UNA INMACULADA SEVILLANA EN EL POBLADO DE PARITA (PANAMÁ)

Jesús Andrés Aponte Pareja (19/04/2018)


 

 

La Real Audiencia de Panamá, mucho antes de su fundación, se constituyó en un estratégico territorio desde donde se organizaron numerosas expediciones de reconocimiento y conquista en los ricos territorios del Pacifico suramericano. Su capital, la ciudad de Panamá, fundada por Pedro Arias Dávila el 15 de agosto de 1519, fue el primer asentamiento español en el litoral Pacífico, así como ruta de tránsito para los cargamentos de metales preciosos y otras riquezas provenientes de todo el litoral pacífico suramericano, que eran transportados en la flota de la Armada del Mar del Sur con rumbo a España. Una vez desembarcados estos bienes y luego de ser auditados por las autoridades competentes, eran transportados a lomos de recuas de mulas por el camino Real o el de Cruces, primero rumbo al puerto de Nombre de Dios y luego desde 1597 hacia Portobelo, donde llegaba parte de la flota de Tierra Firme que algunos meses atrás había desembarcado primero en Cartagena de Indias con productos y manufacturas desde España, que de igual forma serían distribuidos desde este caluroso e inhóspito puerto caribeño.

Como ya es bien conocido, gran parte de los productos provenientes de España, por lo menos en el primer siglo del proceso de colonización, estaban constituidos por obras artísticas necesarias para ornamentar los recién levantados templos y oratorios privados, siendo de gran importancia en este particular las obras de escultura, quienes tal vez debido a su carácter tridimensional resultaban más cercanas a la población y de paso muy sugestivas en las tareas de adoctrinamiento de los nativos.

De todos los territorios hispanos en América, sin duda el Perú y concretamente su capital, acapararían la mayor parte del trafico artístico entre Sevilla y los territorios de ultramar, por lo que es lógico que Panamá, puente bioceánico de paso obligado en los primeros doscientos años de colonización, se viese beneficiada de su estratégica posición a la hora de hacer encargos a prestigiosos talleres sevillanos.

No es mi intención en este escrito el hacer un exhaustivo análisis de los numerosos envíos escultóricos registrados al territorio panameño desde el puerto del Guadalquivir, por lo que a modo de ejemplo citare solo algunos. Por ejemplo, el gran imaginero giennense Andrés de Ocampo envía el año de 1613 una Virgen con el Niño al pueblo de Penonomé. Se trataba de una talla de 125 cm de alto que lamentablemente no ha sido identificada en los bienes artísticos de esa importante iglesia colonial. No obstante, en la hornacina superior del retablo mayor de la iglesia de San Atanasio de la Villa de los Santos, se encuentra una magnifica Virgen con el Niño de rotundo empaque romanista que bien merece un detallado análisis, pues sus fórmulas escultóricas y estupenda ejecución sugieren la labor de algún seguidor de Jerónimo Hernández.

Por otro lado, el 13 de Junio de 1598 Juan Gómez y Diego Núñez son comisionados por Francisco Terrín, Alguacil Mayor y Depositario General de la ciudad de Panamá, para que a nombre suyo contraten en Sevilla la hechura de un retablo para el convento de la Concepción que Terrín había fundado en Panamá. El encargo de este retablo, cuyas trazas fueron enviadas por el mismo Terrín desde Panamá, recayó en dos de los más importantes artistas de su tiempo en España: Diego López Bueno, quien se ocuparía de la parte arquitectónica realizada en madera de borne, y Juan Martínez Montañés, quien ejecutaría las labores escultóricas en madera de pino de segura, confiándose luego su dorado y estofado al no menos importante artista Gaspar de Ragis. El elevado precio del retablo, fijado en 936 ducados, nos da una idea de lo ambicioso y depurado de su ejecución y de su gran envergadura, al punto de haber sido embarcado rumbo al istmo panameño en tres diferentes naves de las que componían la Flota de Tierra Firme del año 1601.

