IMÁGENES PARA CREER. CATÓLICOS Y PROTESTANTES EN EUROPA Y BARCELONA

27/09/2017


 

 
 

El Concilio de Trento

Joanis Coch
1747
Grabado
Colección Gelonch Viladegut

 

INTRODUCCIÓN

En la Europa de la edad moderna, sacudida por los conflictos religiosos, Barcelona figuró entre las capitales de la Contrarreforma o reforma católica. La huella de iglesias y conventos en el espacio urbano es un vestigio visible de la intensa transformación del tejido social y cultural de la ciudad a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII. En parte, como resultado del control social formal, con la implantación de una Inquisición renovada y la represión subsiguiente. Pero también por la incidencia de las instancias de control y encuadre religioso en ámbitos clave de la experiencia de la gente corriente, como la fiesta cívica, las cofradías devocionales o la enseñanza de las primeras letras. Era, en definitiva, una forma de disciplinamiento social.

En esta vasta empresa de enseñar a creer, en todos los sentidos de la palabra, se utilizaron estrategias y medios muy diversos. La imprenta, sin duda, facilitó la rápida propagación de las tesis protestantes pero también las de la reacción católica. La imagen, y especialmente el grabado, se convirtió en una formidable herramienta propagandística gracias a la multiplicidad que aportaba su reproducción mecánica.

El MUHBA-Museo de Historia de Barcelona se suma con la exposición Imágenes para creer. Católicos y protestantes en Europa y Barcelona, siglos XVI-XVIII (Imatges per creure. Catòlics i protestants a Europa i Barcelona, segles XVI-XVIII) a los actos de conmemoración del 500 aniversario de la Reforma Protestante que se celebran este 2017 en toda Europa. En el proyecto ha colaborado la Colección Gelonch Viladegut.

El diseño expositivo está formado por un sistema modular muy versátil, con estructura reticular de madera recubierta con paredes de policarbonato sobre la cual se han imprimido directamente los textos y los gráficos. Las piezas se exhiben en vitrinas y dentro de cajas de metacrilato transparente colgadas en las paredes.

 

 
 

San Eustaquio y sus hijos conducidos al paraíso por los ángeles

Michel Dorigny después de Simon Vouet
1738
Grabado
Colección Gelonch Viladegut

 

LA FE GRABADA

En la Europa de la edad moderna, zarandeada por los conflictos religiosos, Barcelona figuró entre las capitales de la Contrarreforma o reforma católica. La impronta de iglesias y conventos en el espacio urbano es, todavía hoy, un vestigio muy visible de la intensa transformación del tejido social y cultural de la ciudad a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII. En parte, como resultado del control social formal, con la implantación de una Inquisición renovada y la represión subsiguiente. Pero también por la incidencia de las instancias de control y encuadre religioso en ámbitos clave de la experiencia de la gente corriente, como la fiesta cívica, las cofradías devocionales o la enseñanza de las primeras letras. Era, todo ello, una forma de disciplina social.

En esta vasta empresa de enseñar a creer, en todos los sentidos de la palabra, se usaron estrategias y medios muy diversos. El grabado, como se puede ver a la exposición, fue una herramienta propagandística formidable en toda Europa. En Barcelona la actividad de la imprenta fue notable a principios del siglo XVI y después decayó. Este hecho y la lejanía de los grandes centros de poder convirtieron la ciudad en deudora de la cultura gráfica foránea, de la cual se imitaban los modelos. Pero a pesar de las diferencias entre la producción local y la internacional, las dos resultaban muy efectivas a la hora de influir en las conciencias.

A principios del siglo XVI, con el descubrimiento europeo del continente americano, el mundo se hizo más grande. Al mismo tiempo se extendía el interés por el legado grecorromano, que había animado el sueño cívico del humanismo renacentista. Se cuestionaban las jerarquías religiosas medievales y algunos pensadores incluso osaban explorar la separación entre el Estado y la Iglesia. Aun así, la religión no vio disminuido su papel en la esfera pública y los intentos de reformar la Iglesia desencadenaron en una oleada larga de conflictos.

El grabado, como arte de dibujar sobre una superficie dura, venía de antiguo; el realizado sobre madera o metal ya se experimentó en el siglo XIV, y el uso de la xilografía y la calcografía para hacer estampas sueltas e ilustraciones se remontaba en Europa a las primeras décadas del XV. La innovación técnica va a preceder, pues, a la imprenta de Gutenberg. Entre las razones de la expansión del grabado tenemos la mayor disponibilidad de papel en Europa y el éxito de las cartas de juego a finales del siglo XIV. Posteriormente, su uso masivo como medio idóneo para difundir representaciones religiosas le otorgó un papel capital en la Europa moderna.

