EL ALCÁZAR DE LOS REYES CRISTIANOS

Francisco de Paula Cañas Gálvez, Rafael Arjona Molina, Manuel Fernández y Antonio Gala

 

Con el fin de contribuir a que Córdoba sea Capital de la Cultura en el año 2016, se realizó este especial formado por 20 entregas en el que haremos un repaso por el rico patrimonio de la ciudad andaluza. Los mejores historiadores e investigadores sobre la ciudad, junto con nuestras modestas aportaciones, darán forma a un interesante recorrido que podrán consultar a través del banner correspondiente en la página principal de contenidos. Al mismo tiempo, tendrán un enlace de cada entrega en la sección Atajos, donde quedará definitivamente inserto una vez concluido.

 

 

Esta bella fortaleza parece que fue levantada por los gobernadores romanos de la ciudad, siendo también habitada en época visigoda. Sin embargo, no sería hasta el califato de Abderramán I (756-788) cuando comenzara a convertirse en un auténtico palacio residencial y lujoso, abandonando así su origen militar y defensivo. El edificio de los Omeyas, conocido como Alcázar Viejo desde los árabes, se extendía por lo que hoy ocupan el seminario, el palacio episcopal, el campo de los Mártires, el real alcázar y sus huertas, quedando los restos más antiguos del primitivo recinto romano relegados a fines militares.

Tras la conquista de la ciudad en 1236 por Fernando III comenzaba una nueva etapa para el regio recinto. El rey Alfonso X acometía en torno a 1275 lo que sería la reconstrucción del antiguo palacio califal, aunque sería, no obstante, Alfonso XI quien, a partir de 1328, diera el gran impulso a las obras que convertirían el Alcázar Viejo en un recinto nuevo donde predominaba el gusto mudéjar en las maderas labradas, las labores de ladrillo y la filigrana en las yeserías que decoraban las paredes, hoy desaparecidas.

Enrique III concedería en 1399 el Alcázar Viejo a sus ballesteros de guardia. En tiempos de Juan II, poco antes de 1449, el conocido Alcázar Viejo y el castillo de la judería serían separados de la jurisdicción del real alcázar, pasando desde entonces a residir dentro de ellos algunos vecinos de la ciudad, muchos de ellos judíos, con la única condición de vigilarlos y rondarlos si fuera necesario. En mayo del año 1455 el real alcázar de Córdoba viviría uno de sus momentos más brillantes con la llegada de Enrique IV, que acudía a la ciudad para contraer matrimonio en segundas nupcias con la infanta Juana de Portugal.

Pero la delicadeza y los materiales empleados, unido a un cierto abandono y el hecho de haberse convertido en uno de los bastiones de Alfonso de Aguilar durante los años de su enfrentamiento con los Fernández de Córdoba, provocaron un deterioro considerable que llevó a los Reyes Católicos a iniciar obras de mejora entre los años 1481 y 1484.

 

 

El edificio en sí, que fue también sede de la inquisición y de la cárcel, consiste en una solida construcción rectangular formada por gruesos muros de piedra labrada que rematan en cuatro torres de esquina: la de las Palomas, al sureste; la de la Inquisición, al suroeste; la del Homenaje, al nordeste, y la de los Leones, al noroeste, en la entrada actual al recinto. Entre las torres del Norte y el Homenaje, bajo el adarve del muro norte, se encuentra el salón de los mosaicos, que recibe este nombre por los espléndidos mosaicos romanos que decoran sus paredes, descubiertos en los años 50 del siglo XX durante la remodelación de la Plaza de la Corredera.

El edificio conserva aún unos baños de construcción cristiana, pero de carácter musulmán, construidos también en la época de Alfonso XI. Guarda igualmente dos patios: el patio mudéjar, el más importante, consistente en un jardín rectangular con solería de mármol y dos piscinas en los extremos unidas por caceras por las que no cesa de correr el agua; al levante de este patio y paralelo a él, se encuentra el otro, constituido por la antigua plaza de armas. Completan el conjunto unos deliciosos jardines con estanques, árboles y vegetación floral de intenso colorido.

En 1931 el Alcázar de los Reyes Cristianos fue declarado Monumento Histórico-Artístico, y veinte años más tarde fue objeto de una profunda restauración a cargo del arquitecto Víctor Escribano Ucelay.

Según Manuel Fernández y Antonio Gala, si la Mezquita es el símbolo, por antonomasia, de la religiosidad y del encuentro con Dios, el Alcázar es la concreción perfecta de la imperfección humana. Razas, tribus, civilizaciones, amores, desamores, crímenes, ansias de poder, arquitecturas superpuestas, civiles, militares, agua y tierra, vegetación y desierto, libertad y prisión, nobleza y bajas pasiones; hasta las primeras corridas de toros han caracterizado el devenir de este espacio tan cordobés que, seguro sin pretenderlo, encierra y conjuga en sí las contradicciones de la ciudad en su propio nombre: Alcázar -fortificación para defenderse de alguien-, de los Reyes Cristianos -que profesan una religión que ni defiende ni ataca sino que pone la otra mejilla-.

 

Fotografías de José Mariscal

 

FUENTES: CAÑAS GÁLVEZ, Francisco de Paula. El Itinerario de la Corte de Juan II de Castilla (1418-1454), Madrid, 2007, pp. 105-106; ARJONA MOLINA, Rafael. Córdoba, Madrid, 2005, pp. 47-48; FERNÁNDEZ, Manuel y Antonio GALA. Córdoba: Ciudad Patrimonio de la Humanidad en España, Segovia, 1997, p. 82.

 

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