EL HIJO PRÓDIGO DE MURILLO Y EL ARTE DE NARRAR EN EL BARROCO ANDALUZ

16/09/2021


 

 
 

El hijo pródigo expulsado por las cortesanas

Bartolomé Esteban Murillo
Óleo sobre lienzo
Hacia 1660-1665
104,5 x 134,5 cm
National Gallery de Irlanda (Dublín)

 

Presentación

Durante las décadas centrales del siglo XVII se produjeron en Andalucía un tipo de cuadros muy representativos tanto del alto nivel creativo alcanzado por los principales pintores, como de las expectativas y el gusto de una de las partes más activas de su clientela. Se trata de obras pictóricas organizadas en series, en su mayoría de mediano tamaño y encargadas por personajes particulares para interiores domésticos u oratorios privados. En ellas se desarrolla una "historia" de origen bíblico o hagiográfico, bien sea la biografía más o menos completa de un personaje, o las etapas de un episodio biográfico. Eso permite entender no solo los recursos compositivos de sus autores, sino también su capacidad como narradores de episodios seriados.

El contenido de estas series pictóricas del barroco andaluz y el modo en el que se desarrollan reflejan con frecuencia el propio mundo de sus promotores, de sus códigos y de sus aspiraciones, y nos permite a su vez asomarnos a una parte de la cultura material de las mismas.

Para conocer mejor estas obras, y en torno al núcleo formado por la serie de seis cuadros de Bartolomé Esteban Murillo que narran las vicisitudes del hijo pródigo y que generosamente ha prestado la National Gallery de Dublín tras su reciente restauración, se expondrán en El Hijo pródigo de Murillo y el arte de narrar en el Barroco andaluz los cuatro cuadros vinculados a dicha serie que posee el Museo Nacional del Prado de Madrid, así como la "Historia de José", por Antonio del Castillo, que se conserva íntegra; y la mayor parte de los cuadros que describen la "Vida de San Ambrosio", por Juan de Valdés Leal. La comparación entre ellos permitirá al público apreciar tanto las afinidades como las diferencias desde el punto de vista técnico, estilístico y narrativo, de tres de los nombres principales de la pintura andaluza del Barroco.

La exposición incluye una sección con obras dispersas que en su momento formaron parte de series de este tipo, y que representan escenas de banquete o encuentros alrededor de un pozo, lo que permite llamar la atención sobre el hecho de que en este tipo de obras, junto con su importante contenido narrativo, conviven fórmulas que pertenecen a otros géneros, como el paisaje, la pintura costumbrista o el bodegón.

Con estas obras, que exigen una lectura atenta, pausada y secuenciada, y que tienen una naturaleza esencialmente narrativa, se invita al espectador de El Hijo pródigo de Murillo y el arte de narrar en el Barroco andaluz a ensayar un acercamiento a la pintura antigua distinto al que es actualmente más habitual, pero que resulta más cercano a aquel que existía en la época y entre el público para el que se pintaron estos cuadros.

El Hijo pródigo de Murillo y el arte de narrar en el Barroco andaluz se puede visitar desde hoy martes, 21 de septiembre, y hasta el 23 de enero del próximo año 2022 en horario de 10:00 a 20:00 horas (lunes a sábado, domingos y festivos hasta las 19:00 horas). Cerrado los días 25 de diciembre de 2021 y 1 de enero de 2022.

 

 
 

Cristo y la samaritana

Alonso Cano
Óleo sobre lienzo
Hacia 1635-1637
166 x 205 cm
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid)

 

Introducción

Durante las décadas centrales del siglo XVII se produjo en Andalucía un tipo de cuadros que son muy representativos tanto del alto nivel creativo alcanzado por los principales pintores, como de las expectativas y el gusto de una de las partes más activas de su clientela.

Se trata de obras organizadas en series, en general de mediano tamaño y encargadas por particulares para interiores domésticos u oratorios privados. Varias de ellas describen el desarrollo de una "historia", bien sea la biografía más o menos completa de un personaje, o las etapas de un acontecimiento biográfico concreto. Ello hace que tengan un extraordinario interés para entender los recursos compositivos empleados por sus autores, y su capacidad como narradores de episodios seriados.

Entre los artistas que cultivaron este tipo de series se cuentan Murillo, Antonio del Castillo, Juan Valdés Leal o Alonso Cano; es decir, cuatro de los protagonistas principales del Barroco pictórico andaluz.