 

 
 

San Pedro en cátedra

Anónimo castellano
Tercer cuarto del siglo XVI
Madera tallada, policromada y estofada
Museo Frederic Marès

 

TIEMPO DE REFORMAS (I)

Las tentativas para regenerar la Iglesia católica eran numerosas y venían de muy atrás. El triunfo del luteranismo, a diferencia de movimientos reformadores medievales como los valdesianos, los cátaros o los husitas, se debió a su sintonía con los cambios socioculturales del momento y al apoyo de algunos príncipes alemanes, que aspiraban sustraerse a la fiscalidad y la tutela papal. La rendija abierta por Lutero (1483-1546), que hizo públicas sus 95 tesis en Wittenberg en 1517, se ensanchó rápidamente. La conocida como Reforma protestante acabó en ruptura con Roma, y los enfrentamientos religiosos, que expresaban a la vez tensiones sociales y políticas, nutrieron un ciclo largo de violencias y guerras en Europa.

La aspiración a reformar la Iglesia contó a principios del XVI, desde el humanismo, con representantes como el cardenal Cisneros y, sobre todo, Erasmo de Rotterdam. Al estallar el conflicto religioso, Erasmo fue reivindicado por Lutero -que compartía su denuncia de la situación eclesial y consideraba decisiva su edición crítica del Nuevo Testamento- y al inicio también por la Iglesia católica, a la cual permaneció fiel, que le reclamaba una posición abiertamente contraria en los protestantes. Finalmente Erasmo fue censurado por unos y otros.

La reforma defendida por Lutero se basaba en cinco principios teológicos: la Biblia, en lengua vernácula, como fuente única de doctrina; la salvación sólo por la fe; la justificación de la salvación por la sola gracia de Dios, en contra de la creencia en el papel de las buenas obras; la eliminación de cualquier mediador entre Dios y los hombres que no fuera Jesucristo, en contra de la intercesión de los santos, y la glorificación solamente de Dios, sin culto a ninguno otro ser, objeto o símbolo. Lutero cuestionaba, en suma, tanto el papel mediador de la Iglesia como la autoridad papal. A esto se añadía sus críticas a los excesos de la curia y la denuncia de la venta de indulgencias para recaudar fondos.

Los reformadores protestantes presentaban características comunes, como la erudición humanística y, sobre todo, el legado de los llamados "hermanos de la vida común", corriente espiritual forjada en los Países Bajos hacia finales del siglo XIV que abogaba por una vivencia religiosa más genuina e individualizada (Devotio Moderna). Sin embargo, en la práctica la Reforma se tradujo en una pluralidad de confesiones protestantes, cada una de las cuales trajo la impronta de su reformador, tanto si era Lutero, Calvino, Zuinglio u otro.

Durante la primera mitad del siglo XVI, el emperador Carlos V combatió infructuosamente el luteranismo en las tierras del Sacro Imperio Romano Germánico. La paz de Augsburgo o paz de las religiones (1555) sancionó la división confesional de los estados del Imperio, según el principio pragmático de que la religión del gobernante tenía que ser la de sus súbditos. Medio siglo después, en los territorios de la rama centroeuropea de la Casa de Austria, el emperador Fernando II llevó a cabo con éxito una virulenta campaña de recatolización, con el apoyo de los jesuitas y otras órdenes religiosas.

Al poco de acabar el Concilio de Trento, Felipe II visitó Barcelona el febrero de 1564. Con el propósito de disipar toda sospecha de luteranismo y de mostrarse como un bastión católico frente a los herejes, la ciudad organizó un programa ceremonial de fuerte carga simbólica. Llegado el rey al portal de Sant Antoni -principal entrada de la Barcelona amurallada del siglo XVI-, se hizo una representación donde Santa Eulalia le entregaba las llaves de la ciudad y proclamaba que Barcelona no estaba manchada por la infección luterana. Más tarde, una vez juradas las constituciones en el salón del Tinell, Felipe II asistió en la plaza del Rey al llamado "asalto en el castillo de los luteranos", un espectáculo donde los soldados cristianos asediaban la fortaleza de los herejes al grito de "España España: unos Santiago, otros Santo Iorge, cierra, dentro: victoria victoria". El ciclo ceremonial se cerró el 5 de marzo en la plaza del Borne con uno de los pocos actos de fe que contó con la presencia del rey, donde se quemaron ocho hombres y dos más en efigie bajo la acusación de luteranismo.

