EL ÁRBOL Y EL MUÉRDAGO

Con información de Carmen Porter (25/12/2006)


 

 

La tradición de poner en casa un árbol decorado en Navidad se remonta a los primeros cristianos que llegaron al norte de Europa. Allí, descubrieron que los bárbaros hacían una fiesta en honor a un dios pagano, llamado Divino Idrasil, adornando un árbol perenne, cuya copa simbolizaba el cielo y en sus raíces habitaban los seres maléficos.

San Bonifacio, evangelizador de Alemania, cortó con un hacha el árbol divino y en su lugar plantó un abeto, símbolo del amor perenne de Dios. Lo adornó con manzanas, que representan el pecado, y con velas, que simbolizan la luz de Cristo. Con el tiempo los adornos se transformaron en bolas y espumillón.

Respecto al muérdago, se la considera una planta sagrada desde hace siglos y se le atribuyen propiedades mágicas para dar buena suerte y fertilidad. Según la leyenda, el origen de sus poderes proviene de su enigmático nacimiento, ya que sus raíces no tocan nunca el suelo. Los sabios decían que había que pedir permiso a la planta del muérdago antes de cortarla, para no sufrir todo tipo de males, y hacerlo de un solo corte cuando fuese el sexto día de luna.

Al muérdago también se le atribuyen propiedades amorosas. Según la tradición, las mujeres que quieran conseguir pareja deberán besarla debajo de esta planta en Nochebuena y quien ya la tenga la conservará.

 

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