MUJERES SILENCIADAS. UNA PROBABLE OBRA DE EUGENIO CAJÉS

Mario Aguado Alonso (20/02/2015)


 

 

Durante siglos fueron muchas las mujeres que vivieron enclaustradas en el silencio, recluidas en el interior de los monasterios. Quizá por eso, existe un vacío historiográfico notable acerca del papel desempeñado por la mujer en el estamento eclesiástico, en general, y en el mercedario, en particular.

La mujer ha sido, hasta épocas bien recientes, la gran ausente de la Historia, silenciada casi siempre al olvido. Y sin embrago, la presencia femenina dentro de la vida monástica es uno de los estudios más atrayentes, dada la diversidad de enfoques al que es susceptible. Hoy queremos dar la palabra a una de esas mujeres que vivieron el carisma mercedario sin salir de los muros de un monasterio: la Beata Menda. El reciente hallazgo de un cuadro de la beata, en la tienda de un anticuario sevillano, nos da pie a ello.

Se trata de una de esas monjas que forman parte de un grupo de mujeres, las cuales al morir dejaron una estela de santidad, a las que la tradición mercedaria recuerda como beatas o santas aunque no hayan obtenido tal declaración por parte de la Santa Sede. En su día fueron propuestas como modelo de vida, y comportamiento a imitar, a aquellas jóvenes que llamaban a las puertas de los monasterios con el deseo de ingresar en ellos. Todo un referente a seguir, por la institución monástica femenina, en el seno de la Merced.

La ubicación territorial de la Beata Menda Isategui hay que situarla en un área geográfica bien determinada: el País Vasco. Allí fue célebre el convento de mercedarios de Burtzeña, en la anteiglesia de Barakaldo, fundado gracias a la generosa donación que hizo el Conde Fernán Pérez de Ayala, el 4 de marzo del año 1384. Según consta en el Acta Fundacional, la fundación se lleva a cabo:

 

"Por las muchas y buenas obras en que sus frailes se emplean, rescatando y sacando del poder y cautiverio de moros a los cristianos que ende están en gran lacería e peligro de perder la fe santa".

 

Bajo la influencia y dirección espiritual de los mercedarios vascos hallaron sombra y cobijo una serie de mujeres dispuestas a encarnar en sus vidas el carisma de redención y caridad propio de la Orden de la Merced. En un principio eran beatas aisladas, cuyas profesiones llegaron a registrarse en el mismo libro que las de los frailes; con el tiempo se formaron sencillos beaterios. La expansión femenina de la Merced en el País Vasco fue asombrosa: Bilbao, Arrankudiaga, Bérriz, Deusto, Lete-Escoriaza, Ibarruri-Gernika, Larrabezua, Markina, Orozko-Ibarra, Santurce... Tras el Concilio de Trento, gran parte de ellos adoptaron la clausura formal, instaurando así verdaderos monasterios de monjas mercedarias.

En uno de esos monasterios, en el de Markina, desarrolló su vida religiosa la Beata Menda. El primitivo cenobio de mercedarias, ubicado en la anteiglesia de Xemein, fue denominado de Nuestra Señora de la Piedad y ya aparece documentado en 1547. El 18 de octubre del año 1635 se trasladaron a donde residen actualmente. En 1917, como tantas religiosas contemplativas, abrieron un colegio femenino para niñas. Ya en 1944, llenas del espíritu misionero que había prendido en la Merced la hoy Beata Margarita Maturana, pasaron a formar parte del nuevo instituto de Mercedarias Misioneras de Bérriz.

El Menologio Mercedario recuerda cada 4 de junio la memoria de la Beata Menda Isategui, monja de la Merced en el siglo XV, conocida como "La Santa Madre". Sus biógrafos refieren que, en más de 60 años, no salió de la clausura constitucional si no fue a oír misa y confesar; tuvo el don y la gracia de curar a cuantos enfermos se le acercaban, "más fáciles para sus oraciones cuanto más difíciles a la humana medicina"; se alimentaba de hierbas y de un poco de pan duro, toda una vida dedicada a la oración y a la ascesis. Tirso de Molina escribió de ella que "llegándose el día de su feliz tránsito, le cantaron los cielos su victoria". Como puede verse, su vida corresponde al perfil de monja enclaustrada según los postulados emanados en el Concilio de Trento.

 

 

El cuadro que está ahora en Sevilla es un óleo sobre lienzo (165 x 81 cm) del siglo XVII, con un precio de salida de 4.500 euros. Fue recientemente restaurado y posee buena factura. Según nuestras investigaciones, procede de una colección de Madrid y formó parte de una serie de cuadros conservados en la Iglesia de los Jerónimos, los cuales representaban a un conjunto de mercedarias venerables pintadas con aires zurbaranescos.

Nos aventuramos a lanzar la hipótesis de que su autor haya podido ser Eugenio Cajés (1575-1634), pintor barroco nacido en Madrid, aunque de familia florentina, nombrado por el monarca Felipe III "Pintor del Rey". Son características de Cajés las formas blandas y el modelado suave, los ropajes caprichosamente tratados y el cromatismo plano, sin demasiados contrastes de luz.

En el cuadro que nos ocupa, la Beata Menda aparece figurada en la parte derecha del lienzo, como retrato idealizado de una monja de rostro amable, mostrando los rasgos propios de alguien que vivió la santidad en vida. Viste hábito y capa de la Merced, con escudo mercedario al pecho, y va tocada con el velo negro propio de una monja de votos solemnes. No hay duda de la identidad de la retratada, ya que en una cartela en la parte inferior del lienzo aparece su nombre escrito en forma abreviada.

La escena representada se halla presidida por la Beata, ligeramente inclinada, dirigiendo su mirada sanadora hacia en enfermo, suplicante y arrodillado, que implora ser curado. Menda signa la cabeza del doliente con el dedo índice de su mano derecha, mientras con su izquierda sostiene un gran libro, a la vez que se tapa recatadamente con su capa, haciendo está última de barrera o separación entre ambos personajes. El libro nos muestra una faceta de la vida de la Mercedaria: consejera o maestra de otras religiosas menos formadas.

Hablamos de un cuadro que inspira devoción y mueve a la piedad del cristiano, dotado de un marcado carácter moralizante y ejemplarizante. Moralizante para quienes ven en la santa a alguien que alcanzó las más altas cotas de perfección en el seguimiento a Cristo, y ejemplarizante para las jóvenes aspirantes a la vida religiosa mercedaria que ven en la Beata Menda Isategui, "La Santa Madre", un modelo a seguir e imitar.

 

 

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