A partir de 1520 el desacuerdo entre los reformados y la Iglesia romana se reveló insalvable. La respuesta de la Iglesia no fue exclusivamente reactiva, como podría sugerir el término Contrarreforma, sino también, a su manera, renovadora. Por esta razón ha sido conceptualizada, a la vez, como una reforma católica. La fundación de nuevas órdenes religiosas, el establecimiento en 1542 de la congregación romana de la Santa Inquisición para eliminar cualquier disidencia, la actividad represora de los tribunales inquisitoriales en los territorios europeos, la confección del Índice de libros prohibidos -que incluyó los de Erasmo-, y el Concilio de Trento (1545-1563), del que hablaremos ahora, sirvieron, en su conjunto, para canalizar la reformulación institucional y doctrinal de una Iglesia decidida a hacer prevalecer su autoridad e influencia.

La reacción de la jerarquía catolico-romana ante la reforma protestante no fue inmediata. Carlos V instaba el papa a convocar un concilio en tierras alemanas, pero Roma recelaba. Finalmente se convocó en Trento: dentro del Imperio pero en tierras italianas. Durante los casi veinte años que duró se reformuló la confesión católica. Además de definir teológicamente la Santísima Trinidad, el misterio eucarístico, la condición de la Virgen María o la función de los santos, se aspiraba a reorganizar la Iglesia y erradicar excesos que la institución misma reconocía. La autoridad del obispo salió reforzada y la celebración periódica de concilios provinciales, sínodos diocesanos, visitas pastorales y misiones tenía que garantizar la regulación de la vida parroquial.

 

 
 

Interior de una iglesia barroca

Manuel Rodrigues dos Santos (diseño y dibujo) y Giuseppe Vasi (grabado)
1751
Aguafuerte
Colección Gelonch Viladegut

 

TIEMPO DE REFORMAS (II)

En el mundo católico los santos se mantenían, igual que la Virgen María, como modelos de comportamiento y como figuras mediadoras a las cuales había que pedir y agradecer su intervención benéfica. Las canonizaciones, controladas y aprobadas ahora por la autoridad papal, proliferaron desde el inicio del siglo XVII. Así mismo, la cuestión de los santos incentivó la historiografía documental para combatir las tesis del historiador protestante Maties Flaci, que vinculaba la Reforma con los primeros cristianos. El historiador Cesare Baronio y el arqueólogo Antonio Bossi indagaron en archivos y catacumbas y publicaron obras monumentales para establecer la autenticidad de las reliquias de los primeros mártires y legitimar la primacía de la Iglesia romana. Las ciudades, mientras tanto, buscaban cuerpos de santos para mostrar su catolicidad.

Un decreto de la última sesión del Concilio de Trento (1563) ratificó la validez de las imágenes para narrar las Sagradas Escrituras. En consonancia con los concilios anteriores, se consideraba que las imágenes sagradas instruían a los iletrados, ayudaban a los desmemoriados a recordar y emocionaban a los fieles. Las imágenes, no obstante, tenían que ser conformes a las fuentes escritas oficiales y se hacía responsable el obispo de su decoro. El edicto incentivó la redacción de tratados de imagen sacra por los teólogos. Clemente VIII, incluso, encomendó al cardenal Gabriele Paleotti un índice de imágenes prohibidas para establecer una censura como la de los escritos, pero la muerte del prelado en 1597 dejó el proyecto inacabado.

Como hemos dicho antes, la irrupción de la imprenta en la Europa del siglo XV supuso una revolución en todos los ámbitos de la comunicación y el saber, comparable a otras grandes innovaciones técnicas como la escritura o, actualmente, internet. La reproducción en serie de ejemplares de libros, grabados, hojas impresas y otras variantes gracias a los tipos móviles y las xilografías aceleró la difusión de ideas a una audiencia multiplicada. El mercado creció rápidamente y hacia el año 1500 unas 250 ciudades europeas tenían impresores.

