BARCELONA-PARÍS-NUEVA YORK. DE URGELL A O'KEEFE

Pilar Giró (12/07/2015)


 

 

Introducción

En el tránsito del siglo XIX al siglo XX, la sociedad vivió una serie de grandes cambios que influyeron profundamente tanto en la transformación de las ciudades como en la aparición de nuevos hábitos sociales. En este periodo se contextualizan las obras que forman parte de la exposición Barcelona-Paris-Nueva York. De Urgell a O'Keeffe. Colección Carmen Thyssen.

Barcelona, París y Nueva York han sido, por tanto, las tres ciudades invitadas en este relato estético. Tres ciudades que tienen una presencia importante en cuanto al criterio de construcción de la propia Colección Carmen Thyssen: Barcelona como referente cercano, ciudad que se mira en un París que despierta hacia la vida moderna y pasa a ser el epicentro del desarrollo de las nuevas tendencias artísticas, así como foco de debate intelectual durante la primera mitad del siglo XX, y, finalmente, Nueva York, ciudad que toma el relevo de París en su avance hacia las nuevas ideas estéticas.

Los artistas Modesto Urgell y Georgia O'Keeffe abren y cierran, respectivamente, un abanico de obras que sigue un cronológico, con alguna excepción puntual como, por ejemplo, Corot, que enmarca el contexto histórico de la exposición. Otro aspecto que se promociona es el diálogo internacional, que permite trazar las obras excepcionales que forman parte de la Colección Carmen Thyssen.

La obra de Modesto Urgell, con su cariz de romanticismo tardío pone de relevo el vínculo entre la Renaixença, que extiende sus raíces entre la memoria pretérita, y una Barcelona que despierta y avanza hacia una modernidad que la nivela con las grandes ciudades europeas. Al otro extremo del timeline, y también al otro lado del océano, tenemos a Georgia O'Keeffe y Nueva York, un referente de vanguardia, una nueva perspectiva para un nuevo mundo, donde el reto para el ser que lo habita es la posibilidad de hacer realidad sus sueños. Las visiones de uno y otro se complementan con el resto de artistas seleccionados.

A partir de la mirada de pintores como por ejemplo Pellicer, Pursals, Barnadas, Pissarro, Loiseau, Brown, Marsh y Pène du Bois, que nos dejan testigo de estas vivencias desde su sensibilidad compartida, se hace una aproximación a la transformación de una sociedad y la manera como se plasmó estéticamente este cambio, tomando como protagonistas a los mismos artistas y las escenas urbanas, las escenas de cariz más íntimo, los personajes que dichos artistas escogen como tema de sus obras.

Las ciudades, Barcelona, París y Nueva York, invitan a vivir instantes diurnos y nocturnos y a disfrutar de ellas. Sus calles son escaparates y pasarelas de las nuevas tendencias, sobreviniendo las tres un emblema de modernidad. Las transformaciones urbanísticas, que sin duda dibujarán el nuevo modelo de funcionamiento de la sociedad, las grandes avenidas, los bulevares... sin olvidar tampoco un espacio urbano tan tradicional como es la plaza. Los artífices de todos estos cambios fueron, sin duda, los habitantes de esas ciudades, que nos permitirán también entrar en la intimidad del hogar, de los pensamientos, de los deseos que se dibujan detrás las paredes de los grandes edificios. Nos desvelarán sus secretos sobre la añoranza de un mundo más esencial, en contacto directo con la naturaleza, siempre presente en el ideal que representa el jardín. 

 

 

Despertar de un nuevo mundo

En el contexto de transformaciones económicas y sociales que a mediados del siglo XIX modificaron la sociedad europea, se define el concepto de revolución industrial, que comportó el triunfo del capitalismo y de la sociedad burguesa. Fundamentalmente, los cambios que alteraron radicalmente la forma de vida fueron el crecimiento de la población, la revolución agrícola, la revolución del transporte y del comercio y la aplicación de la ciencia a la industria. Estos cambios demográficos, económicos y tecnológicos generaron transformaciones sociales de gran alcance: la conversión de comunidades rurales en urbanas y la aparición de nuevas clases sociales.

Con la llegada de la modernidad, ciertos aspectos del romanticismo pasan a evocar el paradigma de un mundo que es el resultado del reencuentro espiritual del hombre con la esencia de la naturaleza; Paisaje Nocturno (hacia 1890), de Meifrèn, es un claro ejemplo. El artista, en primera instancia, parece evocar un paisaje de paz y tranquilidad, hasta que descubrimos en el agua del río la imagen del movimiento, del cambio continuo.