Para acercarnos a esta peculiar producción artística se ha organizado El Hijo pródigo de Murillo y el arte de narrar en el Barroco andaluz, que tiene como puntos de referencia tres de esos ciclos: el que describe la parábola del hijo pródigo por Murillo, el que cuenta las peripecias de José en Egipto por Antonio del Castillo, y el que narra la biografía de san Ambrosio por Valdés Leal.

Una cuarta sección reúne obras pertenecientes a otras series, en las que se muestra cómo las mismas fueron instrumentos importantes para la representación del paisaje, de los "afectos" o de la vida cotidiana.

 

 
 

José explica los sueños del Faraón

Antonio del Castillo Saavedra
Óleo sobre lienzo
Hacia 1655-1660
109 x 145 cm
Museo Nacional del Prado de Madrid

 

La historia de José en Egipto

La vida de José, narrada en el Génesis, estuvo repleta de episodios novelescos, y se consideró antecedente de la de Cristo. Todo ello despertó el interés de literatos, artistas y público. Era una historia llena de incidentes, que, más allá de su contenido religioso, podía satisfacer el ansia de aventuras ajenas de cualquier espectador.

La condición que tenía José de hijo preferido de su padre Jacob le granjeó la envidia de la mayor parte de sus hermanos, que planearon acabar con su vida. Solo la intervención de uno de ellos, Rubén, impidió su muerte, siendo finalmente entregado a unos mercaderes, que a su vez lo vendieron a Putifar, ministro del faraón. La resistencia de José ante el intento de seducción de la mujer de su señor, además de prueba del dominio de sí mismo, fue causa de que acabara en la cárcel. Las dotes proféticas que demostró en prisión sirvieron para que el faraón recurriera a él para que le interpretara un sueño perturbador: José predijo con acierto siete años de abundancia y otros tantos de escasez. A la vista de sus facultades, le fue encomendado el gobierno de Egipto. Durante el mismo, no solo demostró que era sabio, prudente, ingenioso, sagaz, virtuoso y capaz de afrontar cualquier situación difícil, sino que era también generoso y magnánimo, pues tuvo ocasión de perdonar a los mismos hermanos que habían querido matarlo.

Tras formarse en Córdoba, su ciudad natal, y Sevilla, donde entró en contacto con el arte de Zurbarán, Antonio del Castillo (1616-1668) se convirtió en uno de los artistas más importantes activos en su ciudad en las décadas centrales del XVII. Fue un pintor que no dependió tanto de los encargos institucionales como sus colegas anteriores. Entre las características que lo singularizan figuran su gran interés por el dibujo (se conservan unos 190) y la relevancia que concedió al paisaje, que expresó tanto en su obra sobre papel como en las pinturas con escenas al aire libre, en las que el entorno adquiere tanta o mayor importancia que la "historia".

La serie sobre la vida de José, uno de los conjuntos con los que Antonio del Castillo ha cimentado su fama, participa de algunas de las características anteriores. Son obras destinadas a un cliente particular, en las que el paisaje adquiere bastante importancia. El pintor logra gran equilibrio entre historia y escenario, demuestra notable capacidad para la representación de afectos y expresiones corporales, y afina su técnica narrativa, de forma que los episodios se suceden unos a otros de manera dinámica y clara, sin solución de continuidad.

 

 
 

La disipación del hijo pródigo (El hijo pródigo hace vida disoluta)

Bartolomé Esteban Murillo
Hacia 1660-1665
Óleo sobre lienzo
104,5 x 134,5 cm
National Gallery de Irlanda (Dublín)

 
 
 
 

La disipación del hijo pródigo (El hijo pródigo hace vida disoluta)

Bartolomé Esteban Murillo
Hacia 1660-1665
Óleo sobre lienzo
27 x 34 cm
Museo Nacional del Prado de Madrid

 

La parábola del hijo pródigo

La parábola del hijo pródigo se incluye en el Evangelio de Lucas, y es una de las historias ejemplares a través de las cuales se difunden valores nucleares del cristianismo, como son el perdón y la misericordia. Se trata de un relato claro, comprensible, que afecta a cuestiones trasladables a la experiencia cotidiana: relación paternofilial, importancia de la familia como marco protector o necesidad de usar la prudencia como guía vital.

