EL CRISTO DE LA IGLESIA DE SAN ANTOLÍN DE ZAMORA

Jesús Hernández para La Opinión de Zamora (09/12/2007)


 

 

La mirada fija, clavada en el suelo. Las manos y los pies, a la cruz que redime. Y la imagen, Cristo Crucificado de un retablo, que se viene -de repente, de improviso- a tierra, acción que le ocasiona distintas roturas en el soporte... La talla, de finales del XVII o principios del XVIII, en madera policromada, que se guarda en un altar de la iglesia de San Antolín, ha recuperado su entidad y ha recobrado su calidad artística. La intervención de la restauradora María del Carmen García ha permitido conservar esa pieza para el patrimonio cultural y para la devoción popular.

La escultura, de autor anónimo, sufrió una «fuerte caída» al «soltarse la cruz del retablo al que se hallaba sujeta», explica García Lucas. El golpe ocasionó la rotura de «las espigas de sujeción y los ensambles de los brazos al tronco». Así, uno y otro «quedaron sueltos». Lo mismo sucedió con la cabeza, «la mayoría de los dedos», un fragmento de la mano izquierda y «una tapa de madera» que integra, con otras, la espalda. Con anterioridad se había producido la perdida «de varios dedos en ambas manos».

La capa pictórica presentaba «buen estado de adherencia y solidez», excepto en algunas zonas («especialmente, de las piernas y de los brazos»). Además, se detectaron «pequeñas lagunas de policromía», que se repartían por todo el cuerpo. El informe previo también señalaba que la imagen aparecía «recubierta por un barniz», que, con el transcurso del tiempo, «se ha oxidado». Tal circunstancia originaba que la talla presentase un «aspecto muy amarillento». La propuesta de intervención preveía la protección y fijación de la policromía, el ensamblaje y encolado de las piezas que se rompieron y se separaron el Cristo, la reconstrucción de los dedos perdidos, la limpieza del estrato superficial, el estucado de las lagunas con ausencia de policromía, la reintegración cromática -con un a técnica que diferencia el original de lo restaurado- y el barnizado o protección final. Y así se hizo.

Una vez afianzada la policromía en las zonas donde se había producido la pérdida de su adhesión al soporte de madera y ensamblada la imagen, el proceso de restauración fue «el normal». Ni más, ni menos. El trabajo «resultó laborioso, pero la imagen no presentaba una complicación especial». Por suerte, no existían repintes y su estado de conservación no era deficiente. Sólo el efecto de la caída dañó su entidad. «Para mí, se trata de una pieza de buena calidad. La policromía tiene una coloración muy bonita».

María del Carmen García, que también ha restaurado el Cristo del Espíritu Santo de la capital -labor efectuada a mediados de los noventa- y otras importantes obras artísticas de Muelas del Pan, San Martín de Valderaduey y Carbellino de Sayago (todas son góticas), así como tablas, destaca otro aspecto: el fondo del Cristo era «una tabla rojiza». Al retirarla para comprobar «qué guardaba detrás», apareció una tela. «El lienzo tiene una pintura azul, como de temple». Se efectuaron alguna catas y se percibió la existencia de un cuadro, que se hallaba oculto. «Aquéllas permiten ver el fondo de unas casas, un cielo y lo que parece un personaje. Se supone que se trata de un Calvario». Pero habría que ir más allá. La pintura actual «protege» la obra. Y si sólo se produce su retirada, pero no su restauración... De realizarse lo último, se engrandecería el retablo. «Sería conveniente su rehabilitación. Lo malo es no disponer de posibles», apunta.

De momento, García Lucas recupera una Virgen, del XVI, existente en el retablo de la iglesia de San Cipriano. «Es muy bonita. Tiene una peana-sagrario también muy delicada, con unos hermosas pinturas». Si de ella dependiese, lo primero que restauraría, «por valor artístico y deficiente estado», sería la iglesia de San Antolín. «Sus bienes inmuebles son de gran valor y están un poco olvidados». El patrimonio cultural, por lo visto, es menos patrimonio.

 

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