Urgell, con Barcas en la Playa (imagen superior), testimonia un mundo que acaba, como el mismo atardecer que él ilumina. Como contrapunto, la luz enigmática del puerto nocturno de Grimshaw, Canny Glasgow (1887), aún habitado por el silencio, invitará a soñar en el despertar de un nuevo mundo. El mundo rural deja paso a la culminación de la revolución industrial y, con ella, a la transformación del entorno y de la vida cotidiana.

El contraste del mundo antiguo con el nuevo queda patente en el diálogo entre la obra Tarde de Otoño (1895), de Le Sidaner, y Fábrica a la Luz de la Luna (1898), de Luce. En la primera, una chica pasea absorta en su lectura por un entorno rural, representado bajo una estética simbolista, rodeada de una luz incierta.

Luce, en cambio, desde un punto de vista técnico, aplica a pinturas como la mencionada los principios científicos del color y de la luz, ya que es defensor de un nuevo estilo, el neoimpresionismo. Por otro lado, el compromiso social y político de Luce no es ajeno a la elección de la temática de la pintura. Anarquista activo y comprometido, pintó varias escenas de trabajadores y paisajes industrializados. Utilizó las escenas nocturnas, como la que hacemos referencia, por componer una sublimación dramática de los edificios industriales, al mismo tiempo que le servía para poner de relevo los hallazgos en torno la aplicación de la luz y del color.

 

 

Barcelona: una ciudad vivida

La obra de Pursals, Nevada de 1887. Barcelona (imagen superior, 1887), además de dejar constancia visual de la gran nevada que sorprendió Barcelona a principios de febrero de aquel año, tiene un gran valor como elemento testimonial por su exactitud e historicismo. La escena está situada en la parte inferior de la Rambla, con el edificio del Teatro Principal como protagonista de la composición. Esta imagen es representativa de la nueva forma de vida de la ciudad, donde las relaciones sociales y, algunas veces también los negocios, pasaban por un contexto de ocio. El Teatro Principal solía programar zarzuela, puesto que tenía una gran competición con el Teatro del Liceo en la programación operística. La organización de la Exposición Universal de 1888 muestra al mundo una Barcelona moderna, que le aporta un ambiente cosmopolita. Fue el punto culminante de una larga y positiva evolución de la sociedad catalana. Un nuevo horizonte de progreso y de prosperidad hacía ver el futuro con optimismo. Los barceloneses vivieron una transformación urbanística en el mismo tiempo en que se propagan las nuevas formas de vida, ocio y relaciones sociales, las cuales convivían con la tradición.

Josep Lluís Pellicer, presente con las obras Paso de una Procesión y Grandes Almacenes, fue un artista de amplia trayectoria profesional. Se acercó a la conciencia pública con una pintura sumaria, de contenido sincero y a menudo con mensaje satírico. Fue cronista gráfico cuando la fotografía instantánea todavía no estaba bastante desarrollada, lo que le comportó dejar su testimonio gráfico de los grandes acontecimientos, como por ejemplo la Exposición Universal de Barcelona de 1888 o las de París de 1878 y 1889. Por lo tanto, con Pellicer tenemos el paradigma, por un lado, del artista con implicación en la vida social de la ciudad y, por otro, el vínculo siempre presente entre Barcelona y París, ciudad con la que la primera se había querido asemejar.

Ramon Barnadas, un artista fuertemente atraído por pintar la vida nocturna de la Ciudad Condal, nos deja en la obra Barcelona de Noche en los Años Veinte una imagen de la Plaza de Cataluña con la actividad diurna atrapada por la noche; con el mismo volumen de gente paseando arriba y abajo por la plaza, con una actitud parecida a la que sería la del mediodía. El ambiente de este cuadro de Barnadas transmite una sensación de total normalidad de la actividad urbana bajo la luz artificial de una ciudad moderna, una de las principales consecuencias de los mencionados cambios que transforman los hábitos sociales.

El Paisaje Urbano de Sanvisens, muy probablemente ubicado en la zona de l'Eixample, constata la urbanidad de una generación que ya se ha habituado a los ambientes cosmopolitas de Barcelona. Los personajes pueden recordar a algunos dibujos de Opisso y, de no ser por el idioma en que está escrito el cartel del establecimiento comercial, la escena se podría situar en cualquier ciudad europea o norteamericana contemporánea.

Por su parte, La Rambla, pintada por Josep Amat, introduce al espectador el elemento de ciudad mediterránea que posee Barcelona. Una ciudad que adapta sus costumbres y su crecimiento a la orografía pertinente, haciendo de este espacio un verdadero punto de encuentro social de todos los tiempos.

