LA CAÍDA, PRIMERA GRAN COMPOSICIÓN PROCESIONAL DE FRANCISCO SALZILLO

Antonio Zambudio Moreno


 

 

En este 2007 que acabamos de empezar se cumplirán 300 años desde que un 21 de mayo de 1707 viera la luz el más insigne escultor del sureste español y tal vez de todo el siglo XVIII hispano, Francisco Salzillo y Alcaraz. Un artífice en el que confluyen varias tendencias artísticas, que bebe tanto de las fuentes del barroco italianizante como de la plástica de Pierre Puget, pues uno de los artistas que más influyó en sus inicios fue el marsellés Antonio Dupar, establecido en Murcia a inicios del XVIII y cuyo padre era discípulo del propio gran maestro francés.

Francisco Salzillo vino a culminar un proceso, un transcurrir escultórico iniciado con la estancia en tierras murcianas del gran Nicolás de Bussy en las postrimerías del siglo XVII, continuado con la llegada del propio padre del artista objeto de este artículo, Nicolás Salzillo, y del ya mencionado Dupar. De todos ellos supo impregnarse, cultivarse, creciendo en el taller paterno y ayudando a su progenitor, labor que compaginaba con sus estudios en el Colegio Jesuita de la Anunciata y sus clases de dibujo con el presbítero Manuel Sánchez.

No se trata por tanto de un genio aislado, surgido en un ambiente en el cual no hubiera tradición artística ni puntos de referencia en su aprendizaje, tal y como sostenían sus primeros biógrafos como Ceán Bermúdez, que quizá para vanagloriar aún más la figura de Salzillo y darle mayor mérito, lo cataloga como un talento natural único y brotado de una sociedad que no estaba impregnada de valores artísticos, pues al asentamiento de los grandes escultores ya referidos se une el contacto que existe entre el Reino de Murcia e Italia, como lo demuestra la llegada de imágenes procedentes del país trasalpino y que han supuesto paradigmas de la historia del arte murciano, como la Virgen de la Caridad para Cartagena y la Virgen de las Maravillas de la localidad de Cehegín.

Salzillo, tras ingresar, al parecer, en la orden dominica, debe abandonar su vocación sacerdotal para hacerse cargo del taller paterno en 1727, tras el fallecimiento de su progenitor. Sus inicios se inclinan ya hacia un determinado estilo, basado en la belleza formal, idealizando determinados gestos e imágenes, pero buscando siempre el mayor verismo posible dentro de dicha idealización. Ya nos deja obras como la Dolorosa de la Parroquia de Santa Catalina, la Sagrada Familia de San Miguel, San Antón, y la extraordinaria Virgen de las Angustias de la Parroquia de San Bartolomé, obras todas ellas ubicadas en Murcia y comprendidas entre 1736 y 1746; si bien el culmen de su arte se inicia en la década de 1750, y a esta etapa pertenece la escena pasional a la que nos vamos a referir.

Corría el año 1752 cuando el mayordomo de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Murcia, Joaquín Riquelme y Togores, decide costear una obra que constituyera el momento en el que Cristo cae bajo el peso de la cruz camino del Gólgota, escena representada en el arte desde finales de la Edad Media, cuando los franciscanos establecieron el Vía Crucis como un medio a fin de obtener o acrecentar el beneficio espiritual de peregrinar a los Santos Lugares. Salzillo ya había trabajado para la cofradía ejecutando un Prendimiento y un San Juan que, tras varios años procesionando, fueron sustituidas por otras tallas del mismo escultor y que hoy son señeras dentro del arte barroco hispano. Por tanto decidieron acudir a él ya que se trataba del mejor artista del área levantina.

