UNA IMAGEN DEL TALLER DEL ESCULTOR VALENCIANO VICENTE TENA FUSTER EN BADAJOZ

Pedro Castellanos (28/07/2025)


 

 

Se encuentra en el altar mayor de la capilla del antiguo Hospital Provincial de San Sebastián de la ciudad. Fue bendecida el 24 de mayo de 1929. Tiene algunos pequeños desperfectos, pero se encuentra en buen estado de conservación.

El abogado Manuel Giménez Cierva, primo del profesor y escritor Jesús Rincón Giménez, además de diputado delegado de los Establecimientos de Beneficencia y presidente de la Asociación de los Caballeros de la Milagrosa, fue quien encargó la imagen a petición de la comunidad de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl, cuya orden gestionaba entonces este desaparecido hospital.

Se encargó con motivo del futuro centenario de la primera aparición en París de la Virgen de la Medalla Milagrosa en 1830 a una hija de la caridad, santa Catalina Labouré (1806-1876). En los archivos de la asociación figura:

 

"...construida en los talleres del escultor valenciano don Vicente Tena Fuster. El día 24 fue bendecida por el reverendo padre Francisco Jul, superior de esta residencia de padres paúles, actuando como padrinos en dicho acto el señor Giménez Cierva y su distinguida esposa, la presidenta de la Acción Católica. Por las hermanas se entonaron cánticos a la Milagrosa y el señor delegado pronunció breves palabras de consagración a la Virgen de todo el personal del establecimiento. En el otoño celebrarán las Hermanas de la Caridad el centenario de la Milagrosa, fiesta que patrocina con entusiasmo el diputado delegado y en la procesión que se celebre figurará la nueva imagen."

 

 

El propio Manuel Giménez Cierva escribía un artículo sobre la llegada de la imagen a la ciudad:

 

"Son las últimas horas de la tarde de un día del mes de mayo, mes de María, y caminamos con paso recatado y lento por las galerías del hospital para no turbar el reposo a que tienen derecho los que allí buscan alivio a sus dolores. De pronto, sentimos que nos llaman y una invitación monjil nos hace volver de nuestros pasos y penetrar en una amplia sala, donde casi toda la comunidad está reunida; van acudiendo más hermanas y pronto la estancia está llena de tocas blancas que se agitan y mueven de un lado para otro semejando un inmenso palomar. ¿Qué sucede?, preguntamos; que ha llegado nuestra Milagrosa, la imagen que, para nosotras, para nuestra capilla, ha modelado un reputado escultor valenciano; y efectivamente, en el centro de la gran estancia, dos operarios se disponen a abrir el cajón donde ha sido transportada la Virgen desde el país de los naranjos. Ayudamos en aquella empresa, con temor de que algún golpe, alguna falsa maniobra, cause daño en la escultura y se logra sacarla del embalaje y dejarla aun cubierta de finos papeles sobre el pavimento de la habitación. Es un momento emocionante, mis manos temblorosas rompen cuerdas y rasgan papeles, apareciendo la bella imagen radiante de hermosura, como la concibió el artista que puso en su confección toda su alma de creyente y todo el genio de su arte. Al aparecer la figura de María, con su manto azul, con su mirada de amor y de ternura, con los brazos abiertos como para atraernos hacia su corazón sagrado, aquellas Hermanitas de la Caridad, ángeles custodios de la orfandad y de la desgracia, vírgenes sacrificadas por amor a Dios para aliviar los dolores ajenos, prorrumpen en un himno hermoso, a coro, como si fueran una sola voz, cantando y repitiendo sin cesar, ¡Oh Virgen Milagrosa, Oh madre del Amor! Quedamos como extasiados ante aquel hermoso cuadro mariano, espectáculo edificante y consolador; la alegría inunda la estancia; del jardín vecino sube el aroma de las flores y el trinar de los pájaros; el último rayo del sol que se oculta, proyecta una ráfaga de luz rojiza, como si la naturaleza quisiera también participar de aquella alegría y contribuir a aquel espectáculo encantador; vemos entonces a la Virgen que parece animarse en su rostro, y con una mirada dulce e intensa, enviar a sus hijas, las monjitas de este hospital, una prueba de agradecimiento con su maternal bendición, y salimos de aquella estancia donde todo respiraba virtud, santidad, amor a la Reina de los cielos, despacio, muy despacio, con sentimiento de abandonarla, más creyentes, más llenos de fe, brotando de nuestros labios como única frase en aquellos momentos de despedida, la hermosa jaculatoria. ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos! "

 

 

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