en un templo octogonal concebido como santuario donde habitaba el espíritu de la deidad.

Muchos de los recintos donde reciben culto estas vírgenes negras están cargados de gran fuerza telúrica y fueron antaño lugares donde se practicaban rituales iniciáticos, algunos de carácter secreto. 

 

 

 

Junto con los templarios y los cistercienses -comunidades religiosas que contribuyeron decisivamente a la consolidación, entre los siglos XI y XII, del culto público a la Virgen María como entidad independiente de Jesús-, la Orden de los Caballeros del Hospital de San Antonio, fundada en el siglo XII bajo el patrocinio de San Antonio Abad, fue una de las principales congregaciones propagadoras de la devoción a las vírgenes negras.

La tradición cuenta que el eremita San Antón veneraba en su Egipto natal a una Isis del periodo alejandrino como si de una imagen de la Virgen María se tratase, y que, al ser traída dicha efigie a Europa, comenzó en el viejo continente el culto a tan sugestivos iconos marianos. Ello debe tener cierto fundamento si tenemos en cuenta que la Isis egipcia fue venerada en varios puntos de Francia como una madonna cristiana, caso de la propia capital París, cuyo nombre se debe a los parisii, adoradores del popular mito egipcio.

 

 

 

Las vírgenes negras aparecen mencionadas en el Cantar de los Cantares: "nigra sum sed formonsa filiae Hierusalem sicut tabernacula Cedar sicut pelles Salomonis". Precisamente, la Orden del Temple, autorizada en el año 1118, tuvo su primera residencia en las ruinas del templo de Salomón, una construcción octogonal cedida por el rey Balduino de Jerusalén, el mismo monarca que dio carta blanca a la congregación.

Como hemos apuntado anteriormente, los templarios fueron grandes difusores de esta iconografía, y en varios de sus recintos sagrados se celebraban romerías en las que los asistentes se imbuían de la energía universal allí manifestada a través de la Madre-Tierra, personificada en la imagen de la virgen negra que presidía los cultos. 

 

 

 

La mayoría de las vírgenes negras muestran unos rasgos morfológicos comunes: semblante hierático, rasgos orientalizantes aunque nunca negroides, mirada esotérica que cautiva a quien la contempla y actitud pasiva ante el espectador. Su disposición suele variar en función de su época de ejecución; así, las románicas se hallan sedentes, y la mayoría de las góticas de pie, sin que en ellas se refleje el naturalismo propio de otras efigies coetáneas de María.

Varias se hallan labradas en madera o piedra negra, mientras que otras han sido pintadas de negro (en algunos casos, ello no se hacía con el Niño al considerarse un color impropio para representar al Hijo de Dios), incluso las hay que en su origen lucían pintura negra que luego fue eliminada para convertirlas en vírgenes blancas.

 

 

 

Fueron también frecuentes las vírgenes negras en los lugares y caminos de peregrinación. La orden hospitalaria de San Antón, que hemos señalado con anterioridad, se estableció en el Camino de Santiago con el fin de auxiliar a los caminantes enfermos, de ahí que se extendiera notablemente la devoción a través de tan señero centro de peregrinaje.

Respecto al motivo de la piel negra de María en estos simulacros, son dos las hipótesis más aceptadas: la que establece que el negro es el color de la tierra que, fecundada por el sol, es fuente de toda vida -equiparable a la maternidad de la Virgen según la religión cristiana, por obra y gracia del Espíritu Santo-, y la que afirma que el negro era el color de las piedras a las que reemplazaron en el culto dichos iconos marianos. La adoración a la piedra negra, activa aún en el mundo islámico, era en muchos casos para pedir fertilidad física y espiritual.

 

FUENTES

Con información de Celia Cevedo.

HUYNEN, Jacques. El enigma de las Vírgenes Negras, Barcelona, Plaza y Janés, 1977.

 

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