 

 

 

El grupo, según el historiador José Sánchez Moreno, tiene su origen e inspiración en la Biblia Sacra impresa por Nicola Pezzana en 1750. Consta de cinco figuras, Cristo, el Cirineo que le ayuda a transportar la Cruz, dos sayones que torturan al Redentor y un soldado que presencia la escena, todas ellas distribuidas sabiamente dentro de la composición espacial, de gran claridad y buenas cualidades compositivas, predominando la perspectiva lateral en aras de un claro avance del cortejo. Lejos de considerar dicha perspectiva como falta de clarividencia y percepción visual, es preciso señalar que la hechura y disposición de las imágenes es la más apropiada para el fin con el que fue ejecutada, pues en su devenir por las calles de Murcia en la mañana de Viernes Santo, este grupo da la impresión de ser un verdadero séquito que traslada al Redentor camino del Gólgota. A ello contribuye en gran medida el enorme naturalismo y verismo de las tallas, que vienen a conformar un grupo cuyo centro neurálgico es Cristo y las dos diagonales que traza la Cruz, lo que dota a la escena de enorme dinamismo y energía.

Una figura de Nazareno vestida y con cabello natural, que se halla entre lo más grande de la escultura nacional dentro de la iconografía que representa. El posicionamiento es el adecuado, perfecto en su representación, de un ser humano que intenta en vano levantarse del suelo pero no puede hacerlo a causa de la extenuación que padece. Su mano izquierda está apoyada a fin de sostenerse como buenamente puede, y con la derecha, que coincide con la línea que traza la parte horizontal del madero, tiende un gesto de piedad hacia el observador de la escena.

El rostro quizá sea el más pulcro de cuantos nazarenos procesionan en nuestro país, debido al perfecto equilibrio entre belleza y sufrimiento, idealismo y naturalismo. Gesto de hombre que sufre, que se siente solo en medio de la turba que le humilla y oprime, que mira al cielo suplicando piedad, pero no para él mismo, cuyo destino ya había aceptado, sino para con los hombres que le ultrajan. Es el gesto del verdadero Dios encarnado y trasladado a la madera, un Dios que sufre por el hombre al ver su naturaleza despiadada, pero que ha venido a la tierra a perdonarle sus pecados. Salzillo logra una recreación extraordinaria haciendo uso de recursos dramáticos como la espina que atraviesa su ceja derecha y dotando a la talla de una espiritualidad que sólo un hombre de su piedad podía ejecutar. Tan orgulloso estaba, que como homenaje a Cristo talló desde los dientes hasta la garganta.

Los sayones que lo torturan contrastan con la naturaleza divina del Redentor, son la antítesis, el bien y el mal, la bondad y la miseria humana, personajes de una anatomía no muy desarrollada en cuanto a representar una gran fortaleza física, pero cuyo odio y maldad se expresa en unas miradas, unos gestos y aspavientos que realmente transmiten una crueldad infinita. Mientras uno tira de una cuerda anudada al cuello de Jesús, el otro en contraposición tira del pelo y se dispone a descargar toda su ira con una maza, lo cual genera un sentimiento de piedad, de compasión y clemencia en el espectador que pocas escenas de la Semana Santa en Murcia son capaces de originar, añadiendo como nota curiosa que las facciones y rasgos de este último sicario han sido relacionados por muchos historiadores con el modelo del Ángel de la Oración en el Huerto.

El posicionamiento de ambos esbirros es extraordinario, con sus cuerpos girados en distintos sentidos para aumentar la tensión compositiva. Ante este drama, el Cirineo se encuentra como obnubilado, pesaroso por tener que contemplar esa escena y por la fatalidad que sufre el condenado, al que quizá no conozca, al que tal vez no haya identificado como el Mesías, y más en una situación así. Quizá represente la postura que muchos de nosotros adoptamos en nuestra vida, cuando intentamos huir de la cruz, del sufrimiento, y no reconocemos a Cristo. Algo de ello también se denota en la actitud del soldado, absorto en la contemplación del suceso, apartado de ello, sin hacer nada para impedir lo que ocurre.

Con todo ello, en esta escena procesional se nos presenta un Francisco Salzillo vehemente, atrevido, dramático y vibrante, suponiendo su consagración definitiva como creador de pasos, una escena que abre el camino a otras creaciones posteriores de esta índole y que se encuentra enmarcada dentro de la etapa dorada de este grandísimo artífice; una época en la cual era un hombre feliz, al que la vida sonreía en compañía de su hija y esposa. Al morir ésta, el 21 de noviembre del año 1763, cae en una profunda depresión y aflicción, lo que no fue óbice para que su arte aún deje huellas de lo que fue, un genio con mayúsculas.

 

 

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