La relevancia de ese contenido, y sus posibilidades dramáticas, fueron aprovechadas por los mejores creadores del Barroco. Lope de Vega y José de Valdivielso la utilizaron en sendos autos sacramentales, y una de las obras más emotivas de Rembrandt (Hermitage) muestra el momento en que el hijo recibe el perdón de su padre.

Una de las virtudes de la historia es lo sintéticamente que puede resumirse: un hijo segundón reclama al padre su legítima y abandona el hogar. Lejos de su tierra, dilapida el dinero, lo que le conduce a apacentar cerdos como único medio para sobrevivir. En ese estado, se decide a volver a casa y suplicar a su padre cobijo. El padre lo acoge con grandes demostraciones de alegría, "porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado".

La historia del hijo pródigo se adaptaba muy bien a un pintor tan amigo de explorar las posibilidades emotivas de la pintura como Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682), que trató el asunto en una de sus grandes composiciones para el Hospital de la Caridad de Sevilla. Fue también autor de la serie de seis cuadros que describen otros tantos episodios de la parábola, que aquí se exponen. Son obras de tamaño mediano y que, junto con cinco cuadros con la historia de Jacob, constituyen el principal ciclo narrativo destinado a un comitente privado que nos ha dejado el pintor. Además, es el único conjunto seriado del pintor que ha permanecido íntegro en una misma colección. Esto ofrece la oportunidad única de apreciar las dotes del artista como narrador, y sus recursos para contar una historia mediante una sucesión de secuencias.

De entre todas las opciones que ofrece el relato evangélico, Murillo ha optado por representar seis momentos clave a través de los cuales no solo se reconoce fácilmente el desarrollo de la historia, sino que se identifican los valores y connotaciones religiosos y morales asociados a la misma. El espectador tiene así la oportunidad de recrearse en situaciones y detalles trasladables a su experiencia cotidiana.

La serie generó cuatro pequeños cuadros que se exponen en El Hijo pródigo de Murillo y el arte de narrar en el Barroco andaluz junto a sus respectivos modelos.

En 1635 el grabador lorenés Jacques Callot (1592-1635) abrió una serie de once estampas que describen la parábola del hijo pródigo. Estas obras, de tamaño diminuto (6,2 x 8,2 cm), incluyen al pie versos pareados de carácter explicativo que las relaciona con los pliegos de aleluyas. Su presencia en esta exposición se justifica porque la composición o ciertos detalles de varias de las pinturas de Murillo están inspiradas en alguna de ellas. Es el caso de la escena del arrepentimiento o de la que describe el ataque furioso de las cortesanas.

Las estampas eran objetos fácilmente transportables y multiplicables, por los que se convirtieron en importantísimos transmisores de narraciones y composiciones. Su uso como motivo inspirador fue frecuente entre los artistas representados en esta exposición, como Murillo, Antonio del Castillo o Alonso Cano. 

 

 
 

San Ambrosio absuelve al emperador Teodosio

Juan de Valdés Leal
Hacia 1673
Óleo sobre lienzo
166 x 110 cm
Museo Nacional del Prado de Madrid

 

La vida de san Ambrosio

San Ambrosio (hacia 340-397) fue una figura principal en la historia temprana de la Iglesia cristiana, a la que aportó sobre todo su ejemplo como dignidad eclesiástica que supo hacer valer los derechos del poder religioso sobre el poder temporal, estableciendo así un precedente fundamental. Fue también un prolífico escritor, especialmente de sermones. Todo ello lo convirtió en uno de los padres de la Iglesia latina, junto con san Jerónimo, san Agustín de Hipona y san Gregorio Magno.

De origen aristocrático, Ambrosio comenzó una carrera en la administración del Imperio que le llevó a ser nombrado hacia el año 370 gobernador de Liguria y Emilia, empleo que tenía su sede en Milán. Unos años después, a la muerte del obispo de la ciudad, Ambrosio tuvo que dirimir la disputa surgida entre católicos y arrianos por hacerse con la dignidad episcopal. La prudencia y sabiduría con la que obró hicieron que fuera él quien acabara siendo nombrado obispo.

En el ejercicio de este cargo contuvo el arrianismo, extendió el cristianismo y se enfrentó en varias ocasiones a la casa imperial, en defensa de los derechos de la Iglesia. Destacó también por la austeridad de su vida y por su interés en los asuntos pastorales.