La imprenta no sólo posibilitó la edición rigurosa de obras fundamentales como la Biblia, sino que permitió la innovación en la difusión de ideas y noticias, con la hibridación de textos e imágenes que seguían la tradición oral. A diferencia de la pintura, que solo estaba al alcance económico de las élites, los grabados se imprimían a bajo coste. La mayoría de la población era analfabeta y eran frecuentes las lecturas en voz alta acompañadas del comentario de imágenes. Estas modalidades de comunicación ampliaban el público potencial de las obras impresas y grabadas, incluidas las estampas, muy importantes para propagar y sedimentar la doctrina.

El movimiento reformista usó de manera muy consciente la imprenta y el grabado. Para Lutero, la posibilidad de imprimir era "un regalo de Dios". Por primera vez se explotaba el potencial para la difusión masiva. A pesar de que Lutero se oponía a la idolatría de las imágenes, valoraba el potencial educativo del arte, y artistas como Durero o Cranach se pusieron al servicio de sus ideas. A la vez, la traducción de la Biblia, que en el caso alemán Lutero completó en 1534, estimuló la imprenta y la alfabetización. Gracias a la letra y la imagen imprimidas la Reforma pronto se difundió hacia los Países Bajos, Francia e Inglaterra, entre otros territorios.

En los territorios católicos la prohibición de la Biblia en lengua vernácula propició el incremento de la edición de obras que combinaban textos e imágenes. Los jesuitas, fuertemente comprometidos con la autoridad del papa y con la educación y la difusión de la doctrina, destacaron en el fomento de la imagen dentro de los libros religiosos, con el objetivo de estimular la meditación y como apoyo a una predicación efectista. Es el caso de las imágenes de historias evangélicas del jesuita Jerónimo Nadal. Las ilustraciones abundaban también en obras de teología, hagiografía, mística y oratoria sagrada, así como de teatro litúrgico. En cuanto a la publicación de textos de referencia, hay que destacar la Biblia Políglota de Amberes, que seguía la traza de la editada en Alcalá de Henares a principios del siglo XVI.

La pugna religiosa en los púlpitos y en las calles fue de la mano con la difusión de imágenes grabadas. Es el que se ha denominado la "primera campaña de sátira pictórica". Había que hacer llegar el mensaje y convencer a la gente, y la imagen se utilizó con vehemencia para revelar tanto las propuestas doctrinales propias como los defectos del oponente. Unos y otros encargaron obras con contenido crítico contra el enemigo, pero la virulencia y la claridad de los ataques visuales hicieron ganar a los protestantes la batalla de las imágenes.

 

 
 

San Pablo. Templo protestante anglicano

Jakob van der Schley
1736
Aguafuerte
Colección Gelonch Viladegut

 

ENSEÑAR A CREER (I)

En la Europa de las reformas religiosas, enseñar a creer se convirtió en un objetivo compartido por las iglesias rivales y los gobernantes de turno. Se enseñaba a creer de muchas maneras. La represión, inquisitorial o no, era una, y la guerra de religión, con su violencia contrapuesta, también ayudaba. Pero la persuasión no fue menos eficiente: el término mismo de propaganda se difunde cuando la Iglesia Católica crea la congregación de Propaganda Fide en 1622. Había muchas formas de persuadir: las predicaciones orales para todos los públicos, la exégesis bíblica impresa y las artes de todo tipo, como las fachadas católicas de un barroco exuberante -todo lo contrario de los austeros interiores de los templos protestantes-, la pintura sacra -ya sea en retablos, cuadros o exvotos- o el grabado religioso, siempre de más fácil circulación.

En Francia los calvinistas, denominados hugonotes, ganaron pronto adeptos entre las capas urbanas instruidas y entre las élites del sur del reino. Desde mediados de siglo XVI violencias y guerras civiles fracturaron el reino, y la matanza de protestantes la noche de Santo Bartolomé de 1572 en París fue especialmente cruenta. En 1593, Enrique III de Navarra volvió al catolicismo para coronarse como Enrique IV de Francia. Para rebajar tensiones en 1598 promulgó el Edicto de Nantes, que establecía medidas de protección y autorizaba el culto de los protestantes. Casi un siglo después, Luis XIV -"un rey, una fe, una ley"- lo revocó, y esto provocó un exilio masivo de protestantes que empobreció el reino y trajo la revuelta de los descamisados en las Cevenas.