 

 

París: instantes eternos

En el siglo XIX París se quiso convertir en la ciudad más moderna del mundo, cien años después de haber sido el modelo de revolución política de su época. Hasta medios del siglo XX París será el epicentro del arte occidental: tenía una colonia de artistas establecidos a la ciudad y escuelas vinculadas a algunos de los mejores pintores del momento. Su historia, sus calles y edificios emblemáticos quedarán inmortalizados en las telas de muchos artistas que se sintieron atraídos por la Ciudad de la Luz.

La mayoría de los artistas que forman parte de esta exposición, en un momento u otro de su vida, con más o menos intensidad, han tenido un vínculo directo con la ciudad de París. Pissarro, a pesar de que vivió mucho tiempo fuera de París, inmortalizó la vida en la ciudad moderna, incluso Camino de Versalles (1870), que pertenece más al género de pintura de paisaje o pintura rural, no deja de invitar a seguir el camino hacia el que la sociedad parisiense consideró su gran vergel.

Otro artista presente en esta selección es Léon-Augustin Lhermitte, que se trasladó en 1863 a París, donde triunfó al exponer con enorme éxito enorme en la Galería Durand-Ruel. Entre sus admiradores se encontraban Rodin, Van Gogh y Puvis de Chavannes. La ciudad de París encargó de Lhermitte una pintura de gran formato para el nuevo Ayuntamiento de la ciudad. El Mercado de Château-Thierry (1879) constata la dureza y el drama del mundo rural en un contexto de transformación industrial.

Muchos son los artistas que llegan a París con los ojos llenos de afán creativo, pero no todos tienen la misma suerte. Hay algunas biografías menos afortunadas. Ferdinand du Puigaudeau es un artista con varios puntos de conexión con el discurso aquí planteado. Pintor admirado por Degas, con quien establece una gran amistad, la ruptura de relaciones con la Galería Durand-Ruel y el fracaso de ventas en posteriores exposiciones lo llevan a la ruina y se ve obligado a dejar París. Es la otra cara de la moneda. A partir de 1919 trabaja durante cuatro años en un proyecto para una exposición en Nueva York, que desgraciadamente tampoco cuajará, y este hecho lo sumirá en una profunda depresión.

Muy diferente será la vida de Loiseau, parisiense de origen que, gracias a una herencia recibida de su abuela, se podrá dedicar de pleno a la pintura. Louiseau pinta muchos rincones de la ciudad de París, impregnados de movimiento, pero evitando la luz intensa y vibrante de los impresionistas. Vista de Notre-Dame, París (imagen de cabecera, 1911) es un ejemplo de su interés por mostrar la luz tamizada.

Junto a miradas de artistas franceses, en esta exposición se establece un diálogo con las de artistas catalanes en la Ciudad de la Luz. Y es que han sido muchos los pintores catalanes que se sintieron atraídos por todo lo que les podía aportar una ciudad como París, y como hacíamos mención, la mayoría de los que forman parte de esta muestra, de una manera u otra, tuvieron vínculo.

El catalán Gaspar Miró y León acabará siendo parisiense de adopción, y su popularidad hace que el Ayuntamiento parisino le otorgue el título honorífico de Pintor de la Ciudad de París. La obra Bulevar Parisiense (imagen superior), una fantástica perspectiva de la Avenida de la Ópera, deja constancia de una ciudad sumida en la modernidad, repleta de luz y movimiento. Recordamos que Napoleón III encargó al barón Haussmann que hiciera los cambios necesarios para convertir París en la ciudad más moderna de su época, con la construcción de grandes bulevares, siendo el de la Ópera Garnier uno de los más relevantes.

Por último, Amat tuvo diferentes estancias en París entre 1933 y 1935. Volvió a Barcelona con bellas panorámicas de los puentes de la ciudad y sus rincones más pintorescos: Quai de la Gare es un magnífico ejemplo.

 

 

De puertas adentro

Del espectáculo de la calle a la intimidad de la casa, del movimiento incesante y el barullo a la tranquilidad y el silencio. Los habitantes abren la puerta y comparten sus aposentos, la cotidianidad más íntima que despierta la poética de los espacios. Incesante la mirada en la belleza de los objetos, en la belleza del deseo, en la belleza del sueño y el anhelo de reencontrar el paraíso perdido. Esta necesidad de concilio con la naturaleza se refleja en la paz de un jardín idílico, la perfección y protección emanada del hortus conclusus.