Juan de Valdés Leal (1622-1690) era, junto con Bartolomé Esteban Murillo, el pintor más prestigioso y con mayor actividad de Sevilla cuando, en 1673, recibió el encargo de pintar una serie de cuadros sobre la vida de san Ambrosio. El comitente era el arzobispo de la ciudad, Ambrosio Ignacio Spínola y Guzmán, que los destinó a su oratorio privado en el Palacio Arzobispal.

Probablemente el ciclo incluía siete pinturas con diversos episodios de la vida del santo desde su niñez hasta su muerte, que han llegado hasta nosotros dispersas en varias colecciones. Dentro del conjunto cobra especial relevancia la disputa que mantuvo san Ambrosio con el emperador Teodosio, y que constituye una afirmación de los derechos del poder religioso frente al poder temporal.

Además de estas obras de carácter biográfico, la comisión incluía varios cuadros más de carácter auxiliar y contenido alegórico.

El hecho de que el arzobispo Ambrosio Spínola prestara sus rasgos al santo de su nombre, la presencia de probables retratos en varias escenas o el uso de referencias arquitectónicas familiares a los sevillanos, hacen que esta sea una serie con un alto contenido autorreferencial.

 

 
 

El rico Epulón y el pobre Lázaro

Juan de Sevilla y Romero
Siglo XVII
Óleo sobre lienzo
110 x 160 cm
Museo Nacional del Prado de Madrid

 

Lugares de sociabilidad

Esta sección incluye obras que o bien pertenecieron a conjuntos similares a los de las anteriores, o se relacionan con las pinturas expuestas hasta ahora desde el punto de vista de la historia que representan, de su composición, su cronología, su tamaño o sus comitentes. Se agrupan bajo el tema común de "Lugares de sociabilidad", en dos modalidades distintas: "El banquete", a través del cual los artistas representaban un acto social y un entorno en el que reflejaban los ideales suntuarios de quienes encargaban estas obras, y "Alrededor de un pozo", un elemento que (como la fuente) ha sido uno de los lugares más importantes de relación social en el mundo preindustrial. Su ubicación al aire libre nos recuerda que la pintura de series fue uno de los motores más importantes para el desarrollo del paisaje en el arte andaluz de la época.

Todo ello permite llamar la atención sobre algunas importantes series hoy dispersas o cercenadas. Por otro lado, dado que pertenecen a cinco autores diferentes, que se relacionan con Córdoba, Sevilla y Granada, se ofrece al visitante la posibilidad de realizar al final del recorrido expositivo una comparación de las técnicas narrativas y los estilos pictóricos de Alonso Cano, Murillo, Antonio del Castillo, Valdés Leal o Juan de Sevilla.

A través de estos episodios es posible apreciar hasta qué punto las series fueron importantes para el desarrollo de ciertos géneros. Ya vimos la vinculación del pozo con el paisaje, mientras que los banquetes tienen mucho de versión acomodada y lujosa de la prolífica pintura de género que se desarrolló en Andalucía, y sirven también para acercarnos a los ideales suntuarios de los clientes de este tipo de obras. En este sentido, a través de la mesa celebratoria (al igual que con el pozo), el público visitante aprende cómo las series no agotaban su contenido en la propia narración, pues servían también como reflejo de los usos, el imaginario y las expectativas de la sociedad en cuyo seno nacieron.

El pozo, como lugar de parada, en ocasiones de cita, y con frecuencia de espera mientras el usuario anterior termina su labor, ha sido para el mundo preindustrial un importante espacio de sociabilidad; y en calidad de tal ha sido representado no solo en numerosos relatos sino también en imágenes. A ello contribuía el que la Biblia, una de las principales fuentes de historias pictóricas, abunda en encuentros ante un pozo.

Se trata de escenas a través de las cuales se desvela la capacidad de los artistas para la representación de las emociones y "afectos", pues el pozo actúa como marco de interrelación próxima entre dos o más personajes. Además, estos cuadros de encuentros junto a un pozo propician la reflexión sobre las fórmulas a través de las cuales el paisaje fue ganando presencia en la pintura andaluza.

 

 
 

El hijo pródigo abandonado

Bartolomé Esteban Murillo
Hacia 1660-1665
Óleo sobre lienzo
27 x 34 cm
Museo Nacional del Prado de Madrid

 

Volver          Principal

www.lahornacina.com