EL CRISTO DE LA SALUD DE ESPINARDO. OBRA DE JOSÉ PLANES PEÑALVER

María del Loreto López Martínez


 

 

 

HISTORIA Y AUTORÍA

Para realizar un análisis del Santísimo Cristo de la Salud, venerado en la Ermita del Calvario de Espinardo (Murcia), que nos ofrezca una interpretación lo más aproximada posible a las intenciones del autor, hay que estudiar el conjunto de la producción del escultor e imaginero José Planes Peñalver (Espinardo, Murcia, 1891-1974), cuya producción artística en madera, generalmente imaginería religiosa, ha sido menos analizada que sus trabajos realizados en piedra y bronce, pertenecientes a la vertiente profana.

Iniciada su carrera dentro de los modelos propios del realismo del siglo XIX, en la escultura profana su evolución deriva en el esquematismo de formas, hasta llegar a sintetizar las mismas. Sin duda, el modo de trabajar la imaginería religiosa continuará siendo heredera de su formación clásica, pero con la impronta de no dar concesiones a lo accesorio, aunque sin apartarse en exceso de modelos más tradicionales.

Es el Cristo de la Salud, tallado en 1947 con unas medidas de 226 x 123 x 47 cm -incluyendo la cruz, pues toda la obra está ejecutada como un solo bloque-, un Crucificado que exhala su último aliento, un rostro desencajado en un cuerpo que se abandona al destino final, con una hermosa humanidad que conmueve. Tanto formal como iconográficamente, se encuentra más próximo a algunos cristos del manierismo propio del siglo XVI, que a los modelos barrocos más popularizados en nuestra imaginería procesional.

 

 

DESCRIPCIÓN ARTÍSTICA

Quizás lo que más destaca en este magnífico Cristo Crucificado, realizado para su localidad natal, es la aplicación de sus avances en la síntesis de las formas que acentúan la expresión, reforzadas por el tratamiento de su policromía, de aquí el resultado del mismo y su singularidad, que bien podría estar propiciada por sentirse el autor liberado de muchos de los condicionantes que le imponen los encargos de cofradías, en la seguridad de que sus paisanos aceptarán su creatividad artística.

Esa evolución innovadora es especialmente evidente en las policromías, tratadas a base de manchas de color patinadas, como es el caso de las sombras en el tórax y rostro, las manos y pies de un oscuro tono, sin apenas matices, o del mismo tratamiento de la cruz, de forma arbórea pero con rica policromía, trabajando sobre una base de pan de plata con corlas puntuales y fuertes pátinas oscuras, lo que consigue una composición cromática que roza el expresionismo y dota de mayor dramatismo, propio de su iconografía, la imagen del Crucificado.

Otro recurso utilizado por el autor para esta obra, que denota la lejanía de este trabajo con lo habitual sobre otros materiales, es que la talla no lleva prácticamente carga de aparejo -siendo más evidentes los estucos en la cruz, por ir plateada- como suele ser normal en la imaginería polícroma, estando la fina capa de color aplicada casi directamente sobre la talla de la madera, suficientemente pulida pero sin perder del todo su propia textura.

Si comparamos este Crucificado con otros del mismo autor, observamos que se aleja de la serenidad y clasicismo del bellísimo Cristo de la Vida, paradójicamente un Cristo muerto, realizado apenas un año antes, en 1946, para la localidad murciana de Jumilla; del mismo modo que dista de los dramáticos y tradicionales cristos agónicos venerados en la propia Jumilla y en Valdepeñas (Ciudad Real).

 

 

 

ESTADO DE CONSERVACIÓN

Al llegar a los talleres de Asoarte, en el año 2005, tenía como principales deterioros la apertura de pequeñas grietas, tanto de unión de piezas, como de movimientos de la madera; las más importantes, por suerte, son las que correspondían a la espalda, en sentido vertical y paralelas desde los hombros hasta casi la cintura.

La suciedad era muy superficial, especialmente acumulada en zonas horizontales, brazos y manos, muy camuflada por las pátinas del propio autor y la oxidación natural de los antiguos barnices, con algunas adherencias de ceras en la zona del rostro del Crucificado.

Puntualmente, se apreciaban pequeños roces con pérdida de estuco y policromías, también muy evidentes en la zona central de la cruz. Sí se encontraron desgastes importantes en los pies, por frotamientos excesivos, quizás producto de la devoción popular.

A simple vista, se detectaban algunos repintes, especialmente en las zonas que correspondían a las grietas, que habían alterado la policromía y era necesario eliminar.

La corona de espinas, realizada en rama arbórea natural, se encontraba muy deteriorada y con numerosos elementos metálicos de agarre, que producían un grave riesgo de deterioro sobre la frente, encontrándonos con roces y pérdidas tras su eliminación.

 

 

 

PROCESO DE RESTAURACIÓN

Siguiendo las normas internacionales de conservación y restauración de obras de arte, a través de las Cartas del Restauro, de máximo respeto a la obra original, mínima intervención y reversibilidad de los procesos, se realizó la siguiente intervención.

 

1. Sellado de grietas.

2. Limpieza de las policromías, siempre con el máximo respeto a las pátinas intencionadas del autor; con eliminación de los repintes añadidos.

3. Estucado de carencias.

4. Reintegración reversible de las mismas.

5. Barnizado final protector satinado.

6. Ejecución de una nueva corona de espinas en rama natural de aromo, eliminando las espinas que podían afectar por roce la policromía.

 

En la cruz se aplicó el mismo proceso, habiendo de realizarse un resanado de la plata perdida y su posterior reintegración con pátinas similares a las originales.

 

 

Nota de La Hornacina: María del Loreto López Martínez es licenciada en Historia del Arte, máster en Restauración de Patrimonio y directora de Asoarte.

 

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