LA OBRA DE JUAN MARTÍNEZ MONTAÑÉS EN LIMA

29/06/2007


 

 

Una de las obras menos conocidas de Juan Martínez Montañés se encuentra dentro de las realizadas por el famoso escultor e imaginero andaluz para las Américas. Concretamente, hablamos de la decoración escultórica del retablo de San Juan Bautista con destino al Convento de la Concepción de Lima, comenzada en el año 1608 y cuya conclusión no se produjo hasta catorce años más tarde.

La decoración comprende una serie de relieves, cuyo tamaño ronda los 70 cm de altura, y esculturas, entre las que se incluye un soberbio Cristo crucificado. En el taller sevillano del maestro sólo se llevó a cabo la labor escultórica, corriendo tanto las trazas como la talla del retablo a cargo de artistas limeños. 

Los relieves ilustran los principales pasajes de la existencia del Precursor de Cristo. En las fotografías, facilitadas por el Banco de Crédito del Perú, podemos observar dos de ellos: en el de la izquierda, una esclava entrega a Salomé, de retorcido gesto, la cabeza degollada del santo; en el de la derecha, se observa una de las concurridas predicaciones de Juan que incluía el rito del Bautismo como medio para la integración en la Iglesia.

En ambos casos, contemplamos conjuntos escenográficos muy abigarrados, donde la escultura adquiere un absoluto papel protagonista en detrimento de los fondos pictóricos y del paisaje. Hoy en día todo el conjunto se conserva en la Catedral Metropolitana de Lima.

En total la obra comprende doce paneles de la vida del Bautista en alto y medio relieve, así como las esculturas en bulto redondo del Cristo crucificado, los cuatro evangelistas y cuatro de los doctores de la Iglesia.

Años después, Martínez Montañés repetiría este conjunto en el retablo de idéntica advocación del monasterio sevillano de Santa María del Socorro, actualmente en el templo universitario de la Anunciación, según el historiador Hernández Díaz con evidente aumento de sus calidades (HERNÁNDEZ DÍAZ, José. Juan Martínez Montañés, Laboratorio de Arte de la Universidad de Sevilla, 1949).

Pese a no ser una de sus creaciones más renombradas, el plegado de los ropajes, las calidades de la policromía, el perfecto equilibrio en las composiciones y el estudio de las expresiones de los personajes, de gran dulzura mística, son sencillamente magistrales, propios de quien fue uno de los grandes imagineros de la historia.

 

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