Esta sección de la muestra se halla organizada en tres apartados: el primero, dedicado propiamente a los interiores, a los aposentos de la casa; el segundo, dedicado a un espacio más íntimo, femenino, en un juego de espacios de interior-exterior donde deseos y anhelos hilan la vida de pensamientos secretos, y el tercero nos trae hasta el jardín y el reencuentro con la naturaleza.

Los interiores, espacios intimistas, están representados por pintores que destacaron en el tratamiento de este tema. Es el caso de Maurice Lobre, a quien la crítica del momento elogió siempre este aspecto de su pintura. Del Tocador pintado por Jacques-Émile Blanche (1888), el comentario de Guillermo Solana nos hace poner la atención en la chica adolescente, que sintetiza la atmósfera delicada del interior y personifica la fugacidad, la vida humana como tránsito. Cuando la chica cierre la puerta, todo se habrá desvanecido.

Carl Vilhelm Holsoe logró una enorme fama como pintor de interiores. Suele encontrar su fuente de inspiración en el ambiente de sencillez y serenidad que se podía encontrar en las salas de estar de las familias de clase mediana. Mujer con Frutero (hacia 1900-1910) nos aporta un ejemplo de esta tranquilidad que se busca en el hogar, alejado del bullicio de las calles atareadas de la ciudad.

La obra El Descanso de la Modelo (1905) nos permite entrar en el propio estudio del artista. Manguin comparte en la pintura, y también en la realidad, su taller. En el jardín de su casa parisina construyó un atelier con paneles desmontables, donde iban a pintar Matisse, Marquet, Derein, Camoin, Puy y otros pintores, y donde tuvo lugar la gestación del fauvismo.

La poética del silencio, el diálogo de las miradas, las complicidades, pasan a primer plano en la obra Chicas en un Interior (imagen superior) de Laureà Valláis. Una escena llena de ternura que parece transcurrir con toda naturalidad, alienada a nuestra mirada. Las obras de Sunyer y Granero inician el recorrido hacia el ámbito siguiente, en este diálogo de interior-exterior, que tiene como protagonista la figura femenina.

En este apartado es remarcable la obra de Corot, El Baño de Diana (1869-1870), de una pureza y sensualidad desbordante, con un tratamiento de la luz que recuerda la fotografía.

La obra Pastora desnuda tumbada (1891), pintada por Berthe Morisot, pondrá todavía más de relevancia esta sensualidad inocente. Y la escultura Estática. Torso (hacia 1926), de Josep Clarà, reforzará la sensualidad de la belleza femenina. Morisot conoció a Corot en 1861, y también mantuvo una estrecha relación intelectual con Degas y Puvis de Chavannes. La pintura de Morisot se centrará en la temática que aquí nos ocupa: mujeres y niños tanto en interiores como en exteriores domésticos.

Por su parte, la obra Adán y Eva (1912), de Baranov-Rossiné, será el preludio de la justificación, del porqué del deseo de un jardín doméstico. Invita a hacer memoria del origen del paraíso, anhelo reencontrado en la paz y la calma del tiempo de reposo espiritual que habita en el jardín de casa.

Jardín que puede ser la naturaleza del entorno de la casa, como La Casa entre las Rosas (1925), de Monet, o Desnudo en el Jardín, de Pruna; la naturaleza como preludio de la entrada a la casa -Malvarrosa. Valldemossa o Patio, ambas de Meifrèn, Casa, Jardín y Niña, de Antoni Ferrater-; o bien la naturaleza al fondo de la casa, donde podría estar perfectamente ubicada la imagen de Grau Sala, Chica en el Jardín (1933).

Este vínculo inevitable con la naturaleza, con la belleza y la fragilidad, a pesar de que nos hayamos paseado por la ciudad más cosmopolita, puede quedar resumido en un ramo de flores, síntesis del hábitat poético, de lo efímero como la vida misma, sensaciones que sin duda emanan de las dos fantásticas acuarelas de Kokoschka, tituladas Flores en un Jarrón (1961) y Tulipanes y Narcisos (1968).

 

 

Nueva York: proyección cosmopolita

Dejamos atrás los jardines que abrazan los deseos íntimos de libertad, para pasear por las calles de una ciudad que supo convencer que todo era posible. Nos damos a la acción, ponemos el individuo en el primer plano de los hechos, también del compromiso, de la fuerza, del optimismo, para construir una nueva realidad.

Nueva York se transforma en el siglo XIX y pasa a ser, en 1835, la urbe más grande de Estados Unidos. Una obra de John W. Hill, Vista de Nueva York desde Brooklyn Heights (hacia 1836) permite apreciar los inicios de la transformación de la ciudad que, durante buena parte del siglo XX, fue paradigma de modernidad.

