EL CRISTO DE LA SANGRE DE LA PARROQUIA DE SAN ISIDORO
DE SEVILLA Y EL ORIGEN DE SU ADVOCACIÓN

Jesús López Alfonso


 

 
     
     
Cristo de la Sangre o de los Maestres. Parroquia de San Isidoro (Sevilla)

 

La imaginería medieval es un apartado aún poco estudiado en Andalucía, demasiado cegada quizás por la estética barroca que hoy sigue imperando en nuestros cánones de belleza. Sólo hay que escuchar al pueblo cuando se encuentra ante una imagen de este período, a la que califica de “fea y rara”. Esta “fealdad” y este “enrarecimiento” no son otra cosa que el reflejo del desconocimiento del lenguaje que la hizo posible y la sensibilidad propia de la Edad Media. El objetivo de este artículo es el de acercarnos un poco a la imaginería bajomedieval y su lenguaje a la hora de entender algo tan complejo como el propio Cristo. Para ello, usaremos como ejemplo una magistral imagen sevillana: El Cristo de la Sangre o de los Maestres, venerado en la Parroquia de San Isidoro de Sevilla.

Durante la Alta Edad Media, el concepto de Cristo dista del que tenemos en la actualidad. Jesús es un juez terrible, es el Dios que vigila y está atento a los pecados del hombre, y por ello, dispuesto a castigarlos con las penas del infierno. Sólo hay que echar un vistazo a la iconografía cristífera de la época, en la que, en la mayoría de los casos, aparece conforme a la visión apocalípitica que representa al Salvador en su trono, del que salen voces, rayos y truenos, con mirada hierática, terrible, rodeado por el tetramorfos (1) y el arco iris (2).

Por otro lado, centrándonos en el tema del Crucificado, Jesús aparece vestido, sin signos de dolor aparente. Su Cruz es el trono desde el que ha vencido a la muerte y desde el que nos va a juzgar; por ello, el instrumento de la salvación no va a tener forma arbórea. Sin embargo, a partir del siglo XII empezamos a observar mayor naturalismo en las imágenes de Cristo (3), y ello se debe sin duda a una contemplación de la naturaleza humana de Jesús.

 

 
 
Cristo de San Pedro (Sanlúcar la Mayor)

 

Desde los escritos de San Bernardo de Claraval, se incide en que la Pasión de Jesús fue realizada por amor a la humanidad que el Redentor salva, y que ésta debe ser recordada, meditada y encarnada por el ser humano para de ese modo ser partícipe de la obra de la redención (4). Pero sin duda, será San Francisco de Asís el principal introductor de la contemplación, imitación y devoción a la humanidad de Jesús (5). El Poverello, como es conocido popularmente en su país natal, vivía la humanidad de Cristo y entendía que el ser humano, en sus dolores, podía hacerse solidario con la Pasión. Jesús ante todo fue un hombre que sintió, amó, rió y lloró, como todos los demás, y es ese aspecto el que nos hace cercanos a Él y por ello partícipes de su Pasión y, por ende, de su Crucifixión.

Por otro lado, no podemos dejar de lado la devoción a la Sangre de Cristo. La sangre es el flujo de la vida, y Jesús en su Pasión lo derrama generosamente por la humanidad entera. Por ello, no es de extrañar que encontremos en la iconografía cristífera el tema de Cristo Fuente de Vida, en el que vemos a Jesús Crucificado del que manan abundantemente caudales de sangre de sus llagas, y que aparezcan cofradías con la misma advocación (6). Llegados a este punto debemos preguntarnos ¿Cómo se reflejan todas estas ideas en la iconografía de Cristo Crucificado? Todo ello lo vamos a encontrar en el ejemplo que analizaremos a continuación.

El Cristo de la Sangre, es una escultura que representa a Jesús en la cruz, muerto, que se fecha en el segundo cuarto del siglo XIV (7). Pertenece a un grupo de Cristos Crucificados cuyo patrón a seguir es, según Franco de Mata, el Cristo de San Pedro de Sanlúcar la Mayor (Sevilla) y al que pertenecerían también el Cristo de San Agustín (venerado en la sevillana Parroquia de San Roque, donde fue destruido en el año 1936, y reproducido de manera bastante acertada por el escultor e imaginero sevillano Agustín Sánchez-Cid Agüero), el Cristo de la Buena Muerte de la parroquia sevillana de Omnium Sanctorum (destruido en las mismas circunstancias) y el Cristo del Millón, que corona el fastuoso Retablo Mayor de la Catedral de Sevilla (8).