La destrucción de imágenes religiosas o iconoclastia había sido, ya desde la década de 1520, un hecho recurrente en ámbitos protestantes de Suiza, el Sacro Imperio, Inglaterra, Escocia o Francia. Pero fue en Flandes y Brabante, y sobre todo en la ciudad de Amberes, entonces capital financiera del continente, donde en 1566 estalló la Beeldenstorm o "tormenta de las imágenes". El ataque sistemático a tallas, pinturas y vitrales, incentivado por los predicadores calvinistas, fue el preludio de la revuelta contra la monarquía de Felipe II de España que, a la larga, trajo a la secesión de las siete provincias norteñas.

Al estallar a mediados de siglo XVI las guerras civiles entre católicos y protestantes en la vecina Francia, el rey Felipe II y la Inquisición, alarmados por el riesgo de contagio herético, extremaron la vigilancia y el control de la frontera. Casi todos los súbditos del reino de Francia que llegaban a Cataluña, escapando del conflicto o en busca de nuevas oportunidades, eran de origen católico, pero a los ojos de los inquisidores eran igualmente sospechosos. Fácilmente se los acusaba de herejía o de casarse ocultando un matrimonio previo. También provenían de Francia algunos libreros condenados a galeras. En cuanto al control de las publicaciones, la Inquisición censuró todo tipo de obras y, periódicamente, inspeccionaba las librerías e incluso algunas bibliotecas particulares.

A lo largo de toda su existencia, el Tribunal del Santo Oficio de Barcelona juzgó 5.425 casos, 821 de ellos por luteranismo, un 15% del total. Entre estos casos, 27 (un 3%) concluyeron en ejecución, el último de los cuales en 1619, y 27 más en ejecución en efigie. Con el tiempo, el número de personas absueltas fue aumentando y llegaron a ser más del 90% a partir de la segunda mitad del siglo XVII.

 

 
 

La Madonna de Foligno

Vicente Victoria a partir de Rafael
Hacia 1700
Aguafuerte
Colección Gelonch Viladegut

 

ENSEÑAR A CREER (II)

Desde la aparición de la primera Biblia impresa por Gutenberg en 1455, las ediciones en lenguas vernáculas mostraron el esfuerzo para ampliar el acceso al texto sagrado. El catalán fue la tercera lengua, con la Biblia valenciana imprimida en 1478. Pero la Iglesia recelaba de estas iniciativas y, después de estallar el conflicto religioso, prohibió la edición íntegra de la Biblia en lengua vernácula. En el mundo protestante, en cambio, las traducciones de la Biblia se extendían por todas partes, acompañadas a menudo de imágenes. Desde que Cranach ilustra la versión de Lutero en alemán del Nuevo Testamento en 1522 y de la Biblia en 1534, muchas ediciones incorporaron grabados para acercar los textos a una población mayoritariamente analfabeta.

El llamado "grabado de traducción" reproducía sobre papel obras de arte pictóricas o escultóricas. Grabadores como Marcantonio Raimondi difundieron pinturas de artistas como por ejemplo Rafael y contribuyeron a extender el Renacimiento por toda Europa. Algunas estampas e ilustraciones de libros reprodujeron importantes obras de arte religiosas, de forma que las hicieron accesibles a un público más amplio. La influencia que la estampa tuvo en el proceso creativo otros artistas visuales -pintores, escultores, ceramistas u orfebres- incrementó el valor como modelo casi normativo de algunas de estas representaciones.

Los artistas de época moderna elaboraron obras para sus mecenas, tanto católicos como reformistas: trabajaban por encargo. Las filiaciones religiosas de los artistas eran difusas y oscilantes y el anonimato se convirtió en una estrategia habitual para mantener esta ambigüedad, ser más versátiles y aprovechar cualquier encargo. Muchos grabadores e impresores proporcionaron obras indistintamente a las facciones opuestas.

Se editaron biblias profusamente ilustradas tanto en territorios protestantes como católicos, en este último caso en latín. Primero se recurrió a las xilografías y después a los buriles, combinando la palabra con la imagen gráfica en un todo coherente y de lectura conjunta. La ciudad de Amberes en primer lugar, pero también Lyon, Venecia, Frankfurt e Ingolstadt fueron centros líderes en la impresión de biblias y de los comentarios que los teólogos escribían sobre sus libros. Se editaron también estampas numeradas con la leyenda traducida a varias lenguas para facilitar el acceso a las Sagradas Escrituras y para rentabilizar el gasto editorial.

