RETABLOS Y PUERTAS DEL TARDOBARROCO EN LA CATEDRAL DE OVIEDO

Con información de Bárbara García Menéndez (17/01/2023)


 

 

A principios del siglo XVIII, el Cabildo de la Catedral de Oviedo tenía claro que deseaba dotar al crucero del templo de dos grandes retablos a la moda churrigueresca o "a la moda de Madrid" -como los que se estaban haciendo en la Colegiata de Pravia- que sustituyeran a los colocados en el siglo XVII.

Por ello, emprendieron, en mayo de 1738, las gestiones para encontrar en Madrid un retablo "de buen gusto" que copiar o un maestro que les hiciese uno ex profeso. Entonces era habitual que las trazas fueran dadas por un maestro y la hechura de la obra se entregase a otro. El Cabildo ovetense, además, no necesitaba que viniese a trabajar en ellos un taller foráneo. En aquella época trabajaba en Asturias un grupo de escultores oriundos del concejo de Siero, que recibieron el encargo de labrar estos retablos.

En enero de 1739 el Cabildo disponía ya de una "traza que vino en Madrid", como se la menciona en las Actas Capitulares. Dicha planta se ha atribuido a Diego de Villanueva (1713-1774), del que se supone era el autor de las trazas para los retablos del taller de su padre, Juan de Villanueva y Barbales (Pola de Siero, 1681 - Madrid 1765), al que se escribió, en abril de 1740, para empezar una complicada negociación para tallar las esculturas de uno de estos retablos y enviarlas desde Madrid. Finalmente, se acordó que tallaría las siete imágenes de bulto redondo del retablo de la Inmaculada Concepción (imagen superior), policromando solo las encarnaciones, esto es, la cara y las manos. Estas piezas llegaron a Oviedo en julio de 1742.

Juan de Villanueva y Barbales se había formado en el taller de su padre, Domingo de Villanueva; también con el escultor Antonio Borja en Oviedo, y en Madrid con Juan Alonso de Villabrille y Ron y Pedro Alonso de los Ríos. En la época en la que se labran los retablos del crucero de la Catedral de Oviedo trabajaba en Madrid, haciendo retablos para parroquias y la decoración del Palacio de Oriente. Asimismo, fue uno de los fundadores de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. La mayor parte de su obra ha desaparecido, de ahí el valor que tienen las esculturas que conserva la Catedral del Oviedo. Fue padre del escultor Diego de Villanueva (1713-1774) y del arquitecto Juan de Villanueva (Madrid, 1739-1811), autor del edificio del Museo del Prado.

Destaca entre todas las imágenes del retablo de la Inmaculada Concepción, la imagen mariana central, de rostro clásico en contraste con el movimiento de las telas de sus vestiduras. La postura de sus manos es la habitual en las Inmaculadas de los artistas asturianos en Madrid, como los pintores Juan Carreño Miranda y Miguel Jacinto Meléndez, con una mano extendida y la otra sobre el pecho. La escultura de Santa Ana de dicho retablo presenta la misma posición, mientras que el bulto de San José sigue el modelo empleado por el escultor Luis Salvador Carmona, sosteniendo al Niño en sus manos.

De la arquitectura de dicho retablo y los relieves del mismo se encargó Toribio de Nava (Vega de Poja, 1687 - Pola de Siero, 1748). Para la policromía se contrató al taller del portugués Juan de Fagundis, que había trabajado en los retablos de la Colegiata de Pravia. El contrato con Fagundis se firma en 1741, antes de la llegada de las piezas, y la obra terminada se entrega en septiembre de 1742.

Toribio de Nava debió formarse con Manuel de Pedrero o con Antonio Borja. Se sabe que estuvo en Madrid y allí pudo recibir formación de Juan de Villanueva. En el momento del encargo de las trazas a un artista madrileño, Toribio de Nava, junto con su discípulo Gabriel Fernández "Tonín", ofreció al Cabildo de la Catedral de Oviedo las trazas de dos retablos como alternativa al diseño madrileño. Los capitulares descartaron sus proyectos, pero como contrapartida le nombraron maestro de las obras del retablo colateral norte.

 

 

Para el retablo de Santa Teresa de Jesús (imagen superior), se conservó la imagen de la santa titular, obra de Luis Fernández de la Vega (Gijón, 1601-1675), labrada para el retablo del siglo XVII que se reubicó en la actual antesala de la Cámara Santa con una imagen de la Virgen de Covadonga, obra perdida en la voladura de 1934. Las esculturas de este retablo son obra de Manuel de Pedrero Vigil († Oviedo, 1743) y representan a los santos carmelitas San Pedro de Alcántara y San Juan de la Cruz y al profeta Elías. La arquitectura de este retablo es más contenida tanto en el movimiento de su planta como en la ornamentación con respecto al de la Inmaculada. Su dorado y policromía también se encargó al taller de Juan de Fagundis.

Manuel de Pedrero Vigil fue diseñador y tallista de retablos. Quizás también fue discípulo de Antonio Borja. Consta que trabajó igualmente como tallista de los retablos de la Colegiata de Pravia.

Estos retablos marcan el cambio de gusto en la retablística de la Catedral de Oviedo, y además crearon escuela al haber participado en su confección varios maestros escultores y oficiales. Transmiten también un mensaje contrarreformista: el retablo de la Inmaculada Concepción exalta uno de los dogmas más importantes del momento: el de la Inmaculada Concepción de la Virgen, del cual España había sido uno de los principales defensores en el siglo XVIII y que no fue declarado como tal hasta 1864. Por otro lado, el dedicado a la santa abulense incide en la importancia de su labor como reformadora de la Orden Carmelitana y como patrona de España, declarada como tal en 1618, cuatro años antes de su canonización en 1622.

Finalmente, la aparición del escudo del rey Felipe V y el Toisón de Oro recuerdan el apoyo económico de la Corona, al conceder a la Catedral de Oviedo el arbitrio sobre la sal para la reconstrucción de la torre tras la caída de un rayo en 1723, dinero que también se utilizó para la ornamentación del interior del templo.

La mayor parte de los retablos de la Catedral son de estilo barroco. Se pueden señalar tres acontecimientos claves que marcan la irrupción del barroco exaltado en la Asturias del XVIII: la llegada del escultor sigüenzano Antonio de Borja, el regreso a Asturias de Toribio de Nava y la figura del escultor y arquitecto José Bernardo de la Meana (Oviedo, 1715-1790), formado en el taller de Nava. Meana supone el tercer punto de inflexión con el que se cierra prácticamente la etapa barroca, dando paso a su muerte al academicismo.

Meana fue artífice de obras tan destacadas como las puertas del pórtico central de la Sancta Ovetensis. En una de ellas está representado el Salvador y en la otra Santa Eulalia de Mérida (detalle en la imagen inferior), patrona de la ciudad y de la Archidiócesis de Oviedo, en actitud de derramar abundantes nubes sobre los campos de maíz. La introducción del cultivo de maíz en Asturias en los inicios del XVII tuvo gran importancia. En 1605 don Gonzalo Méndez de Gancio (Casa de Casariego) regresó a la región tras un viaje por las Américas con varias arcas llenas de la preciada semilla. La primera cosecha rindió a los pocos meses cerca de Tapia. El nuevo cereal fue ocupando cada vez mayores extensiones de terreno hasta hacer desaparecer casi por completo de toda la provincia el mijo y el panizo, e incluso la escanda, en algunos concejos. Tal fue su importancia que el maíz quedó inmortalizado en las puertas centrales del pórtico de la Catedral de Oviedo (1746).

 

 

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