El mismo López bueno, uno de los más destacados retablistas de toda España en el primer tercio del siglo XVII, realizaría tres encargos mas esta vez con destino al convento de Santo Domingo de la ciudad de Panamá. Es así que el 21 de diciembre de 1610 pacta la realización de la arquitectura de un retablo por 130 ducados en el que el pintor Juan de Uceda haría las pinturas y el dorado. Luego en 1613 contrata la hechura de un sagrario de 5 varas de alto con un importe de 600 ducados, y el mismo año el retablo de la Virgen del Rosario de carácter pictórico, nuevamente en compañía de Juan de Uceda, el cual constaría de un cuerpo tres calles y ático, cobrando por la parte arquitectónica el precio de 130 ducados más 90 ducados por la parte pictórica.

Lamentablemente, estas importantísimas obras que demostraban los grandes vínculos de la floreciente y estratégica ciudad de Panamá con Sevilla no han llegado hasta nuestros días, habiendo desaparecido en los sucesos acaecidos durante el saqueo de la antigua ciudad por parte del filibustero inglés Henry Morgan en el 1671, a causa de los diferentes incendios que asolaron a la nueva ciudad en su actual emplazamiento o simplemente por las calamidades del clima húmedo tropical, fenómenos naturales o la incuria de la gente.

 

 

Por fortuna aún se conservan importantes muestras artísticas en pequeñas iglesias y ermitas de poblaciones menores provenientes del periodo colonial. Uno de estos poblados históricos es Parita, bello asentamiento fundado en el año de 1558, localizado en la Provincia de Herrera, al este de la ciudad de Panamá, en el litoral del Pacifico, que posee un pequeño pero armonioso y homogéneo conjunto de arquitectura colonial.

Allí en su sencillo templo parroquial consagrado a Santo Domingo de Guzmán, se conservan unos muy interesantes retablos barrocos de impronta popular y mestiza, así como algunas tallas y pinturas de igual factura que hablan de la presencia en esta parte de Panamá de artistas y obradores locales.

Sin embargo, en el retablo del lado de la epístola, localizado justo al lado del presbiterio, destaca por su gran calidad una imagen de bulto que representa a la Inmaculada Concepción, ya no de factura popular y local sino más bien obra de un notable escultor de primera fila y de clara filiación sevillana, que bien pudo haber llegado a esta población remitida desde el gran puerto del Guadalquivir. La imagen, de pequeño formato y gran realismo, evidentemente deriva del modelo de la Inmaculada introducido por Martínez Montañés en Sevilla en el primer tercio del siglo XVII, pero se aleja del mismo al acusar un mayor barroquismo y dinamismo en el plegado de su vestuario, de bien contrastados pliegues y fuerte claroscuro.

He querido ver en esta pequeña gran imagen la mano del genial escultor cordobés Juan de Mesa y Velasco o de alguien muy influenciado por sus maneras, algún discípulo o miembro de su taller. La imagen panameña es claramente una variación barroca de la aún manierista Inmaculada Concepción realizada por Martínez Montañés para El Pedroso (Sevilla) entre 1606-1608, siendo muy cercana, como otras Inmaculadas relacionadas con Mesa, a la de la iglesia de San Julián de Sevilla, reiteradamente atribuida a Alonso Cano.

La iconografía de la Inmaculada Concepción fue uno de los temas más solicitados desde las colonias americanas a los florecientes talleres escultóricos hispalenses. Los protocolos notariales dan cuenta de que escultores como Francisco de Ocampo, Juan Martínez Montañés y el mismo Juan de Mesa se obligaron a enviar esculturas de este tema a tierras americanas, algunas de las cuales aún no han sido identificadas.

