EL ECCE HOMO GADITANO DE LUIS DE MORALES

Jesús Abades


 

 

El tríptico fue donado al Museo de Cádiz en el año 1964 por María Martínez de Pinillos, procedente a su vez de la Casa de Oñate, aunque su destino original fue la colección particular de Juan de Ribera, Arzobispo de Valencia, quien realizó el encargo a Luis de Morales (1510-1576) y exigió al pintor verse autorretratado en la portezuela derecha, junto a la imagen de San Juan Evangelista.

La obra pertenece a la serie de cuadros, la mayoría de reducido tamaño, dirigidos a satisfacer la demanda del culto doméstico. Se halla, por tanto, dentro de las creaciones más interesantes del pintor, en opinión de buena parte de la crítica. Además de su gran calidad, llaman la atención las singularidades que posee el tríptico, tanto históricas como estilísticas, dentro del arte de Morales.

Centrándonos en la tabla principal, cuyas medidas son de 73 x 52 centímetros, observamos a Jesús en el pasaje de la Presentación al Pueblo por Pilatos, popularmente llamado Ecce Homo.

Cristo, con la caña apoyada sobre las manos atadas, muestra un semblante dolorido por los azotes y humillado por el escarnio, a diferencia de la tabla homónima pintada por Morales que se conserva en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid), donde, al igual que sucede con el Cristo de la Humildad y Paciencia de Minneapolis, el autor muestra a un Varón ausente y coronado de espinas, indiferente ante las menciones de Pilatos hacia la plebe y el maltrato de un demoníaco verdugo. Asimismo, la obra gaditana presenta una insólita clámide en tonos verdosos, anudada al hombro y muy alejada del tono púrpura que exige la iconografía basándose en los relatos evangélicos.

Respecto a las tablas que cubren las portezuelas del tríptico, ambas miden 71 x 26 centímetros cada una y la presencia en las mismas de la Virgen Dolorosa y el Discípulo Amado constituye otra licencia poética de Morales, pues los relatos sagrados no recogen la presencia de ambos personajes junto a Jesús hasta el encuentro de la Calle de la Amargura, en su caminar hacia la Crucifixión. María, con hábito monjil y manos entrecruzadas, siguiendo el estilo de la célebre Piedad del autor, mira desconsolada a Jesús mientras San Juan, representado como un adolescente imberbe, adopta idéntica actitud.

Como hemos apuntado anteriormente, el autorretrato del cliente aparece junto al apóstol, a modo de tercer testigo presencial de la Pasión de Cristo. Sin embargo, lejos de figurar afligido como el resto, el autor ha concebido un rostro absorto en sus pensamientos y ajeno al drama que le rodea, de forma similar a como Juan de Ribera fue reflejado por Morales en el autorretrato que se conserva en el Museo del Prado, vistiendo incluso el hábito sacerdotal pese a su condición, por entonces, de Arzobispo de Valencia.

La vinculación de Ribera con el pintor tiene su origen en el cargo de Obispo de Badajoz que ocupó por un tiempo el primero y aún conocería una tercera tabla llamada El Juicio del Alma de Juan de Ribera, actualmente en el valenciano Colegio del Corpus Christi, donde se muestra a la Santísima Trinidad juzgando el pase a la Gloria del alma del clérigo difunto.

La composición, realizada entre los años 1562 y 1568, presenta notables semejanzas, en lo que concierne a la figura de Jesús, con otra sobre el mismo pasaje perteneciente a una colección particular asturiana. En general, ostenta las influencias flamencas e italianas habituales en la pintura del famoso artista pacense, representadas en las formas de Durero y la paleta de Leonardo, respectivamente.

 

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