Con la sutileza del trazo y la belleza de las formas, las ilustraciones de las biblias, católicas o protestantes, ayudaron a poner énfasis en las doctrinas que se querían resaltar. Frente a la "suela fide" protestante, las zonas católicas se inundan de estampas con las siete obras de misericordia. La exaltación y la adoración eucarística, junto con la función protectora de santos y reliquias, fueron conceptos ilustrados en el mundo católico, mientras que las parábolas y los ejemplos públicos de la misericordia de Cristo menudeaban en el protestante.

Católicos y protestantes no disentían tan sólo en relación con el uso de la Biblia. Algunas cuestiones dogmáticas, como el carácter de los santos y el hecho de rendirles culto, fueron igualmente disputadas. Como hemos apuntado anteriormente, después del Concilio de Trento, el mundo católico, a diferencia del protestante, continuó venerando el santoral. Además de la devoción individual, los santos y las madonnas inspiraban la veneración colectiva, sobre todo cuando se los presentaba, junto con los ángeles, como guardianes que velan por el bienestar de una ciudad, un territorio o una comunidad determinada.

Los reformadores protestantes cuestionaron radicalmente el culto a los santos y sus reliquias. Aunque remarcaban sus valores como modelos de virtud, que había que recordar y en los cuales hacía falta inspirarse, no los veneraban, y rechazaban su papel mediador como intercesores entre Dios y los hombres. Así mismo, criticaban el carácter fantasioso de muchas hagiografías. Tan solo las figuras de algunos santos muy arraigados, desproveídas de cualquier ánimo de culto religioso, se mantuvieron en la iconografía protestante. También aparecieron martirologios con imágenes de los que habían perdido la vida por la fe reformada.

En la ciudad de Barcelona -que tenía a Hércules como fundador mítico- cuajó en los tiempos del barroco una nueva identidad en clave religiosa, como ciudad de mártires y reliquias. La canonización de San Raimundo de Penyafort, en 1601, desató la euforia. Poco después Baltasar Calderón hablaba de "otra Roma nueva" en sus Alabanças de la insigne Ciudad de Barcelona... y de los seys cuerpos santos que tiene, aludiendo a las santas Eulàlia y Madrona y a los santos Raimundo de Penyafort, Severo, Pacià y Oleguer. En el combate por los santos se dirimía el prestigio de la ciudad y de sus élites. El Consell de Cent, entidad de gobierno municipal entre los siglos XIII y XVIII, no escatimó esfuerzos ni inventiva para patrocinar órdenes, cultos y canonizaciones.

 

 
 

Segmentos de la Procesión del Domingo de Ramos organizada por la Venerable e Ilustre Archicofradía de la Virgen de los Dolores del convento del Buen Suceso de Barcelona, de más de 20 metros de longitud. Realizado en Barcelona, en parte por Guillemos Reig (siglo XVIII). Se exhibe en la capilla de Santa Ágata hasta el 14 de enero de 2018.

 

CREER EN SOCIEDAD EN BARCELONA

No todo fueran contrastes o divergencias entre Reforma y Contrarreforma. Entre los puntos en común había una misma prevención hacia la cultura popular, con su universo de creencias, y la búsqueda de mecanismos eficaces de disciplina social. A pesar de la proximidad de la frontera con Francia y de la presencia reiterada de tropas extranjeras, sobre todo durante la guerra de Sucesión (cuando los unos acusaban los otros de ser un peligro para la religión verdadera), se sabe de pocas herejías dentro de la católica Barcelona de la época moderna. El apartado eclesial construido por la Contrarreforma dejó una impronta duradera en la sociedad barcelonesa.

La parroquia era el eje del encuadre pastoral y una pieza capital del engranaje para enseñar a creer. En la Barcelona moderna había ocho parroquias. La aplicación de los decretos del Concilio de Trento recibió un gran impulso con Joan Dimes Lloris, obispo de la diócesis de Barcelona entre 1576 y 1598. Creó el Seminario Diocesano, incentivó la busca de santos y reliquias, y acentuó el rigor moral, recomendando el control parroquial de las costumbres de los feligreses de más de doce años. A lo largo de la época moderna, conventos y monasterios se multiplicaron por el desembarco de las órdenes contrarreformistas. Los nuevos establecimientos eclesiásticos se ubicaron sobre todo en el Raval.

