OTRO CRUCIFICADO ATRIBUIBLE A JORGE FERNÁNDEZ EN SAN JUAN DE AZNALFARACHE (SEVILLA)

Jesús López Vivero (26/12/2024)


 

 

En esta ocasión se trata del Cristo crucificado que corona el retablo mayor de la parroquia de los Sagrados Corazones del municipio sevillano de San Juan de Aznalfarache, que con toda probabilidad formaría parte de un Calvario. Dicho templo, anteriormente convento, levantado entre los siglos XVI y XVII, en la actualidad se encuentra unido al complejo monumental de dicha localidad dedicado al Sagrado Corazón de Jesús.

La autorización por el provisor del Arzobispado de Sevilla para realizar un nuevo retablo con destino al templo de San Juan de la Palma se remonta al 20 de septiembre de 1634, siendo encargada su arquitectura al ensamblador Miguel Cano, y sus cinco pinturas, dorado y estofado al pintor Juan del Castillo. La arquitectura lignaria, las esculturas y las pinturas permanecieron en San Juan de la Palma hasta 1710, fecha en que pasaron a la iglesia del convento de San Antón, de frailes franciscanos menores (actual parroquia).

La obra que nos ocupa es anterior, fechable en la primera mitad del siglo XVI. Sus rasgos estilísticos son propios del quehacer del escultor de origen alemán Jorge Fernández, comparable a toda su producción sobre el tema -como el Señor de la Amargura, titular de la Hermandad del mismo nombre de Carmona (Sevilla), en cuyo boletín se publica un artículo sobre esta atribución-, por lo que se puede considerar de forma segura obra del citado maestro.

La escultura está unida mediante tres clavos a una cruz plana. Las posturas de cabeza y cuerpo son las usuales, generalmente, en todas las obras cristíferas de Fernández, denotando un leve giro característico hacia su lado derecho, acentuado por la caída de su cabeza. La corona de espinas trenzada es similar a la del Señor de la Amargura. Los ojos permanecen entreabiertos, como también es usual en los crucificados de Fernández. Su barba es corta y bífida, su mentón es prominente y su nariz bien proporcionada.

Los brazos están muy paralelos al travesaño de la cruz, rasgo también muy utilizado por Fernández. Su cuerpo está suavemente modelado, marcando perfectamente el autor las costillas, el esternón y las clavículas. El pliegue de la piel justo encima del ombligo es otro rasgo típico del artista. La forma del perizoma es también habitualmente la empleada, de asombroso parecido con el Señor de la Amargura; obviando, claro está, el nudo a modo de lazada que implementó hace varias décadas Francisco Buiza. Las piernas son finas y enjutas, y vemos que en sus pies abre ligeramente el dedo grande del resto, nota también muy recurrente en el escultor.

Estamos pues ante otra obra muy interesante de Jorge Fernández. Por desgracia, dada la altura a la que está, es bastante difícil poder observarla con detenimiento, si bien la fotografía que acompaña el artículo, sin ser de gran calidad, permite estudiar lo anteriormente reseñado; teniendo la satisfacción, y es de lo que se trata con esta publicación, de dar a conocer la autoría de otra talla de este célebre escultor del Quinientos.

 

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