 

 
     
     
Cristo de la Sangre o de los Maestres. Parroquia de San Isidoro (Sevilla)

 

Todos ellos presentan las mismas características que imitan al Crucificado sanluqueño. La cruz es de aspecto arbóreo y nudoso (llamada "cruz de gajos"), a la cual se fijan por tres clavos. Llama la atención la complicación que presenta el cruce de los pies, en el que, mientras el izquierdo aparece de frente, el derecho está casi de lado, traspasados ambos por un gran clavo que sobresale bastante. El cuerpo se arquea de manera muy pronunciada hacia el lado izquierdo, reposando en su hombro derecho la cabeza, que cae violentamente. Sus expresiones son tristes, la barba rizada está dispuesta en bucles simétricos y el cabello es ondulado, humedecido por el sudor, cayendo en crenchas por la espalda. Según el historiador sevillano José Hernández Díaz, este arqueamiento del cuerpo puede deberse a la representación de los estertores de la agonía (9).

Los brazos del Cristo de la Sangre o de los Maestres no siguen el modelo original de Sanlúcar la Mayor; mientras que en el Cristo de San Pedro el derecho se dobla por el peso del cuerpo y el izquierdo se estira, en el que nos ocupa ambos están rígidos, rasgo que compartía con el desaparecido Cristo sevillano de San Agustín. Ambos presentan también una anatomía suave, en la que no hay un gran estudio de la musculatura, los pectorales, las costillas y el pliegue inguinal están simplemente marcados, mientras que en los brazos sí encontramos mayor verismo. Las manos están extendidas dejando ver las palmas traspasadas por los grandes clavos. Las extremidades inferiores se cubren con un amplio perizoma, bajo el que se insinúan las piernas y que se anuda al lado derecho formando amplios pliegues. En el de nuestro Crucificado, este paño es blanco, estofado en oro en sus contornos, coincidiendo de nuevo en este aspecto con el Santo Crucifijo de San Agustín.

De las llagas, como hemos señalado antes, mana abundante sangre, destacando sobre todo la del costado; aún así observamos una de las que serán las principales características de los Cristos Crucificados andaluces, y es que el cuerpo de Cristo no va a tener un aspecto sangriento (como en el caso, por ejemplo, de los Crucificados castellanos) sino que la sangre aparecerá solo en la cara, por el efecto causado por los pinchos de la corona de espinas, costado, manos y pies, por los clavos y la lanzada, y en la espalda por los azotes.

 

 
 
Mural de San Miguel de Foces (Huesca)

 

El origen de estos crucificados parece ser francés. En muchos breviarios franceses aparecen iluminaciones de calvarios con Cristos muy similares al grupo analizado (10), modelo que sería copiado por los iluminadores castellanos, y así lo encontramos en las miniaturas de las “Cantigas de Santa María” (concretamente en las 109, 113 y 190) y la “Historia General” de Alfonso X el Sabio (11), de aquí pudo pasar a la pintura mural, como encontramos en la ermita de San Miguel de Foces (12), en Huesca, por lo cual, parece que fue ésta la fuente de inspiración de los escultores de este momento. La piedad medieval encontraba en estas imágenes la visualización de sus sentimientos, devociones y meditaciones sobre la Pasión de Jesús. Sin lugar a dudas, la contemplación visual de esta imagen debió hacer más cercana la figura del Nazareno, ya que vemos en él un Jesús muerto. Mientras que los Crucificados románicos estaban vivos y majestuosos, los Crucificados góticos se nos presentan abatidos, arqueados por los dolores de la Pasión, con los cuerpos lacerados de llagas. La muerte, sin duda, es algo propio de la condición humana, y el propio Jesús la va a compartir con el hombre; pero no una muerte cualquiera, como dice San Pablo, sino una Muerte en la Cruz, lo cual implica sufrimiento y dolor.