Aparte de la escuela municipal de primeras letras, suprimida después de 1714, el llamado "corralet", y de unos cuantos maestros particulares, la enseñanza era casi un monopolio eclesiástico en la Barcelona moderna. Todas las grandes órdenes religiosas tenían su colegio, y los jóvenes de buena familia iban al de Cordelles, regido por los jesuitas desde mediados de siglo XVII. A la vez, los enseñantes seglares estaban bajo la autoridad diocesana. Así fue hasta las nuevas necesidades de formación del XVIII, al expandirse las manufacturas de las Indias y crecer el comercio marítimo, lo que propició las escuelas profesionales fundadas por la Junta de Comercio.

Las cofradías devocionales de laicos, asociadas a una determinada advocación religiosa, eran un instrumento fundamental para el encuadre de la población. Su composición era variada, con miembros de diferentes estamentos sociales, y estaban tuteladas por, al menos, un sacerdote. La pertenencia a una cofradía comportaba obligaciones de carácter religioso, como ir a misa, confesarse regularmente y hacer ejercicios espirituales, así como de ámbito asistencial, con obras de caridad y visitas a hospitales. Pero, al mismo tiempo, las cofradías eran un lugar de sociabilidad, una fuente de ayuda mutua y el soporte de la fiesta cívica y popular.

La preparación para la muerte tenía una serie de normas y pautas de conducta en orden a asegurar que, al final de la vida, el destino fuera el cielo. Las lecturas piadosas recomendaban cómo proceder para salvar el alma e insistían -al contrario del protestantismo- en la importancia de las buenas acciones. Al acercarse la muerte, el sacramento de la extremaunción, acompañado de la confesión y la comunión, cerraba el ciclo vital. Las plegarias por los difuntos, mediante la intercesión de algún santo, podían acortar la estancia de las almas en el purgatorio y hacerlas llegar antes al paraíso.

En el siglo XVIII la Inquisición se encargaba todavía, de la delación de judíos, luteranos, alumbrados (corriente filoprotestante del siglo XVI) y protestantes en general. Aun así, las amenazas ya eran otras, con la difusión de las obras y las ideas de los pensadores de la Ilustración. Por eso, el tribunal del Santo Oficio barcelonés extremó el control de los libros y alargó la lista de lecturas prohibidas, sin poder evitar del todo la circulación de las ideas que erosionaban el Antiguo Régimen. Fue, aun así, una erosión lenta: las estrategias religiosas y las estructuras institucionales creadas en los tiempos de la Contrarreforma tuvieron un impacto muy duradero.

 

 
 

Frontispicio de la Enciclopedia

Benoît-Louis Prevost
1776
Grabado
Colección Gelonch Viladegut

 

HACIA LA ERA CONTEMPORÁNEA

En la Europa moderna, la división entre el mundo protestante y el católico va reconfigurar la relación entre ciudades y entre espacios sociales y políticos. Las rivalidades religiosas perfilaron una nueva geopolítica y un nuevo mapa cultural a escala continental. Así lo ponen de manifiesto los grabados religiosos, muy diferenciados entre el repertorio narrativo de la iconografía bíblica difundida en el mundo protestante, por un lado, y la invocación ceñida a la exaltación eucarística y a las figuras mediadoras que eran los santos y la madre de Dios en los grabados católicos, por el otro.

Ahora bien, no fueron desarrollos independientes. Tanto en el ámbito católico como en el protestante la cuestión capital era disciplinar las mayorías, enseñar a creer por la intimidación o, mejor todavía, por la persuasión: en este sentido, los grabados constituyeron la primera operación masiva de propaganda impresa de la historia.

Hasta que en la segunda mitad del siglo XVIII, con la Ilustración, se cuestionó cada vez más el lugar de la religión en la esfera pública, apelando a la razón, a la desacralización de los gobernantes y a la separación entre Estado e Iglesia. En la Barcelona de principios del siglo XIX la laboriosa supresión de la Inquisición (1813-1834) marcó un hito en el incipiente proceso de secularización. Un proceso que no fue lineal y en el cual se pusieron de relieve en Barcelona tanto la solidez del entramado eclesial tejido en los siglos anteriores, como un poso de malestar popular que tuvo en el anticlericalismo una de sus manifestaciones más visibles.

 

 
 

Destrucción de la Inquisición en Barcelona

Hippolyte Lecomte
1820
Litografía
Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona

 

Hasta el 14 de enero de 2018 en el MUHBA-Museo de Historia de Barcelona (Plaça del Rei, s/n)
Horarios: martes a viernes, de 10:00 a 19:00 horas; domingos, de 10:00 a 20:00 horas.

 

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