EL TRES DE MAYO DE 1808 EN MADRID

Amigos del Museo del Prado


 

 

Como consecuencia de los desórdenes del día anterior, el mando francés ordenó fusilar, durante la noche y la madrugada siguientes, a cuantos civiles portasen armas e hicieran grupos de más de ocho personas, además de a los detenidos durante la rebelión. El hecho quedó plasmado por Goya en este óleo sobre lienzo de grandes dimensiones (268 x 347 cm), pintado en el año 1814.

Como en El Dos de Mayo de 1808 en Madrid, hay un intento de aproximación al escenario real, que fue la montaña del Príncipe Pío, sin que se haya podido identificar con seguridad el lugar exacto. La escena, llena de dramatismo pero sin la violencia y provocación de la anterior, transcurre por la noche, como da a entender el pintor con el farol encendido que alumbra con fuerza a las víctimas.

Los condenados, con sus gestos, parecen una apología de las diferentes actitudes que toma el ser humano ante la muerte, mientras detrás aguardan la misma suerte más ciudadanos. El pelotón de ejecución no muestra sus rostros al espectador, sino que aparece como una fría máquina de matar. La nota violenta la dan los cadáveres que, en primer plano, figuran caídos sobre un charco de sangre.

Este cuadro y el que analizamos ayer cobran toda su fuerza al ser vistos juntos, ya que lo que en uno es movimiento y griterío, en el otro es calma y silencio contenidos. Ambos nos muestran toda la fuerza del movimiento goyesco: la exaltación del color, del movimiento y de los sentimientos, junto a novedades técnicas innegables, tales como el sombreado y el perfilado de las figuras.

 

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