La escultura panameña es de pequeño formato y por el desgaste de la policromía y la textura que evidencia no pareciera ser de madera. Lamentablemente no me fue permitido subirme al banco del retablo para poder medirla y palparla con el fin de saber su materialidad. Ante esto me llama poderosamente la atención el hecho de que el 14 de julio de 1618 Juan de Mesa contratara con el maestre de la Carrera de Indias Francisco López, la ejecución de una Inmaculada Concepción y de un Niño Jesús, obras que aún no han sido identificadas pero que por la ocupación del comitente muy seguramente se trataba de un encargo con destino a las Indias. Las imágenes, que debían estar terminadas en el plazo de 34 días y a un precio de 750 reales, inicialmente serian realizadas en madera de cedro, modificándose luego el material inicial por el barro. El Niño debería medir una vara menos un coto, mientras que la Inmaculada sería de menor formato, media vara y un coto de largo, lo que equivaldría más o menos a 52 cm de altura. Suponiendo que estas medidas corresponden a las imágenes sin sus peanas, las cuales también debían ser realizadas por Mesa, encontramos que esta pequeña Inmaculada, aún sin identificar, sería de una dimensión muy cercana a la localizada en el poblado panameño. No obstante, es solo una presunción mía el que esta obra pudiese ser la concertada por Juan de Mesa en 1618 con el maestre Francisco López, pues es un tema difícil de aclarar en caso de que la misma haya tenido como destino alguna localidad de un enorme territorio como lo era el de la América española, y de paso se confirmasen mis sospechas en cuanto a que su materia sea el barro y no la madera, dato que ninguno de los empleados de la parroquia, con los que tuve oportunidad de conversar, me pudo aclarar.

En todo caso la pequeña escultura pariteña, por sus características formales y evidentes grafismos, bien puede ser clasificada como una obra "mesina", ya sea por haber sido realizada por el mismo Juan de Mesa o por algún destacado discípulo suyo afincado en Sevilla o en suelo americano. Espero que algún investigador interesado en temas artísticos pueda ahondar más en el estudio de esta magnífica escultura sevillana en tierras panameñas.

El arte colonial panameño se encuentra muy poco estudiado. Pese a las pérdidas sufridas, todavía se conserva un gran número de obras artísticas de este periodo que merecen ser analizadas, catalogadas y difundidas. El patrimonio artístico del periodo colonial se encuentra en serio peligro en toda la América hispana, incluso en Panamá, un país cuyos habitantes gozan de unos de los niveles de vida más altos de toda la región. Basta citar como ejemplo el caso del retablo mayor de la iglesia del mismo poblado de Parita, desaparecido en condiciones muy sospechosas al decir de algunos moradores, cuando fue desmontado y transportado a la ciudad de Panamá con el objeto de ser restaurado por parte de las autoridades culturales de ese país en el año de 1970, para al final no realizarse dicha intervención al argumentarse que el retablo se encontraba demasiado deteriorado, perdiéndose irremediablemente uno de los más importantes retablos panameños del periodo colonial.

 


 

BIBLIOGRAFÍA

PLEGUEZUELO HERNÁNDEZ, Alfonso y SÁNCHEZ-CORTEGANA, José M. "Diego López Bueno y su Obra Americana (1525-1620)", artículo publicado en Anales del Museo de América, ISSN 1133-8741, ISSN-e 2340-5724, nº 9, 2001, pp. 275-286.

DÁVILA-ARMERO DEL ARENAL, Álvaro y PÉREZ MORALES, José Carlos. "Nuevas aportaciones al catálogo del escultor Juan de Mesa", artículo publicado en Temas de estética y arte, ISSN 0214-6258, nº 21, 2007, pp. 49-116.

BERNALES BALLESTEROS, Jorge. "Escultura montañesina en América", artículo publicado en Anuario de estudios americanos, ISSN 0210-5810, nº 38, 1981, pp. 499-566.

 

Nota del autor: mi especial agradecimiento a Eric Galbraith, Deysi Hernández, Harold Borja, Adrián Contreras y al personal de la parroquia de Santo Domingo de Parita por su apoyo en la realización de este escrito.

 

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