EL PATRIMONIO COFRADE I: PINTURA Y ESCULTURA

Javier Prieto para Patrimonio y Cofradías


 

 

El carácter devocional que impulsa y nutre a las cofradías, ha motivado la tenencia de valiosos enseres destinados a los oficios religiosos y el ornato de las imágenes titulares, adquiridos por encargo de la propia institución, o mediante donaciones y contribuciones de devotos y benefactores.

El acervo patrimonial de las cofradías generado por el paso de los siglos nos ofrece hoy un conjunto de incalculable valor y gran riqueza de matices. Su puesta en valor debe partir, en primer lugar, de la propia cofradía: reconociéndolo, procurando su inventariado y adecuada conservación, y especialmente velando por su natural puesta en valor, dedicándolo al fin para el que nació; para ya, en una segunda etapa, analizar su valor cultural y su posicionamiento para ser aprovechado por el resto de la sociedad, en lo cultual pero también en otras muchas facetas que, desde el respeto a su fin primordial, enriquezcan el valor y el contenido de los bienes mediante su gestión y aprovechamiento.

La dimensión y variedad de este patrimonio es una de sus fuentes principales de riqueza. Cada pueblo ha aportado a sus cofradías matices, personalidad, artesanías, idiosincrasias que han dado lugar a que las mismas tengan manifestaciones muy diversas en función del lugar y la sociedad en la que se integran. Se trata de un fenómeno que no afecta de forma tan clara al patrimonio eclesiástico con matices derivados de las escuelas locales y regionales, pero siempre supeditado a los grandes estilos artísticos.

A priori, el patrimonio más común y fácilmente reconocible en las cofradías es el escultórico. Su naturaleza las ha impulsado a adquirir representaciones de sus advocaciones titulares. Son varios los ejemplos de hermandades que cuentan entre sus imágenes titulares con auténticas joyas de la historia del arte: Jesús del Gran Poder labrado por Juan de Mesa, de la cofradía homónima en Sevilla; Jesús Atado a la Columna, obra de Gregorio Fernández en la cofradía de la Vera Cruz de Valladolid; o la Inmaculada Concepción, también del mismo autor, de la cofradía de la Vera Cruz de Salamanca.

La evolución de las propias hermandades ha generado, además, un amplio conjunto de imágenes sustituidas, figuras secundarias de los pasos procesionales, ángeles y representaciones vinculadas al arte efímero. Unas figuras que, en ocasiones, por no ser su naturaleza principalmente cultual, pueden pasar desapercibidas a pesar de su valor o encontrarse en un segundo plano devocional.

Un significativo ejemplo del valor de estas imágenes sustituidas lo encontramos en la Hermandad Servita de Cádiz y su imagen fundacional: la Virgen de los Dolores, realizada en el año 1729 por el escultor José Montes de Oca. Se trata de una talla marcada por los rasgos reconocibles de la obra del autor sevillano y que es custodiada por la orden seglar desde su ejecución a pesar de haber sido remplazada por la actual titular genovesa en fechas muy tempranas. Ha sido restaurada por Pedro Manzano en el año 2011.

 

 

Las colecciones pictóricas de las cofradías pueden dividirse, por lo general, en dos grandes categorías en función de si están destinadas al culto o bien forman parte de la decoración de capillas y estancias.

Las primeras responden a la misma necesidad que las imágenes escultóricas: tener un soporte material de la devoción que sostiene la cofradía, siendo habitual en las hermandades de ánimas y en las que tienen como titular advocaciones antiguas. En esta línea hay que señalar, por lo meritorio de la intervención, la reciente restauración de la capilla de la Virgen de Roca-Amador en la iglesia sevillana de San Lorenzo, llevada a cabo por la famosa cofradía de la Soledad que tiene su sede en dicho templo, en la que se ha intervenido el icono pictórico que recoge esta advocación titular de la mencionada corporación.

Pero también las cofradías adquirían y encargaban cuadros destinados a decorar sus capillas e iglesias. Solían recoger representaciones de santos vinculados a la cofradía, advocaciones cercanas y, en los mejores casos, reflejaban aspectos de la propia cofradía. Son comunes los cuadros dedicados a Vírgenes aparecidas, en los que se narra el hallazgo de la talla, u otros dedicados a festejos y solemnidades que son fiel reflejo de las celebraciones de la cofradía en el momento de pintarse, algo de lo que son buen ejemplo los cuadros de la Cofradía de Nuestra Señora de San Antolín o de la Concha, que narran la aparición y llegada de la patrona de Zamora. (Hasta marzo de 2013 se encuentran en la exposición Rosa Escogida. 950 Aniversario de la Virgen de la Concha -ver enlace- en el Museo Etnográfico de Castilla y León.)

Pero los cuadros también tienen gran valor documental para las cofradías, ya que han sido, junto a los grabados, la principal vía de transmisión de las devociones, trasladando estilos e influencias a lo largo de la geografía española e iberoamericana.

El caso más significativo es el de la Nuestra Señora de la Soledad de la Victoria, copia pictórica de la escultura desaparecida del jiennense Gaspar Becerra, cuyas reproducciones se hallan repartidas por infinidad de lugares, lo que convirtió la obra en modelo y referencia para la creación de una nueva iconografía; aspecto este último que ha sido fruto de un reciente estudio por Eduardo Fernández Merino bajo el título La Virgen de Luto.

 

 

Nota de La Hornacina: Javier Prieto es gestor cultural.

 

Fotografías de la exposición Rosa Escogida de Alberto García Soto para http://jesusario.blogspot.com.es

 

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