Estos factores (muerte y dolor) eran más familiares al hombre del Antiguo Régimen que al actual, ya que las epidemias, el hambre y las guerras estaban a la orden del día. Por ello, al encontrar un Cristo Hombre muerto y sufriente, encontraban un semejante al que es más fácil dirigirse que a un terrible Dios sentado en un trono. En este mismo contexto, no podemos dejar de lado el aspecto de Jesús como Hijo. La mortalidad infantil era elevada, rara era la mujer que no había perdido varios hijos, ya fueran niños o jóvenes. Por ello, una mujer que había sufrido esta tragedia podía ver en Jesús ese reflejo, y en el de su Madre, el de ella misma de ahí la proliferación de otra de las grandes iconografías pasionarias: La Piedad o Sexta Angustia de la Virgen. Así mismo, la devoción a la sangre de Cristo la vemos en sus llagas, que ya no se esconden bajo una túnica real, sino que se muestran al hombre, para que vea la divina fuente de la que mana la salvación.

Para finalizar, quisiera hacerme eco de la leyenda que explica la advocación del Crucificado de la Parroquia de San Isidoro. Tradicionalmente, se le ha conocido siempre como Cristo de los Maestres, ya que la capilla que ocupa su retablo -restaurado hace poco- en la Parroquia de San Isidoro era propiedad de tal familia sevillana. Sin embargo, su otra advocación, la de la Sangre, es por un motivo legendario: en el año 1391 ocurrió uno de los hechos más sangrientos de la historia de la capital hispalense: la matanza de los judíos. Fernando Martínez, Arcediano de Écija, recorría las calles de Sevilla predicando la matanza contra los hebreos. Con tales exhortaciones, el pueblo estaba cada vez más soliviantado, y penetró el mes de marzo en la judería para saquearla, siendo a duras penas reprimido el levantamiento por las autoridades (13). Sin embargo, el ecijano siguió en su empeño, y en el mes de junio estalló la calamidad, penetrando una turba de gente en la judería que asesinó a hombres, mujeres y niños sin piedad, ascendiendo a un total de 4.000 asesinados. Se cuenta que, mientras este hecho ocurría, manó sangre de las llagas del Cristo de los Maestres, que desde entonces se le conoció como de la Sangre.


BIBLIOGRAFÍA

(1) Son los cuatro animales que después se identificarán con los evangelistas: León, hombre, águila y toro.

(2) Libro del Apocalipsis de San Juan, 1 2-6.

(3) HERNÁNDEZ DÍAZ, José. Crucificados Medievales Sevillanos, Sevilla, 1979, p. 1.

(4) SÁNCHEZ HERRERO, José. “Origen de las Cofradías Penitenciales”, en Sevilla Penitente, tomo I, pp. 16-17.

(5) Ídem, p. 19.

(6) Tenemos en Sevilla el caso de la Hermandad de la Santísima Vera Cruz y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, y la extinta Hermandad de Santo Cristo de la Sangre, Nuestra Señora de la Candelaria y San Juan Bautista.

(7) PAREJA LÓPEZ, Enrique y Matilde MEGÍA NAVARRO. “El Arte de la Reconquista Cristiana”, en Historia del Arte en Andalucía, tomo III, p. 314.

(8) LAGUNA PAÚL, Teresa. “La Escultura”, tomo XI de La España Gótica, Madrid, 1992, p. 69.

(9) HERNÁNDEZ DÍAZ, José. Crucificados Medievales Sevillanos, Sevilla, 1979, p. 1.

(10) PALOMERO PÁRAMO, Jesús Miguel. “La Viga de Imaginería”, en El Retablo Mayor de la Catedral de Sevilla, Sevilla, 1981, p. 117.

(11) PAREJA LÓPEZ, Enrique y Matilde MEGÍA NAVARRO. “El Arte de la Reconquista Cristiana”, en Historia del Arte en Andalucía, tomo III, p. 310.

(12) Se trata de una pintura mural que decora un tímpano y se halla dividida en dos registros: en el superior está Dios Padre, adorado por dos ángeles turiferarios, y en el segundo Jesús Crucificado, rodeado de los apóstoles. El Cristo coincide con los modelos de las miniaturas francesas y con los crucificados sevillanos.

(13) Los judíos eran propiedad personal de los Reyes de Castilla; por lo tanto, no se podía atentar contra ellos, habiendo varias leyes a este respecto. Solo hay que ver el epitafio en Hebreo del Rey Fernando III o incluso las leyes protectoras de la Reina Isabel la Católica antes de la Expulsión llevada a cabo en el año 1492.

 

Nota de La Hornacina: Artículo publicado en Cáliz de Paz, nº 5, Málaga, Cuaresma de 2009.

 

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