Escenas de vivencias cotidianas, historias urbanas, relaciones de barrio, como las que nos ofrecen las obras de John G. Brown, que emigró a Nueva York en 1853, dejan testigo de un momento, a la vez que de la consecución de un hito. Con estas pinturas Brown tiene un éxito espectacular como artista y logra ser famoso y rico.

El tiempo dedicado al ocio, actores, músicos, el triunfo del espectáculo en el escenario y en la calle, se encuentra representado con acento americano en la obra de Walt Khun o en una de las calles más animadas del corazón de Nueva York, el centro de Manhattan, la Calle 42, visto por Guy Pène du Bois. Ambos artistas nacieron en Brooklyn y, a principios del siglo XX, hacen, por separado, estancia en París. Allí es donde Pène du Bois empieza a pintar a los peatones y lo continúa haciendo cuando vuelve a Nueva York.

Finalmente, la geografía urbana en que se enmarcan las historias de John W. Hill, Childe Hassam, John G. Brown, Reginald Marsh, Guy Pène du Bois o Walt Khun, es la que encontramos en las obras realizadas por Georgia O'Keeffe, Lowell Nesbitt o Richard Estes.

La obra Calle de Nueva York con Luna (imagen superior, 1925) es el primer paisaje neoyorquino de O'Keeffe y el primer cuadro que pinta al llegar a la ciudad. Esta obra está rodeada de curiosidades. Ella la quería exhibir a la exposición de la Anderson Gallery en 1925, pero no se lo permitieron, argumentando que los rascacielos eran un tema muy arriesgado incluso para los pintores, arriesgado en el sentido de difícil de vender. O'Keeffe, convencida de su pintura y temática, insistió, y al año siguiente consiguió exponer la obra, siendo la primera que se vendió en aquella muestra. A partir de aquel momento, continuó pintado la ciudad. Para O'Keeffe, Nueva York no se podía pintar como era, sino como se sentía.

Los paisajes pintados por Nesbitt y Estes son un tipo de aproximación a la estética hiperrealista, espejismo de la concreción. En Dos Puentes en Nueva York (imagen inferior, 1975), de Nesbitt, se ven el de Manhattan y el de Brooklyn. A pesar de trabajar a partir de la fotografía, Nesbitt procura plasmar la vivencia personal que él tiene con todos estos espacios que forman la memoria de su geografía humana.

A Estes lo suelen describir como un pintor realista, a pesar de que a menudo también se utiliza el término fotorrealista. De hecho, la realidad que acaba plasmando a la obra no es la misma que la de la fotografía, sino que hace un montaje; es decir, una realidad que responde a la del mundo creado por el artista.

Las luces simbólicas de O'Keeffe y el fotorrealismo de Nesbitt y Estes abrían la puerta de la ciudad donde los sueños se podían convertir en realidad. Desde la expresión artística se trabaja con una puerta abierta hacia la esperanza de que un mundo mejor es posible. Una promesa de un nuevo mundo preludiado en 1893 por Dvorak, en la composición de la Sinfonía nº 9 en Mí Menor, Opus 95.

Una ciudad llena de fuerza como la que hace sentir la obra de O'Keeffe Calle de Nueva York con Luna, con una farola enigmática y una luna blanca iluminando la ciudad que no duerme y, aun así, no deja de soñar. Una ciudad que ha conquistado la noche, donde el movimiento incesante no se hace incompatible con el reposo. Así lo pinta Lasarte, en el paisaje urbano nocturno que ve desde la ventana de su taller neoyorquino.

Otras visiones, nuevos espacios, parajes del alma, que el viaje por estas tres ciudades -Barcelona, París y Nueva York- ha puesto en primer plano para continuar haciendo de este mundo un lugar poéticamente habitable.

 

 

Del 12 de julio al 18 de octubre de 2015 en el Espai Carmen Thyssen de Sant Feliu de Guíxols (Girona). Dirección: Plaça del Monestir, s/n. Horario: lunes a domingo, de 11.00 a 21.00 horas (a partir del día 14 de septiembre, de 10:00 a 14:00 y de 16:00 a 19:00 horas; sábados y domingos, de 10:00 a 20:00 horas). La exposición ha sido organizada por la Fundació Privada CentrE d'Art Pintura Catalana de Sant Feliu de Guíxols y el Ajuntament de Sant Feliu de Guíxols. Comisaria: Pilar Giró Román.

 

Volver          Principal

www.lahornacina.com